Cuba erradicó en 1994 la poliomielitis, gracias a una campaña de vacunación iniciada contra esa enfermedad un día como hoy de 1962.
La dolencia fue detectada por primera vez en la mayor de las Antillas a finales del siglo XIX entre los residentes de una comunidad de estadounidenses en la Isla de Pinos, actualmente municipio especial Isla de la Juventud.
Apuntes históricos señalan que el primer brote fue reportado en 1906 en esa localidad y la primera epidemia ocurrió en la antigua provincia de Las Villas, en 1909.
A partir de 1934 se presentaron periódicamente cada cuatro o cinco años, acompañadas por alta morbilidad, mortalidad y secuelas de invalidez, principalmente entre los niños.
El último brote en Cuba ocurrió en 1961 con 342 casos, de ellos el 30 por ciento eran niños mayores de cuatro años.
En 1962 la nación caribeña realizó su primera campaña nacional de vacunación masiva, en la que fueron administradas cinco millones de dosis de la vacuna oral Sabin.
A partir de ese año no se registraron muertes por poliomielitis (hubo solo 10 casos no letales entre 1963 y 1989) y en 1994 la Organización Mundial y Panamericana de la Salud certificaron la eliminación de la poliomielitis en Cuba.
Autoridades sanitarias aseguran que la isla controló la enfermedad con estrategias de vacunación efectivas y medidas epidemiológicas adecuadas.
La poliomielitis, llamada de forma abreviada polio, es una enfermedad infecciosa que afecta principalmente al sistema nervioso y es producida por el poliovirus, al tiempo que los niños son sus principales víctimas.
La misma es transmitida de persona a persona, a través de secreciones respiratorias o por la ruta fecal oral.
Precisa la literatura médica que la mayoría de las infecciones de polio son asintomáticas y solamente en el uno por ciento de los casos, el virus entra al sistema nervioso central.
Una vez ahí, el poliovirus infecta y destruye las neuronas motoras, lo cual causa debilidad muscular y parálisis aguda flácida, mientras que en su forma aguda genera inflamación en la médula espinal y el cerebro, provocando parálisis, atrofia muscular y muy a menudo deformidad.
Los expertos advierten que en el peor de los casos puede causar un estancamiento permanente o la muerte al paralizarse el diafragma.
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