Pocos testimonios sobre José Martí son tan conmovedores como el que nos ha dejado la escritora Blanche Zacharie de Baralt, quien coincidió con el Apóstol en Nueva York mientras él llevaba una vida de sacrificios, peligros y preparativos de una contienda —la de 1895— de la cual habló como de un «esfuerzo unido para establecer una república sana y segura».
En su libro El Martí que yo conocí, que vio la luz en 1945, Blanche recuerda que «en los meses que precedieron a la Guerra del 95, cuando Martí era perseguido por el espionaje español, cambiaba de residencia a menudo, para despistar a los agentes que lo buscaban. Venía a veces a pedirnos albergue, sabiendo que nuestra casa era la suya; y contaba mi marido que una noche que Martí durmió en su cuarto, lo despertaron unos suspiros profundos y unos quejidos lastimeros: “¿Qué le pasa, Martí?”, le preguntó Luis alarmado. Aquel, abriendo los ojos, exclamó: “¡Ay, las madres, las madres, cuánta sangre y cuántas lágrimas van a correr en esta Revolución a que voy a lanzar a mi país!”».
La narradora ha expresado que José Martí «sentía el peso de la tempestad que iba a desencadenar». Era el mismo ser humano que cuando la vio por primera vez le transmitió la certeza de que estaba «al tanto de todo»:
«Discutió conmigo cuadros, música y libros, de la manera más natural, con absoluta sencillez, sin hacerme sentir la diferencia que había entre una niña y un sabio».
Fue ese hombre tan singular e inabarcable el «inspirador por excelencia», como lo ha definido el historiador cubano Eduardo Torres Cuevas, de la guerra iniciada el 24 de febrero de 1895. Tan es así, que a esa contienda independentista se le conoce también como la Guerra de Martí, lo cual, como ha dicho el estudioso de prestigio, no resta «mérito a los indomables mambises que lo acompañaron en la faena».
El suceso tiene conexiones muy fuertes con todo lo que ha sucedido después en la Isla, y con la materia misma de los hijos de la nación. El levantamiento, como ha definido el historiador, «desencadenó en hechos inusitados, como la muerte de Martí en Dos Ríos; la muerte del Titán de Bronce, los sacrificios, el martirologio y el desarrollo heroico, para finalmente desembocar en la Intervención norteamericana, como sostén de una Independencia con interferencia extranjera».
Coinciden los historiadores nuestros en que el 24 de febrero amanecieron sobre las armas las regiones de Santiago de Cuba, Guantánamo, Manzanillo, Bayamo, Tunas y Holguín, con alzamientos en diversos poblados, fincas y puntos de reunión. Y que aquello fue el resultado de voluntades unidas que respondían a deseos y aspiraciones populares.
La Cuba en estallido vivía días de verdadero espíritu insurreccional. Y ese era el resultado no solo de un pasado inmediato sino también de un devenir que tiene que ver con nuestra identidad y que el historiador Eusebio Leal Spengler ha sabido describir hermosamente:
«El amor a esa libertad, a esa soberanía, a esa esperanza (…) se inició mucho tiempo atrás, quizás desde el instante mismo en que empezó a formarse lo que llamamos comúnmente nuestra identidad. (…) Ese mismo sentimiento llevó a Heredia, en el padecimiento de su destierro, a sembrar dentro del alma cubana el espíritu de una patria. Ese sentimiento alentó a los primeros que se rebelaron, al comprender que no había fronteras que cruzar, solamente el océano. Ellos entendieron que, en última instancia, sería aquí la lucha contra el cepo, el látigo, la discriminación, la humillación y la negación humana, hasta hacer llegar el día de la redención y la libertad».(1)
Eusebio Leal ha explicado que en los inicios Cuba era tan solo el espacio físico, hasta que la «patria comenzó a ser un sueño, una aspiración (…), un derecho por el que había que luchar: una nación con leyes, una nación que sería depositaria y respetuosa de su propia cultura, una nación que sabría ir al futuro desde el pasado».(2)
«Un sentido de rebeldía antiguo vino desde abajo, ha afirmado Leal Spengler, y ese sentimiento rebelde se fue convirtiendo en más fuerte cuando la esperanza de cualquier cambio político, fundado en la consideración del conquistador sobre el conquistado, resultó prácticamente imposible. En lo adelante Cuba fue forjándose, haciéndose, desde lo que Martí juzga como “la inocencia culpable” de un patriciado que, habiendo obtenido su riqueza de la esclavitud, comenzó a darse cuenta de que ya sus hijos no pensaban igual y ansiaban ardorosamente un cambio que pasaba por una autentificación de su identidad».(3)
Viviendo en los Estados Unidos, donde supo escribir sus magistrales crónicas sobre un país con grandes conquistas pero también con profundos vicios y peligros latentes desde sus entrañas, Martí se dio por completo a preparar la contienda del 95. Como sabemos, él se había despojado a esas alturas de su vida de casi todo bien terrenal, y como en agonía no hacía más que pensar en la independencia de Cuba, allí donde las palmas, tal cual lo sentía, eran novias esperándole.
«Cuando —ha recordado Eusebio Leal— en el puerto de Fernandina se perdieron las naves creyó enloquecer, pero transformándose de José Martí en Orestes, que fue siempre el seudónimo de sus escritos y su seudónimo político, viajó de inmediato a la República Dominicana para buscar al general Gómez en Montecristi, en aquella casa donde en breves días, el 25 de marzo, se cumplirán (…) años (120 en el momento de pronunciado el discurso de Leal) de la firma del poderoso Manifiesto llamando a las armas al pueblo cubano, y diciéndole a los españoles que nada debían de temer si respetaban la patria que había de fundarse».(4)
No fue sencillo, como dejó dicho el Historiador, porque hubo que convocar y unir voluntades de titanes como Maceo y Máximo Gómez. La información fluía trabajosamente, y a los caracteres de los hombres había que sumar las incomprensiones lógicas de las noticias tardías o de los malos entendidos.
«Los patriotas esperaban en distintos lugares –contó Eusebio Leal-, mientras en Cuba mucha gente estaba avisada en Oriente, en el Occidente, en Matanzas. (…) De pronto se dio la orden: “Es necesario el alzamiento”, y Martí no vaciló en enviar el telegrama que su amigo recoge en la estación de la Western Union en la calle Obispo, en La Habana Vieja: “Giros agotados”, lo cual significaba que se había agotado el tiempo. Era la noche del 24 de febrero; el Capitán General tenía la convicción y las informaciones de que se tramaba realmente un movimiento».
«Algunos dirigentes fueron capturados en La Habana. Juan Gualberto Gómez, comprometido con su hermano y amigo José Martí, se fue a Matanzas, a Ibarra, en busca del ingenio Vellocino de Oro, donde había nacido, para levantarse con un grupo de compañeros y cumplir su palabra.
En Santiago, Guillermo Moncada, enfermo de tisis, quiso morir cumpliendo su palabra en el campo de Cuba libre. En Baire se levantaron otros, y en Bayate se alzó también Bartolomé Masó, y todo el mundo esperaba solamente la llegada de los líderes. Allá en España la conmoción fue grande; se había desmentido la propaganda autonomista, se había desmentido la propaganda anticubana de que todos eran sueños disparatados de un profeta enloquecido. Ahora solamente faltaba el arribo».(5)
Los grandes llegaron al suelo patrio: «En admirable disciplina y en presencia de los generales y oficiales que estaban en Costa Rica, juraron Antonio y Flor aceptar las condiciones de viajar, y así salieron a bordo de la goleta Honor para arribar el Primero de abril a las costas de Cuba, en un punto del litoral baracoano. “Soy yo, Antonio Maceo, que he vuelto”, gritó en lo alto del camino, mientras avisaba con su arma a los guerrilleros de Baracoa. El 11 de abril, día glorioso y memorable, en Playitas de Cajobabo desembarcaban Máximo Gómez y José Martí».(6)
Venimos de esa historia hecha de enormidades. Esa guerra que tiene génesis en la rebeldía buscando identidad, es al mismo tiempo raíz de las generaciones que estrenaron el siglo XX y supieron descubrir al Apóstol —como hizo Julio Antonio Mella, quien quedó deslumbrado ante el Maestro como ante algo sobrenatural—.
El 24 de febrero es raíz de la Generación del Centenario, y también de todo lo heroico que vino después y que llega hasta el presente. Queda muy claro —mirando como lo ha hecho el historiador Leal— que nuestras fronteras son el mar, y que hasta por esa razón geográfica, solo desde lo más profundo de la Isla, desde lo más entrañable de nosotros mismos, podrá nacer lo emancipado.
No es casual que el 24 de febrero, por lo que simboliza entre nosotros, marque otros momentos cruciales para la Cuba en Revolución: ahí está el que pertenece al año 2019, cuando el pueblo ejerció su derecho al voto en el Referendo para ratificar la nueva Constitución de la República, nacida tras arduos y amplísimos debates a lo largo de la Isla.
Ese día, al defender la Carta Magna, los cubanos estaban protagonizando otra suerte de levantamiento, esta vez por el derecho a seguir haciendo vida propia. En acto de unidad y continuidad, se estaba rindiendo homenaje a la Guerra necesaria, la Guerra de Martí, porque otras contiendas no han dejado de librarse, siempre en pos de una Obra que defiende la dignidad humana, siempre a contracorriente de apetencias imperiales y de intentos, cada vez más sinuosos, de quebrantarnos la identidad y la autoestima, tan ancladas a los sueños de ser libres.
El 24 de febrero de 1976 es también el día en que Cuba aprueba su primera Constitución socialista, ya en Revolución. Es un momento clave de avance constitucional, institucional y jurídico. Y el avance no termina; tiene el norte de perfeccionar nuestras batallas cotidianas, en lo ético, y en lo económico.
En una crónica publicada en este mismo espacio el 24 de febrero de 2020 y que lleva por título «Martí conmigo, con nosotros», el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, expresaba sobre aquel levantamiento martiano que todavía irradia en nuestro devenir: «Hoy es 24 de febrero. Han pasado 125 años del inicio de la más noble de las guerras. La que organizó y dirigió Martí, definiéndola como “guerra entera y humanitaria, en que se une aún más el pueblo de Cuba, invencible e indivisible”».
«Está escrito en el Manifiesto de Montecristi, donde él y Gómez invocaron “como guía y ayuda de nuestro pueblo, magnánimos fundadores, cuya labor renueva el país agradecido, y al honor, que ha de impedir a los cubanos, herir de palabra o de obra, a los que mueren por ellos”».
«Fue el 25 de marzo de 1895, en vísperas del largo viaje que los traería a la Patria, donde ya combatían por la independencia los patriotas veteranos y los pinos nuevos que sólo Martí pudo levantar y juntar con su descomunal fe “en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud”. Esa fe sostiene nuestra legendaria resistencia. Cuidémosla todos, adentrándonos en Martí».(7)
Si alguien como el Apóstol forma parte de la resistencia de Cuba, ¿qué, o quiénes podrían desdibujar los sentidos de la libertad y del humanismo, esos que para nosotros son desde hace mucho tiempo una cuestión de honor?
Citas:
(1) Idea incluida en la versión oficial hecha por la Oficina del Historiador de La Habana, del discurso pronunciado por el Dr. Eusebio Leal Spengler durante el acto realizado el 24 de febrero de 2015 por el aniversario 120 del levantamiento independentista convocado por José Martí.
(2) Ibídem
(3) Ibídem
(4) Ibídem
(5) Ibídem
(6) Ibídem
(7) Crónica ««Martí conmigo, con nosotros», del Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, publicada en el sitio oficial de la Presidencia y Gobierno de Cuba, el 24 de febrero de 2020.
(Tomado del sitio de la Presidencia Cuba)
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