El simple anuncio de que había ajiaco en el almuerzo era motivación en la casa. El plato de la cocina cubana que más reunía a todos a la mesa con entusiasmo era ese caldo milagroso, con tantos tipos de vianda como aparecieran, carne de cerdo, pollo o costillas de res, sazonado con especias y aderezado con limón o naranja agria.
La mezcla del boniato con la papa, la malanga, la calabaza y el plátano, el comino, el ajo, el ají, la cebolla y la carne siempre ha sido un recurso salvador en las buenas y las malas de la vida. Levanta un muerto, decía mi abuela, y tenía razón: era un suero de energías que, acompañado de pan tostado o no, daba fuerzas, curaba una gripe, ayudaba a reponerte.
Con tantas variantes en las distintas regiones de Cuba y el Caribe, el ajiaco define esa mezcla cultural de la que tanto hablamos y de la cual definitivamente somos hijos. Cuando Don Fernando Ortiz definió con ese vocablo la cultura cubana, lo hizo consciente de que el sabroso plato reunía un legado que iba más allá del simple acto de saber cocinar. En el portentoso caldo está la justa medida de lo nacional, con sus momentos dulces, con sus instantes difíciles y hasta amargos. Sus palabras calaron tanto que hasta hoy repetimos (unas veces con sapiencia, otras por simple maniqueísmo), que Cuba es un ajiaco cuando nos referimos a la diversidad y riqueza de la identidad cultural del país.
Es cierto que en los últimos años el ajiaco no está tan de moda como plato que convoca a la familia, quizás por las siempre complicadas relaciones entre los agromercados y la mesa de nuestras casas, quizás por el éxito de la comida rápida y lo agitado de la vida. Antes las mujeres estaban en la casa, con todo el tiempo y hasta la obligación de cocinar y hacerlo bien. Hoy tienen que simplificar más, son más libres al estar en todos los espacios sociales, trabajan, tienen la independencia que otrora era una quimera.
También en los últimos 30 y tantos años se ha puesto de moda la caldosa, un caldo más espeso y que ha resultado la comunión perfecta en los barrios cubanos. Aun resuena el estribillo de aquella canción que cantaba el Jilguero de Cienfuegos en Palmas y Cañas y que logró ser un éxito musical que sonaba a toda hora.
La caldosa de Kike y Marina puso en el centro del acontecer cubano ese momento único cuando los vecinos de la cuadra dejaban a un lado cualquier diferencia comunal para esperar juntos el 28 de septiembre, fecha de constitución de los Comités de Defensa de la Revolución. Y ha calado tanto ese espacio que no hay momento de celebración colectiva y hasta familiar que no incluya una buena caldosa.
Cuando celebramos el Día de la Cultura Cubana, cuando recordamos que hace 153 años se entonaron por primera vez las notas de nuestro Himno Nacional, no puedes pasar por alto que la esencia misma de la nación se cuece en las cocinas de nuestras casas, en los gestos de humanismo y perseverancia de nuestras familias. Por esa comunión empieza todo y son esas experiencias de vida reunidas alrededor de una olla de ajiaco o caldosa las que luego se levantan y recorren el mundo desde las expresiones artísticas más variopintas, con estéticas sorprendentes, discursos hasta divergentes, pero con el sabor y los colores de una nación que debe a sus hijos nobleza, independencia y luz, mucha luz.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.