No tuvo segundas opciones. Tampoco esperó por la prudencia para vaticinar que quería ser maestra. Bastó el ejemplo de sus profesores de antaño para que la espirituana Ivis Simón Luna defendiera sin tapujos su pasión por el magisterio. Una vez identificada su vocación, comenzó su Licenciatura en Educación Primaria en el otrora Instituto Pedagógico Capitán Silverio Blanco, de Sancti Spíritus.
Desde allí, la pedagogía se convirtió, primero, en predilección y, más tarde, en una necesidad de la cual no ha logrado librarse. En el aula se siente dueña del mundo, y cada clase funciona como una especie de refugio donde disfruta de una invencible sensación de libertad. Y es que detrás de cada lección deja caer un mensaje de vida para sus alumnos.
A sus 47 años de edad no necesita fatigar a su memoria para evocar los primeros pasos en la enseñanza. Recuerda con exactitud cada sitio que la acogió y en su alma guarda cada una de las huellas. Nunca olvidará que en 1995 llegó a las puertas de la antigua Escuela Primaria Carlos de la Torre, de Sancti Spíritus, donde asumió la responsabilidad de educar a los niños de primero y segundo grados, y también a los de cuarto a sexto durante 17 períodos ininterrumpidos.
Fue entonces cuando dicho centro dejó de servir a la Educación Primaria, e Ivis se vio obligada a probar sus otras destrezas. “Al cambiar la escuela para la Enseñanza Preuniversitaria me desempeñé como profesora de Teoría y Práctica de la Educación y como jefa del Departamento de Formación Vocacional durante cuatro cursos. Después, la instalación se convierte en Instituto Politécnico, y yo decido retornar al nivel educativo de enseñanza Primaria”, ilustra.
Hasta hoy prestigia en la Escuela Primaria Serafín Sánchez Valdivia, ubicada en el Consejo Popular de Garaita, en la cabecera provincial. Desde allí lleva sobre sus hombros la responsabilidad de formar a los educandos de quinto y sexto grados, en las asignaturas de Lengua Española e Historia de Cuba. “Siempre quise ser maestra primaria, porque los niños mientras más pequeños, más marcas la diferencia en ellos, más te siguen y predican tu ejemplo. En esta etapa de la vida puedo ser la madre, la abuela, la tía… que no tienen en casa.
“Prefiero además el área de las Humanidades, porque me gusta dialogar e intercambiar con los infantes. A través de la Lengua Española, por ejemplo, los adentro en las cuestiones gramaticales, en la construcción de textos…, y con la Historia intento que sepan de dónde vienen y lo que defienden”, comenta.
Ivis deja su alma en cada clase. No concibe ni una sola de sus lecciones sin la previa autopreparación, esa que le permite conocer al dedillo a sus más de 30 alumnos. “Es importante tener un diagnóstico del grupo con el que trabajas, pues de esta forma sabes hasta dónde puedes llegar con cada estudiante, de qué manera le suministras el conocimiento, y se cumple así el objetivo de la clase”, refiere la educadora.
Sin embargo, esta maestra espirituana aprendió de un golpe las hazañas del protagonismo estudiantil y ha sido testigo de que las nuevas tecnologías benefician también el proceso docente-educativo. “Me gusta que mis alumnos vengan al aula como miembros activos y, para ello, les oriento que se preparen de manera previa. Eso sin contar que aprovecho los medios audiovisuales en correspondencia con el contenido que voy a impartir”, cuenta Simón Luna.
Si los niños hablan sin frenos, ella moldea sus ánimos con la rectitud: “Soy muy recta. Me gusta que cuando estoy dando la clase me atiendan, me escuchen… Ahora, también juego con ellos durante el receso, en las acampadas pioneriles duermo entre ellos, en fin, adoro a cada uno de mis alumnos, y todos marcan mi vida de una manera diferente”, confiesa.
Así, día a día esculpe la personalidad de sus “muchachos”, quienes, quisiera, que la recordaran no solo como la maestra de Lengua Española e Historia, sino “como quien le inculca el valor de la familia, los consejos y las mejores lecciones de vida”.
Para quien ostenta las Medallas Rafael María de Mendive y José Tey, y hasta la Distinción por la Educación Cubana, el enfrentamiento a la COVID-19 también ha suscitado un constante aprendizaje. “Durante los meses en que el curso escolar estuvo detenido no dejé de mantener la comunicación con la familia de mis niños. A través de WhatsApp supe del estado de salud de ellos, y estaba al tanto de las teleclases y de las dudas que tenían.
“Este contexto epidemiológico ha impuesto un proceso de adaptación. Yo, por ejemplo, soy una maestra a la que le gusta saludarlos por la mañana, apretujarlos…, y ahora, solo les pongo la mano en el corazón, les exijo que no dejen de usar el nasobuco, y ellos han asumido todas las medidas higiénico-sanitarias con la mayor disciplina”, señala.
Y es que en esta aula no falta el ejemplo, ese valor que en medio de las lecturas, las escrituras y hasta de los incipientes cálculos se fragua como una maquinaria bien afinada, en la que no se siente el abrazo del miedo, sino el calor de un montón de niños que buscan aprender bajo las alas de Ivis.
Un día -cuando seamos iguales- está maestra se ganará un auto por su destacada labor, mientras llega ese día los carros serán solo para deportistas o médicos. Aunque con 40 mil dólares se logra comprar uno, algo así cómo 30 años de trabajo o más.