Las guitarras andan cabizbajas y las décimas no encuentran la rima de homenaje oportuno. Saben que los guateques no serán los mismos porque el más experimentado de los músicos de la Parranda Típica Espirituana se empeñó en hacer un viaje sin retorno. Julio Toledo se llevó consigo buena parte de una historia de 99 años.
No imaginó en su terruño natal Zaza del Medio que el rasgado del tres improvisado por las manos de su padre —vendedor ambulante y machetero— le afinarían tanto el oído que con solo escuchar una estrofa la podía cantar con una autenticidad imposible de imitar.
Tampoco supuso que el combo familiar, integrado por cuatro de los siete hermanos, sería el impulso para llegar a los recodos de esta isla; gracias, por supuesto, a que en mayo de 1977 aceptó la invitación para ser, primero, el bongosero y luego, la voz prima de lo que se considera hoy el proyecto más genuino de la cultura popular tradicional de Sancti Spíritus.
Bebió entonces del último aliento de Marcelino Sobrino, quien junto a Pascual y Armando se consideran los padres del punto espirituano. Ellos son los responsables de que el 19 de julio de 1922 la vieja urbe del Yayabo despertara con un sonido único que sonoriza su vida desde entonces.
Ajeno a ese canto de ciudad y de puntos a dos voces con una cadencia exclusiva de esta región, Julio Toledo Morales aprendió a fuerza de ensayo a domar ese ritmo. Dicen que no demoró mucho en encontrarle las cosquillas. Tanto así, que apostó por defender esa herencia musical hasta que las fuerzas se lo permitieron.
Verso a verso se hizo parrandero espirituano. Un título tan legendario como cualquiera de los nobiliarios que resguarda la historia universal.
Vestido de guayabera y güiro en mano cantó las primigenias composiciones con sello Sobrino. Mas, en la década de los 80 necesitó llevar al papel sus propias ideas porque el punto espirituano no entiende de improvisaciones y se canta a dúo. Así se hizo poeta, como le bautizó su amigo Gabino Rodríguez al escuchar su primera composición Soy del Yayabo, y luego lo ratificó al dejarse atrapar por Trigueña linda.
A esas letras le siguieron otras muchas. En la actualidad es uno de los autores más interpretados en el repertorio de la Parranda, donde no se olvida nunca la génesis.
“Hacemos puntos nuevos, pero antes cantamos más del repertorio viejo”, me confesó en una tarde entre tragos para afinar la garganta y versos, inspirados en los ojos que hacen más de un año cuidan a Cuba de la mortal pandemia.
Oye, muchacho;/ oye, muchacho;/ quédate en casa;/ oye, muchacho;/ oye, muchacho/; quédate en casa/, que si no te vuelves puente/, el virus por ti no pasa… compuso en una de esas mañanas en que apostó por la belleza que también habita en el actual complejo contexto.
“Saco las décimas de las frases del doctor Durán. Ya están escritas, así que cuando volvamos a la normalidad formarán parte del repertorio”, añadió aquel día junto a sus amigos Nicomedes García, Roberto Concepción y Saylí Alba.
Después de tanta entrega, tantos versos, tantos guateques, tanta autenticidad…, la cultura espirituana se resiste a decir adiós a Julio Toledo Morales. Y aunque las guitarras y el tres ahora suenen opacos, saben que el hombre de mediana estatura, sonrisa sincera y verbo fino estará allí, en cada presentación, porque más que un legado a sostener —como ha sido la propia sobrevivencia de la Parranda Típica Espirituana—, resulta nuestra eterna deuda para con el poeta.
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