Cuando surgió la COVID-19, la enfermedad se interpretó como una infección viral grave respiratoria y, en los primeros meses, la atención de los especialistas se concentró en ese aspecto, pero con el aumento de casos y su expansión se vio que se trataba de un padecimiento multisistémico, con repercusión generalizada en el organismo y secuelas.
Uno de los órganos más propensos a sufrir afectaciones por el SARS-CoV-2, coronavirus causante de la COVID-19, es el riñón, aunque existen muy pocos reportes internacionales del daño renal en comparación con los desarrollados sobre otras complicaciones asociadas a ese agente patógeno, detectado por vez primera en China, a finales de 2019.
Ante la necesidad de ahondar en este tema, el Instituto de Nefrología Doctor Abelardo Buch López, de Cuba, comenzó una investigación conjunta con el hospital capitalino clínico, quirúrgico y docente Salvador Allende, para determinar el impacto renal de la COVID-19 en convalecientes.
Sobre el avance de este análisis, próximo a concluir, brindó detalles en exclusiva a la Agencia Cubana de Noticias el doctor en Ciencias Raúl Herrera Valdés, jefe del Grupo Nacional de Nefrología y líder del proyecto.
¿En qué etapa se encuentra el estudio?
En estos momentos estamos terminando de procesar los resultados de los sujetos participantes para determinar su estado al año de haberse recuperado de la enfermedad, y esperamos culminar la investigación en las próximas semanas.
¿Cuáles son las conclusiones más relevantes hasta la fecha?
El análisis ha demostrado que en Cuba existen más pacientes con daño renal, luego de la COVID-19, que en etapas previas, dado que la prevalencia habitual de la enfermedad renal crónica en el país es de alrededor del 10 por ciento.
Asimismo, se constató que en los egresados persisten biomoléculas de inflamación perjudiciales para el organismo, donde los órganos quedan con determinada vulnerabilidad por los daños ocasionados en la fase activa de la enfermedad, lo cual se refleja en la llamada tormenta de citocinas.
También se corroboró que aquellos con mayor daño son quienes presentan más comorbilidades, pues esos factores pueden conllevar a un estado inflamatorio crónico persistente y aumentar el riesgo de progreso de la afección renal.
Similar ocurre con los de edades por encima de 60 años, propensos a un nivel de deterioro renal más elevado que el resto de los pacientes.
¿Qué otros datos develará la investigación?
Resta comprobar estos resultados al año del egreso, para constatar si existe una mejoría del estado de salud de los convalecientes, si se mantienen los trastornos renales o si ha habido un progreso de la afectación.
Además, sería interesante comparar estos datos con los de otros países, y más adelante quizás estudiar el impacto del virus en el riñón en un contexto de circulación de cepas más agresivas del patógeno, como la Delta, que ha demostrado un alto nivel de contagiosidad y mayor riesgo de gravedad en los infectados.
La investigación se realizó en el primer semestre de 2020, en la etapa relativamente noble de la pandemia en relación a estos momentos; ahora por la exacerbación de la enfermedad es presumible que exista un superior grado de daño a nivel de riñón en la fase activa y, por tanto, mayor vulnerabilidad renal en los convalecientes.
¿Cuál es el tratamiento a seguir con los convalecientes de COVID-19 que presentan daño renal?
El tratamiento de estos pacientes es fundamentalmente actuar sobre los factores de progresión, que aceleran la evolución de la enfermedad, en específico mantener el control de la presión arterial, de la glicemia en el caso de los diabéticos, de la excreción de proteínas por la orina, del colesterol y los triglicéridos elevados, del ácido úrico y el exceso de peso.
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