El mar fue su primer amor. A primera vista se dejó seducir. El olor a salitre, las pieles curtidas de tanto sol, el sudor después de madrugadas completas robándoles a las profundidades las mejores especies… sirvieron de anzuelos para que el papel se hiciera eco de un mundo conocido prácticamente desde que abrió los ojos.
“En mi primera luna de miel en el año 1969 escribí mi primer cuento —recuerda Emilio Comas Paret, hijo de pescador y ama de casa—. Bajo el cuartel de proa se titula el libro que recogió aquellas historias dedicadas a mis padres, familia y amigos de Caibarién. Confieso que nunca pensé ser escritor”.
Era la época en que las horas junto al pizarrón resultaban infinitas. Todavía en Mayajigua su legado como educador e instructor de arte se recuerda como si fuera acabara de fungir como director de su secundaria básica.
“Al unísono era el director municipal de Educación porque Mayajigua entonces tenía esa condición. Pero, además, armé un taller artístico-literario donde coincidimos amantes a la fotografía, escritura, música y décima; una experiencia que me llevé a Caibarién un tiempo después, cuando me trasladaron a trabajar allá”.
Justo en ese norteño pueblo costero del centro de la isla conoció a Antonio Hernández Pérez, a quien a la vuelta de tantos años define como su guía intelectual.
“Me enseñó que el arte y la literatura no son sinónimos de fiesta, sino algo muy serio”.
En la década de los 70, Angola era para Cuba mucho más que un país al otro lado del mar. Su compleja situación exigió de la solidaridad de los hijos de esta tierra, un llamado que Emilio Comas no dudó en cumplir en 1976.
“Estuve un año y al poco tiempo de mi regreso me seleccionaron para formar parte del Comité Provincial del Partido Comunista de Cuba en Sancti Spíritus, que se constituyó por esa fecha como provincia. Me designaron como jefe del Departamento de Ciencia, Cultura y Educación.
“Es cuando comienzo a relacionarme con los creadores espirituanos. Me percato de que existía una cantera importante entre los que se distinguían en la literatura Esbértido Rosendi Cancio, Julio M. Llanes, Tomás Álvarez de los Ríos, entre otros. También había un grupo de pintores como Juan Andrés Rodríguez Paz, El Monje; Benito Ortiz, y algunos músicos como Edelmiro Bonachea, los integrantes del trío Los Príncipes y el dúo Escambray. Fue cuando durante una reunión en La Habana planteé la posibilidad de fundar una Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), pero que no tuviera secciones, sino que fuera artística y literaria, al unir a todos los artistas. Nicolás Guillén, su presidente a nivel nacional, estuvo de acuerdo”.
Así nació en Sancti Spíritus, 18 años después de la fundación de la Uneac en la capital del país, lo que hoy conocemos como Comité Provincial de esa organización.
“En ese momento —en 1979— existía en pocas provincias y gracias a mi pedido se fundó en otras. Pero no pude estar en el primer encuentro porque permanecí durante cuatro meses en la Unión Soviética como estudiante de la Escuela Superior del Partido. Cuando volví de Moscú me recibieron en la casa con la noticia de que yo era miembro de la Uneac. Empezamos a trabajar y se comenzaron a crear las secciones como estaba establecido. Esa es la historia”.
El 5 de octubre de 1979 en la planta alta de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez —entre cartones y tablones que dividieron un espacio del gran salón, como siempre recuerda Esbértido Rosendi, otro de los fundadores— se constituyó aquí la organización oficialmente con 13 miembros; su primer presidente fue Tomás Álvarez de los Ríos.
Aun confiesa haberse sorprendido con integrar esa primera selección de lo que marcaría los pasos a seguir de la vanguardia artística espirituana. Mas, su currículo tenía ya demasiado peso por lo que no dio pie a ninguna duda: el libro de poemas Contar los dedos, inspirado en el mencionado amigo Antonio Hernández Pérez; la novela Cabinda a Cunene, inspirada en sus días de Angola, texto que fue Premio Nacional de un taller literario y mención en el Concurso Davidde la Uneac…
“Por mi fascinación por el mar y gracias a mi amigo Senel Paz nació La agonía del pez volador. Había comenzado a escribirla dedicada a los pescadores de Caibarién, pero me di cuenta de que le faltaba algo. Entonces, Senel me invita a embarcarme en un barco pesquero que iba para las costas de Sudáfrica. Y, claro, me fui. La travesía duró más de 10 días. Luego permanecimos pescando varias jornadas. Estuvimos en Galicia. Allí nos quedamos un mes en Vigo. En sus páginas están esas aventuras”.
Y como necesidad otras muchas experiencias han ido hasta el papel: De la vendimia a la zafra: crónica de un emigrante gallego en Cuba —dedicada a la vida de su primer suegro—; Desconfiemos de los amaneceres apacibles —otra vez Angola bajo su pluma—; y La agonía —con tres ediciones: colombiana, mexicana y cubana—.
“Suman ya 11 libros publicados. De ellos tres son poemarios, el resto son cuentos y novelas. Uno que aprecio mucho se llama Cuarenta días que estremecieron al mundo, que tiene que ver con la Crisis de Octubre, con los 40 días que estuvimos en una trinchera.
“No me considero un poeta, pero el verso ha salido espontáneo. Fíjate que eso lo escribo a mano y la narrativa en la computadora. Por eso casi siempre ando con un papel en blanco y un lápiz en el bolsillo. Ahora tengo una novela nueva que se llama A mi manera, que ya está terminada en espera de su publicación y en estos momentos trabajo en el poemario Te espero en la eternidad, dedicado a Alba Rosa Sánchez, mi último amor.
“Ya tengo 78 años y estoy revisando mi vida. La novela también es un poco autobiográfica. Tiene muchas cosas vinculadas con mi vida. He viajado a muchos lugares del mundo. Mi papá era un pescador analfabeto y mi mamá tenía segundo grado. Como ves tuve una infancia fatal con la literatura, pero con la Revolución entré en esta vorágine simpática y curiosa. A ella le agradezco todo”.
Y es cuando llega el consejo oportuno al estilo muy propio de Emilio Comas Paret, quien teme por quienes se obnubilan por las llamadas revoluciones de colores —estrategias de intervención silenciosa desde los Estados Unidos para con otras naciones—.
“No somos una sociedad perfecta y tenemos grandes dificultades, pero una gran parte de nuestra población está consciente de que no podemos perder nuestras conquistas. Hay que perfeccionar y establecer un país próspero y sustentable”, concluye y quizá sea la próxima musa para el papel en blanco dentro de uno de los bolsillos de escritor residente en La Habana con grandes anhelos de volver a abrazar a los muchos amigos que dejó en esta tierra. “Por la COVID-19 no pude ir a un homenaje el pasado año. Es un lugar que quiero mucho y tengo muy buenos recuerdos. Tanto es así que uno de mis poemarios se publicó allí”, concluye uno de los artífices de la fundación de la Uneac en Sancti Spíritus.
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