La COVID-19 no solo lastima a los seres humanos. También, como secuela colateral, ha comenzado a dañar la naturaleza porque en medio de tanta enfermedad y muerte, en medio de tantas angustias económicas ya casi nadie se acuerda del cambio climático. Por estos días el medio-ambiente volvió a dar señales alarmantes con el desprendimiento en la Antártida de un pedazo de hielo del tamaño de Londres.
No hace falta ser científico, ni utilizar anteojos para apreciar las diversas señales de este fenómeno. Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, reflexionaba recientemente al respecto a partir de una comparación bien ilustrativa: con las recomendaciones sanitarias y una inyección ha comenzado a aparecer una luz al final del túnel para la pandemia, “pero no hay una vacuna para el planeta”.
Cuba no le ha provocado al entorno grandes dolores de cabeza; sin embargo, al igual que otras islas, recibirá sus más importantes impactos. En particular, la elevación del nivel del mar debido a las altas temperaturas acosa sin remedio al país que, por lógica, tampoco ha podido desplegar todas las acciones concebidas para la adaptación y mitigación de ese fenómeno durante estos últimos tiempos.
En Sancti Spíritus las evidencias del cambio climático saltan a la vista: reiterados eventos de sequía que agotan los suelos y disminuyen las reservas de aguas superficiales y subterráneas, episodios de intensas lluvias que provocan erosión; ascenso del mar calculado para el 2050 en 27 centímetros, lo cual implicará una pérdida para la provincia de 109 kilómetros cuadrados, cifras que se triplicarán para el 2100.
Si a ello se suman las zancadas de la llamada cuña salina —para esa fecha pondrá en salmuera a unos 550 kmcuadrados, dañará a los acuíferos subterráneos, áreas agrícolas y por ende la vida de 16 asentamientos donde hoy residen más de 12 100—; y la desertización de unas 830 caballerías, no debíamos menos que poner el grito en el cielo y las neuronas en la tierra para contribuir a mitigar, adaptarnos y sobrevivir.
Aquí, el Plan de Estado para el Enfrentamiento al Cambio Climático, también conocido como Tarea Vida, comenzó a implementarse desde el 2018. Actualmente, las áreas identificadas como prioridad resultan las comunidades de Tunas de Zaza y El Médano, la parte baja de Casilda, la Empresa Agroindustrial de Granos Sur del Jíbaro, la península Ancón y la playa La Boca.
Según el último informe elaborado al respecto por la Subdelegación de Medio Ambiente en la provincia, aunque en el territorio ya se han invertido más de 31 millones de pesos, los avances solo se palpan significativos en la sureña entidad arrocera.
Allí se ha laborado en la conservación y mejoramiento de los suelos; en la ampliación de la base genética y obtención de nuevos genotipos de arroz adaptados a la variabilidad climática con resultados productivos bien alentadores; en la rehabilitación y recuperación de tierras ociosas cubiertas por marabú para dedicarlas a la ganadería; en la reforestación con árboles frutales y en potenciar el uso de la energía renovable.
Por si fuera poco, han desplegado acciones encaminadas a lograr un uso más racional del agua: mantenimiento de canales y obras de fábrica, nivelación de tierras con láser, construcción de pozos y extracción del líquido subterráneo; gracias a todo lo cual la salinidad ha comenzado a perder terreno y ha retrocedido 8 kilómetros con respecto a 1983.
En la otra esquina del cuadrilátero aparece el cronograma previsto para mudar las comunidades de Tunas de Zaza-El Médano, cuyas primeras 30 viviendas debieron construirse el pasado año y apenas se microlocalizaron, debido fundamentalmente a limitaciones materiales.
Es cierto que levantar en peso a un pueblo entero y ubicarlo en otro lugar resulta un empeño cuando menos titánico, sobre todo en las actuales condiciones de Cuba, pero dejar correr el calendario solo complejiza esta decisión irreversible porque ya para el 2050 se pronostica la desaparición de estas comunidades y, mientras más pendientes se acumulen, peor.
Pero no se trata solo de este asentamiento, también se prevén afectaciones en la parte baja de Casilda, donde se perderán otras 280 viviendas y algunas instalaciones productivas y de servicios, que también precisan relocalización.
En ambas costas la reforestación y generación de los bosques de manglar resulta clave para no empeorar el escenario, una labor que se ha desarrollado, pero no con toda la intensidad y el rigor que las apremiantes circunstancias sugieren.
En la península de Ancón y la playa La Boca, los estudios realizados dan fe de importantes procesos erosivos provocados por el hombre y el inicio de su rehabilitación con vertimientos de arena se ha previsto para la segunda mitad del presente año, dada la prioridad concebida a esa zona para el desarrollo turístico.
Más allá del quehacer en estas regiones azocadas, otros asuntos también se encuentran implicados para sobrevivir al cambio climático, entre ellos la agricultura sostenible y seguridad alimentaria, la gestión de los recursos hídricos, las energías renovables y el transporte.
Aunque la percepción del riesgo alrededor de las consecuencias de este fenómeno ha aumentado en general en la sociedad y la comunidad científica se empeña continuamente en estudiar el escenario así como proponer soluciones, las acciones concretadas apenas constituyen el prólogo de un largo libro por escribir.
En noviembre del 2021, los líderes mundiales se reunirán en Glasgow, Escocia, para preparar el arreglo sucesor del Acuerdo de París, firmado en el 2015. En aquel entonces, el mundo acordó que para fines de siglo el aumento de la temperatura global no rebasaría los 2 grados Celsius respecto a los niveles preindustriales, sin embargo los cálculos actuales aseguran que llegará a los tres grados Celsius.
Algunas naciones han hecho anuncios interesantes: China mantiene la pretensión de convertirse en neutral en emisiones de carbono para el 2060, mientras Reino Unido, la Unión Europea y otro centenar de países han asumido compromisos semejantes. Con la elección de Joe Biden, ahora Estados Unidos se suma a ese coro. Pero nadie ha detallado cómo lograr tan optimistas pretensiones.
Recientemente, Antonio Guterres, secretario general de la ONU, afirmaba que nos encontramos en un punto de quiebre para el clima: “Durante demasiado tiempo, hemos estado librando una guerra suicida y sin sentido contra la naturaleza”, dijo.
Ahora el mundo tiene un tiempo limitado para actuar y este año podría ser decisivo: mientras en Glasgow los poderosos debieran cocinar lo grande, aquí urge sazonar cada detalle para no entregar como herencia a nuestros sucesores el naufragio imperdonable de esta isla.
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