“Tenemos plena confianza en que los resultados de la vacuna cubana sean óptimos”—nos dice Vicente Hernández, en uno de los sitios clínicos dispuestos para el ensayo en tercera fase de Soberana 02. Tiene 72 años y lo acompaña su esposa, de la misma edad.
Ambos accedieron a convertirse en sujetos del estudio. Forman parte de las más de 40 000 personas que se vacunarán en La Habana, para comprobar la respuesta inmune y los posibles efectos adversos, de uno de los más avanzados candidatos vacunales creados por la industria biotecnológica de Cuba.
Sin miedo. Con la certeza de que funcionará, “porque confían en la Revolución y saben que, en esto, hay un empeño mayor”, afirma.
Como ellos, hay una decena de ancianos que esperan. Estamos en La Habana Vieja y le corresponde el turno al grupo etario de más de 65 años. Llegaron desde temprano, los hay con bastones, en sillas de ruedas.
Aquí los reciben, orientan, chequean sus signos vitales. Los vacunan.
El doctor Santos Huete Ferreira, encargado de la investigación en este municipio, advierte que, hasta el momento, ninguna de las más de 120 personas que han pasado por este vacunatorio desde el pasado lunes, ha presentado ningún efecto adverso grave que tenga relación con la administración del producto.
Prevalece el estado de calma y orden. Los “coordinadores”, parte del voluntariado en esta tarea, tienen la misión de que así ocurra.
Kenneth Fowler es uno de ellos. Es profesor universitario y ante la convocatoria acudió “presto” porque es su manera de contribuir a “los esfuerzos que está haciendo el país para erradicar la pandemia”.
¿Qué hacen los coordinadores? Dice Kenneth que no son actores técnicos de los ensayos clínicos, o sea, no son responsables de transportar la Soberana 02, ni de medir la temperatura, mucho menos de vacunar, pero sí deben conocer todos los procesos para “estar resolviendo”.
Es difícil porque tenemos que estar atentos a que todo funcione: organizar el flujo de personas, velar por la documentación, lo que haga falta. Una de las principales tareas que tenemos es de cara al público: cubrir las dudas, trasmitirle seguridad y confianza.
En el Área de vigilancia y manejo de efectos adversos se escucha una música tenue, para relajar. Una enfermera acompaña a los sujetos desde el salón de vacunación hasta este lugar donde “los vigilan” durante una hora, como parte del protocolo.
—¿Cómo se siente? ¿Qué padecimientos tiene? ¿Le duele el brazo? — les preguntan. También les toman la presión e introducen los datos en un sistema computarizado.
Aquí les entregan la tarjeta de vacunación, además del llamado, diario de eventos adversos. Desde sus consultorios del médico de la familia, serán notificados y deben regresar para otra dosis en los próximos días. Mientras tanto, seguirán siendo “vigilados” de manera activa y pasiva durante tres meses.
La investigadora promotora del Instituto Finlay de Vacunas, Beatriz Paredes, explica que en este momento existe un grupo de vacunatorios que están funcionales, pero se prevé ese número crezca escalonadamente “en días venideros”.
“Este estudio, además de ser complejo y grande nos está exigiendo retos regulatorios y éticos, los cuales están dentro de la estrategia que estamos asumiendo para su cumplimiento”, señala.
Nos encontramos en inspección por la agencia reguladora, la cual va a llegar a todos los lugares donde se están realizando los ensayos. Evaluarán cómo es el desempeño, cuál es la salida, qué cuidados se está teniendo con los sujetos y con los datos que se están generando.
Es apenas el inicio de la tercera fase. Solo 16 candidatos vacunales en el mundo, de los pocos más de 300 que existen, tienen ese nivel de avance. En América Latina es el primero. Hay mucha expectativa, fe, seguridad, valentía, gente deseosa por darse el pinchazo con la Soberana (o cualquiera de los otros). Es nuestra ciencia y en ella confiamos.
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