“Muchachitas, nos vemos el lunes”, fue la despedida que se le escuchó el pasado viernes 14 de mayo cuando ya llevaba el bolso colgándole en el hombro y la sombrilla en una mano antes de poner un pie fuera de la Fiscalía Municipal de La Sierpe y dirigirse, como cada día, hasta el punto de embarque del poblado. Lo dijo en tono de “hasta luego” sin presentir siquiera que, desdichadamente, era un adiós.
Porque si algo era rutinario en la vida de Nirielis Cabrera Hernández, desde hace unos años fiscal jefa de La Sierpe, era aquel ir y venir desde La Junta, donde vivía, hasta La Sierpe, donde trabajaba. Lo mismo llegaba a la Fiscalía encima de un camión horas y horas después de amanecer en la carretera que regresaba en un carro ligero a casa. Y, dicen, que nada le nublaba la sonrisa: ni la mala suerte en la botella, ni el tabardillo del que se quejaba cuando casi ningún carro le paraba, ni los casos más peliagudos que llegaban hasta su buró.
Aquel viernes tampoco fue diferente. A eso de las cuatro de la tarde no había un nubarrón que presagiara las ráfagas de viento y los granizos que sobrevendrían en minutos, aunque a decir verdad cuando escampara arrasaría una tormenta más repentina y más dolorosa que la inclemente lluvia.
A esas horas cuando el agua arreciaba y los vientos chillaban como pocas veces en La Sierpe, Nirieles siguió sentada en la parada para guarecerse. Dicen quienes la conocieron que debió quedarse allí porque no solía tenerle miedo a nada, el mismo arrojo que la impulsaba a no negarse a resolver un asunto, por complejo que fuera, desde que era una recién graduada en Derecho o a llevar las riendas de la Fiscalía Municipal con una humildad que contrastaba con la rectitud de su carácter.
O debió quedarse sentada en aquella parada, tal vez, porque en ese instante nadie puede creer que un vendaval se lo llevará a uno también consigo.
Demasiado arriesgada para amilanarse. Demasiada alegría siempre como para que sobreviniera un aluvión de tristeza. Porque en aquella familia en que se ha convertido la Fiscalía Municipal no era tan solo la jefa; también, la sonrisa, la diversión, el café compartido, la naturalidad hecha persona, la guajira a la que le gustaban tanto los perros como los zapatos altos, la muchacha inteligente que de solo preguntarle un número te recitaba todos los datos sin necesidad de guiarse por un papel, la que llevaba los asuntos penales, la persona cariñosa que se resistía a que la COVID-19 la condenara a aquel saludo sin besos ni abrazos.
Nirielis era la fiscal justa en el estrado y, al mismo tiempo, la madre embobecida de Nelis Mabel, la pequeña de tres años a la que tardó más tiempo en concebir que en separarse.
Por tanta vida por vivir o porque uno no se resigna a la fatalidad del destino, nadie podía imaginar que aquel árbol que se había desplomado con los vientos sobre el punto de embarque hasta destruirlo también la había sepultado. Y las casualidades, las llamadas a su móvil sin respuesta, la fe en que del otro lado de la línea dijera: “Mima, ya voy en camino”, y la sombrilla y el bolso inconfundibles en medio de aquella escena desgarradora.
Justo en la tarde cuando el cielo se despejaba después de tanta lluvia anochecía en La Sierpe. Porque hay tristezas hondísimas que no escampan y devastan más que las tormentas. Tal vez, por eso, hoy todavía parece que en cualquier momento por aquella puerta entrará con dos panes con minutas en una mano y el vaso de refresco en la otra, el bolso colgándole del hombro, más allá la sombrilla y el habitual saludo: “Muchachitas, llegué”.
Por dios cada vez que me viene este trágico momento a la mente, se me hace un nudo en la garganta que no me deja ni pensar, me acaba de pasar cumpliendo con mi función de fiscal ante un proceso complejo y tuve que detenerme, no pude continuar porque me brotaron lágrimas de mis ojos, lamentando lo sucedido y preguntándome continuamente ¿por qué a ella?
Muy lamentable y triste esa pérdida. Para todos, sus seres queridos. Su hijita.
Dios mío… qué triste esta historia acabada de narrar y suceder…Dios la tenga en su santa Gloria…amén…
Muy triste, sobre todo para los que la conocimos, la última vez que nos vimos con una de sus amplias sonrisas me dijo -sabia que siempre estoy apurada- «NO TE PREOCUPES, LO MÍO ES RÁPIDO».?