A sus escasos 17 años de vida el casi imberbe joven cabaiguanense Alfredo López Brito, fallecido en ese pueblo el 4 de julio de 1951 durante una manifestación proletaria contra la introducción de las máquinas torcedoras en las fábricas de habanos de la jurisdicción espirituana, no pertenecía a los hombres y mujeres de ese gremio, sino al sector del Comercio, pero por solidaridad de clase se unió a los que protestaban y devino mártir del movimiento obrero y, en particular, de los tabacaleros en el territorio.
De este joven, el séptimo de los hijos de José López y Juana Brito merece señalar que, siendo aún casi adolescente, se fue a Cabaiguán a trabajar en el Comercio para tratar de cambiar el ambiente de rutina y desesperanza que por generaciones había rodeado a los suyos en la campiña.
Pero en aquel pueblo de fuerte presencia campesina y canaria, la actividad principal era el tabaco, en fábricas y escogidas que elaboraban –y hoy lo siguen haciendo— magníficas vitolas que siempre han clasificado entre las mejores de Cuba, y con los tabaqueros se relacionó y solidarizó el muchacho.
Sin embargo, ni él ni nadie podían intuir las consecuencias de una iniciativa patronal que “venía en camino” sin que ellos tuvieran de inicio la menor idea. Todo empezó con el frío cálculo matemático de los dueños de las fábricas de tabacos, quienes en su intento por reducir los costos e incrementar sus ganancias impulsaron la creación en Estados Unidos de un artilugio con potencialidad de dejar en la calle a miles de operarios de esas usinas, lo que significaría para ellos y sus familias la indefensión económica y el hambre.
La erupción de los tabaqueros en distintos puntos de lo que hoy constituye la actual provincia de Sancti Spíritus se inició el 2 de julio de 1951 en coincidencia con el aniversario 105 del natalicio del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, y fue una respuesta lógica de cientos de obreros ante la perspectiva de quedar sin trabajo y, por lo tanto, sin fuente de subsistencia.
El movimiento de protesta no se limitó a unos pocos pueblos y sectores obreros del territorio, pues, según se refleja en la Síntesis histórica provincial de Sancti Spíritus, “el 2 de julio de 1951 las principales ciudades de Las Villas amanecieron en pie de lucha”. En Cabaiguán, prácticamente todos los obreros del tabaco apoyaron la huelga, así como el resto de los sectores laborales y la localidad fue declarada Ciudad Muerta.
Luego de tres días de desórdenes, como les llamaron las autoridades, nada hacía presumir que aquel 4 de julio terminaría en Cabaiguán en la tragedia de una familia con la muerte del joven López Brito.
Salidos en ruidosa y nutrida manifestación que recorrió algunas calles de la localidad, la multitud se dirigió luego a las vías del ferrocarril que cruzan el centro urbano, donde trabajaban un grupo de rompe huelgas que reparaban las paralelas protegidos por miembros del ejército. Allí la vibrante masa increpó a aquellos hombres que, quizá sin proponérselo —solo por unos pesos— ayudaban a los patronos contra sus hermanos de clase, y les pidieron que se unieran al paro.
Fue en ese instante que uno de los soldados que intentaban disolver la protesta disparó contra el grupo con su fusil de reglamento, e hirió mortalmente al muchacho, quien fue llevado en brazos de sus camaradas en pos del ya inútil auxilio médico. La batahola se generalizó y muchos de los manifestantes recibieron lesiones, mientras no pocos fueron a parar a la cárcel.
Luego de armarse con lo que pudieron encontrar, aquellos hombres y mujeres marcharon a asaltar el odiado cuartel y quemar la estación ferroviaria. Solo la intervención de algunos dirigentes pudo contener la acción espontánea de los manifestantes, que posiblemente hubiera conducido a un baño de sangre.
Pese a la violenta represión, aquella batalla campal la ganó el pueblo, pues la huelga, devenida general, afectó los bolsillos de la clase patronal en toda la antigua provincia de Las Villas y amenazó con subvertir la estabilidad institucional del régimen del entonces presidente Carlos Prío. Ni una sola máquina torcedora pudo ser instalada en ninguna tabaquería espirituana. La sangre generosa del joven Alfredo López Brito no fluyó en vano.
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