Ahora anda con una guitarra debajo del brazo lo mismo cantando su parodia al hijo de Hércules Pérez, que explicando las diferencias raigales que existen entre el punto trinitario y el espirituano, pero Abundio Sánchez Varona lo que mejor sabe hacer es chapear potreros, un don natural con el que años atrás conquistó la medalla de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Hijo del Escambray, donde según él también piensa morirse, Abundio contó alguna vez que todo cuanto tiene se lo debe al machete, primero como hacedor de zafras, «el trabajo más bravo que puede hacer un hombre» y después barriendo los marabuzales y las maniguas que caprichosamente volvían a sacar la cabeza a los pocos meses como si quisieran probar su persistencia.
«Si yo fuera a estar ocupándome de las santanicas, de la picapica, o de las garrapatas, o si le hubiera hecho mucho caso a cada piquete que me hacía en las piernas con el machete, jamás hubiera llegado a ser Héroe del Trabajo», me confesó hace algunos años, ya en pleno período especial, cuando me encaramé en el lomo de una bicicleta rusa y me fui hasta La Sierrita, una comunidad asentada en las puertas del lomerío, a conocer al hombre que ya para entonces no le cabían en el pecho las medallas ganadas.
Cuando no pudo soportar el tren de pelea, machete en mano, Abundio se hizo sitiero, «cosechero de cuesta arriba», como le gusta decir, donde también ha escrito historias, últimamente con una finca que la cuida como a la niña de sus ojos.
También con tanta fuerza en la mente como en el brazo, este titán escambraico no oculta la dicha de haber compartido en tres ocasiones con el Comandante en Jefe Fidel Castro, el hombre que según él siempre apeló al movimiento obrero para emprender cada uno de sus proyectos. «A Fidel no se le puede fallar porque siempre nos tuvo en cuenta», confiesa.
La primera vez que estuvo frente al jefe de la Revolución fue en una reunión de ganaderos en La Habana a propósito de aquellas emulaciones que el obrero del Escambray ganaba casi por antonomasia:
–Y tú que has hecho para ser el mejor trabajador agrícola del país, le preguntó el jefe.
– Comandante yo trabajé como un caballo para venir hasta aquí, le respondió el héroe.
Luego vendría el encuentro para condecorarlo con la medalla más importante de su vida y Abundio asombrado de que Fidel lo recordara en aquellos salones brillosos, que a él lo asustaban más que la misma presencia del Gigante.
El chapeador de potreros había dejado un espacio en la guayabera para que Fidel le colgara la condecoración, pero el líder no lo vio entre tantos galardones y sin mucho protocolo le preguntó: « ¿Y esta donde te la pongo?».
–En el corazón, Comandante, le respondió el guajiro.
La última vez que Abundio se encontró con Fidel fue en ocasión del acto nacional por el 28 de septiembre, en el año 1996, celebrado en la Plaza de la Revolución Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, de la ciudad de Sancti Spíritus, donde el espirituano fue seleccionado para entregar al jefe de la Revolución el Premio del barrio que concede habitualmente la organización.
Abundio se había preparado de antemano para el ritual, había recitado de memoria las palabras que le diría al Comandante al poner en sus manos el reconocimiento y hasta había contado los pasos que lo separaban al uno del otro; lo que no había calculado fue el desenlace de aquel encuentro: Fidel le agradeció el gesto y le devolvió el premio con una orden pronunciada casi en susurro: «Tú te vas a quedar con eso, pero me lo cuidas, me lo conservas», le dijo.
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