Coinciden los especialistas en que la derrota de Estados Unidos en Playa Girón llevó más o menos directamente a la Crisis de Octubre de 1962 o Crisis de los Misiles, porque el presidente estadounidense John F. Kennedy quedó tan anonadado por la debacle que no se le ocurrió otra cosa que tomar revancha.
Fracasados hasta ese momento todos los planes agresivos contra Cuba, entre los cuales el bloqueo económico, los sabotajes y atentados, el fomento de bandas armadas y la propia invasión mercenaria —organizada por la administración anterior de Dwight D. Eisenhower y llevada a cabo por él—, al millonario católico de Boston no le quedaba otra opción que la intervención militar directa, y se dedicó a prepararla.
Para ello creó grupos especiales de trabajo y fuerzas de tarea con la misión de desestabilizar a Cuba y provocar una insurrección popular que derribara al Gobierno revolucionario o creara una situación tal de inestabilidad y caos que justificara la agresión, la cual debía desatarse a inicios de octubre de 1962.
EL ESTADISTA, EL ESTRATEGA
El Comandante en Jefe Fidel Castro estaba consciente de que, de acuerdo con la lógica de los acontecimientos, Estados Unidos no se quedaría con los brazos cruzados y trataría de doblar la parada, por lo que ordenó perfeccionar la estructura de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y su entrenamiento, incorporar nuevos efectivos, y armarlos con la nueva y abundante técnica de combate que estaba enviando la Unión Soviética.
Se crearon tres Ejércitos: Occidental, Central y Oriental, y de las compañías y batallones de Girón se pasó a la creación de regimientos, brigadas y divisiones. Mas, pese a todo, ese gigantesco esfuerzo no bastaba para enfrentar a la potencia más poderosa del mundo, que una vez desatada la agresión no cejaría hasta destruir el país y sus habitantes.
En La Habana y Moscú estaban al tanto de esos planes, pues los cuerpos de inteligencia de los dos Estados recogían información cada vez más alarmante de la marcha de los preparativos para el zarpazo imperial, teniendo como evidencia las primeras acciones desestabilizadoras enmarcadas en la llamada Operación Mangosta, nombre dado finalmente al proyecto, el cual preveía acciones de comando, suministro a las bandas armadas, sabotajes masivos, atentados, subversión interna por medio de organizaciones contrarrevolucionarias, apoyado todo por el aislamiento diplomático y una gran guerra mediática contra Cuba.
En la Unión Soviética, el presidente del presídium del Soviet Supremo del Partido Comunista y primer ministro Nikita S. Jruschov, concibió la idea de proponer a la dirección cubana la ubicación de cohetes nucleares de alcance medio e intermedio en la isla, como factor capaz de evitar la agresión norteamericana.
Hubo una visita de altos emisarios soviéticos a La Habana, lo que luego de un análisis exhaustivo y el viaje a Moscú de sucesivas delegaciones encabezadas por Raúl Castro y el Che Guevara, fue concertada como acuerdo bilateral, poniéndose en práctica la ultrasecreta Operación Anadyr.
Pero en un primer momento, la propuesta, que expresaba el propósito de la dirección soviética de impedir con la presencia de los cohetes nucleares en la isla la proyectada invasión militar directa por parte de Estados Unidos, recibió la objeción cubana de que no era necesario, por cuanto bastaría con una declaración firme de la URSS con la advertencia de que una agresión a Cuba sería considerada como un acto de guerra contra la mayor potencia socialista.
Sin embargo, pronto conocerían Fidel y la dirección cubana que el alcance de la decisión de enviar los cohetes a Cuba tenía, además, el propósito de contribuir a compensar la inferioridad soviética en cohetes portadores, que era de 5 a 1 y en cargas nucleares, 17 a 1 a favor de Estados Unidos, y lo mismo ocurría con el número de bombarderos estratégicos, con un agravante: EE.UU. disponía de misiles de alcance medio en Italia y Turquía, apuntados contra territorio soviético y de sus aliados, capaces de impactar en la URSS en un lapso de 10 minutos.
Aunque Fidel no conocía entonces en detalle esa realidad, sí la intuía, y por solidaridad entre amigos fraternos, el líder cubano aceptó correr todos los riesgos por la seguridad de países que, liderados por la URSS, estaban a su vez dispuestos afrontar el peligro por defender la integridad y soberanía de Cuba. Adoptada la decisión, se puso en marcha la Operación Anadyr. Se trataba de trasladar a Cuba una división de misiles nucleares con tres regimientos de misiles R-12 y dos regimientos de R-14, equipamiento técnico para esas armas, decenas de baterías de misiles antiaéreos, artillería antiaérea de varios calibres —hasta 100 milímetros—, tanques, transportadores blindados, armas de infantería y cerca de 43 000 hombres, todo lo cual requirió 85 barcos que hicieron 185 travesías entre varios puertos soviéticos y cubanos.
Surgió entonces en torno a Anadyr otra divergencia de opiniones, pues mientras Jruschov insistía en que se ejecutara en el mayor secreto, Fidel estimaba que, en tanto se trataba de un acuerdo soberano entre países que no violaba ninguna ley internacional ni la Carta de la ONU, debía hacerse público desde un primer momento o, incluso, mientras se realizase, lo que evitaría dar pretextos al enemigo para emprender cualquier tipo de acción ofensiva.
FIDEL, UN HOMBRE DE ALTOS QUILATES
Tal como advirtieron a sus amigos soviéticos las autoridades cubanas, iba a resultar muy difícil mantener el secreto sobre una operación tan grande de traslado de hombres, armas y el consiguiente emplazamiento de los misiles, sobre todo porque Cuba era sobrevolada por satélites y aviones espía U-2 estadounidenses que mantenían un monitoreo constante sobre la isla.
Fue así como, en las primeras horas de la mañana del domingo 14 de octubre un U-2 yanqui fotografió una gran área de la occidental provincia de Pinar del Río y al ser procesadas las fotos al día siguiente se detectó un emplazamiento de cohetes R-12 en las inmediaciones de San Cristóbal. El hecho fue notificado a Kennedy en la mañana del 16, y el Presidente decidió constituir de inmediato un Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional (ExCom) con la misión de analizar la situación y proponer las medidas pertinentes.
Aunque fingió todavía por unas horas proseguir con sus actividades normales, el mandatario se puso a tiempo completo en función de la crisis que estaba por desatarse, con órdenes de arreciar el monitoreo sobre Cuba, empezar a concentrar tropas y aviones en el sur de Estados Unidos y el área del Caribe y analizar las propuestas de acción del ExCom, decidiéndose por la que le pareció menos peligrosa: decretar una cuarentena sobre Cuba y exigir la retirada de los cohetes soviéticos, pues dejaba abierto el camino para una solución negociada.
El 21 de octubre se detectó un movimiento inusitado en la Base Naval de Guantánamo cuando empezó el reforzamiento militar de ese enclave y la evacuación del personal civil, y a mediodía del 22, el secretario de Prensa de la Casa Blanca, Pierre Salinger, anunció una intervención especial del presidente Kennedy para todo el país en la tarde-noche de ese día.
El Comandante en Jefe no necesitó más indicios para tomar la iniciativa, y, sin esperar la intervención de Kennedy, puso a las 3 y 50 de la tarde en Alerta de Combate a las Fuerzas Armadas Revolucionarias y, adelantándose en hora y media a la comparecencia pública del jefe adversario, decretó a las 5 y 35 la ¡Alarma de Combate!, en cumplimiento de la cual empezaron a ocupar sus posiciones 54 divisiones del Ejército y un número elevado de unidades auxiliares que fueron secundadas por milicias en número total de 400 000 hombres, a los que se sumaron los 42 000 combatientes de la Agrupación de Tropas Soviéticas.
La anunciada intervención de Kennedy tuvo el impacto melodramático de enterar de golpe al planeta de que estaba a las puertas de un holocausto nuclear. El presidente aprovechó el secreto ordenado por Jruschov para poner a EE.UU. en la condición de víctima traicionada y a la URSS como potencia agresora. Entretanto, la representación de la isla en la ONU emprendió la batalla diplomática para denunciar la política sistemática de Washington encaminada a preparar el terreno para la agresión directa. Los argumentos eran tan sólidos que el entonces secretario general interino de Naciones Unidas, el birmano U’Thant, dio la razón a Cuba e hizo todo de su parte para buscar una solución negociada.
Fidel dio a Raúl Castro la misión de ir a Oriente a encabezar al Ejército Oriental y al Che de marchar a Pinar del Río, mientras Almeida estaba al frente de la defensa de la región central del país. Aquella semana crucial vio al líder cubano multiplicarse en mil acciones de reforzamiento de la capacidad defensiva, como cuando ordenó movilizar cientos de baterías antiaéreas para proteger las instalaciones coheteriles soviéticas y los recintos de sus tropas, ante los vuelos insolentes de los aviones de USA que podían dar un primer golpe decisivo.
Asimismo, el Comandante en Jefe instruyó el apoyo a las tropas movilizadas por parte de las organizaciones de masas de las regiones donde se ubicaban y él mismo recorrió las trincheras y compartió con los combatientes, insuflándoles decisión de lucha y fe en la victoria.
Al cabo de siete días de tensiones sobrehumanas, Kennedy y Jruschov llegaron a un acuerdo mediante el cual la URSS retiraría sus cohetes y ojivas nucleares de la isla, a cambio de retirar a su vez los misiles que EE.UU. tenía en Turquía e Italia, así como la promesa por parte de Washington de no atacar a Cuba.
Si mucho había brillado Fidel hasta ese momento junto a su pueblo, mucho brillaría ahora, pues rechazó públicamente la decisión concertada entre las dos grandes potencias sin consultar a Cuba y se negó de plano a permitir la inspección por parte de EE.UU. a los emplazamientos de misiles en el territorio nacional, la que finalmente se haría en el mar.
CINCO PUNTOS DE LA DIGNIDAD
En respuesta al acuerdo unilateral, Fidel esgrimió los Cinco Puntos que Cuba ponía como condición para solucionar la Crisis, los cuales incluían el cese del bloqueo económico de Estados Unidos contra nuestro país; el cese de todas las actividades subversivas; cese de los ataques piratas; cese de las violaciones de nuestro espacio aéreo y, por último, la retirada de la Base Naval de Guantánamo y devolución del territorio cubano ocupado por Estados Unidos.
Una vez más, U’Thant dio la razón a Cuba y Estados Unidos, tras un impasse de exigencias y chantajes, finalmente no tuvo más remedio que decretar el final de la cuarentena naval el 20 de noviembre de 1962.
La valoración más adecuada acerca de la proyección de Fidel durante la Crisis de Octubre de 1962, la dio el Che cuando, en su carta de despedida al pueblo de Cuba, expresó: “He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días”.
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