Los tiros en ráfaga les cortaron el paso. Mucho antes esos dos autos Toyota Probox habían frenado en seco y se habían apostado en medio del camino. Luego, aquellos hombres armas en mano comenzaron a ametrallar también todas las zozobras.
Eran las nueve de la mañana del 12 de abril en Banisa, ese caserío disperso y polvoriento del Condado de Mandera, en Kenia. A esa hora Assel Herrera y Landy Rodríguez, médicos cubanos que desde junio del pasado año laboraban allí, iban camino al trabajo. Pura rutina: levantarse, abordar aquel coche asignado por el Condado —en compañía de dos guardias— y recorrer 5 kilómetros hasta el hospital para dar consulta uno; el otro, para operar los casos previstos desde el día anterior.
Y en tan solo minutos la vida de cabeza. La emboscada y los disparos y Katambo, el joven oficial que fungía de guardaespaldas, disparando también y muriendo en plena calle.
Fue la última vez que vieron a Assel y a Landy, en medio del tiroteo y conducidos por los captores. Desaparecieron como la pólvora misma. Para entonces el único rastro que dejaron fue la huella polvorienta de aquel auto que cruzó en estampida la frontera hacia Somalia.
DE MÉDICOS
Rosalía Herrera Furrozola los vio esa mañana en las noticias. En el noticiero matutino de Citizen TV, uno de los canales televisivos de Kenia, el rostro de sus compañeros aparecía una y otra vez con aquel cintillo increíble: “Secuestrados”. Se lo confirmaba vía telefónica Damodar Peña, jefe de la misión médica cubana en Kenia: no era manipulación mediática; se trataba de un rapto.
A Assel y a Landy los había conocido meses atrás cuando aún en Cuba cursaron juntos el curso de Inglés. Luego coincidirían también como parte del centenar de médicos que en junio de 2018 llegaban a Kenia para sanar. Ella, nefróloga, sería la única doctora espirituana ubicada en el hospital nivel 5 de referencia, situado en Embu, una ciudad al Centro de Kenia —otros cinco espirituanos permanecen en el país africano—; ellos irían a Mandera, un poblado fronterizo con tierra somalí.
“No he dejado de trabajar —asegura Rosalía—. Estamos asustados y muy preocupados, pero aquí en el hotel del Gobierno, donde vivimos, y en el hospital tenemos buena seguridad. También disponemos de un chofer y un carro para ir y regresar del hospital”.
Tampoco está sola, una neuróloga camagüeyana trabaja con ella. Son las únicas cubanas en aquel centro asistencial del gobierno, donde todo se cobra, donde solo se habla swahili e inglés, donde jamás había existido un nefrólogo y donde hoy muchos enfermos se salvan.
Más de un centenar de pacientes atiende cada semana: entre los que se hallan en la unidad de diálisis, los que se encuentran en la Unidad de Cuidados Intensivos, los que llegan a la Maternidad o a los servicios de Pediatría.
“Sigo trabajando de lunes a viernes de ocho de la mañana a cuatro de la tarde y si el fin de semana me necesitan para algún caso vienen y me buscan. Las hemodiálisis son todos los días, menos el miércoles que se hace desinfección de las máquinas y tengo una consulta clínica donde atiendo todas las patologías renales”.
Sucede invariablemente hasta hoy, cuando todavía el suceso del secuestro a los doctores la consterna como al resto del mundo.
“Nuestro jefe de misión nos escribe por correo electrónico durante todo el día acerca de la situación de nuestros colegas y lo que se está haciendo en el país —acota—. Algunos piensan que los hayan llevado a curar heridos de guerra, porque han dicho que en otras ocasiones ha pasado con médicos kenianos y los han devuelto. Esperemos que sea esa la situación de nuestros compañeros”.
DEL SECUESTRO
Aquella misma mañana del 12 de abril, cuando el olor de la metralla pesaba hasta en el aire, la policía daba la alerta de seguridad y Ali Roba, el gobernador de Mandera, declaraba a The Star, un medio local: “Hacemos un llamamiento a las agencias de seguridad para que hagan lo que sea necesario para salvar la vida de nuestros médicos cubanos y para que vuelvan del cautiverio. Envié mis condolencias a la familia del oficial fallecido”.
A estas alturas se suponía que los raptores pertenecen a Al Shabaab —una organización terrorista vinculada a Al Qaeda que ha perpetrado otros hechos similares en Kenia— y presumiblemente los galenos de Cuba habían sido llevados a Somalia.
Ese mismo día el consejo de ancianos de Mandera cruzó también la frontera para negociar con sus homólogos: los representantes comunitarios de Beled Hawo. De las negociaciones una noticia trascendió entonces como esperanza: las víctimas están vivas y están siendo trasladadas de un lugar a otro.
La nota emitida entonces por el Ministerio de Salud Pública de Cuba daba fe de los canales de comunicación establecidos con las autoridades de Kenia, de la información oportuna a los familiares, de la creación de un grupo de trabajo gubernamental para dar seguimiento a “tan sensible asunto”.
Y lo revelado por las investigaciones emprendidas comenzó a atar pistas también: que si el carro del Condado había sido rescatado, que si uno de los oficiales —hasta ahora innombrado— se había dado a la fuga, que si la ATPU —la unidad antiterrorista de la policía— sospecha que Issac Ibrein Elbow, el chofer de los galenos, estaba en complot con los captores y, por tanto, permanecerá otros 15 días detenido…
Como mismo se reforzaron las acciones de rastreo por tierra y los helicópteros empezaron a surcar más de una vez el cielo, comenzó a desplegarse otro rescate: el de la solidaridad.
#Cuba se esfuerza sin descanso por el retorno a salvo de Assel y Landy, nuestros médicos secuestrados en Kenya. Con ellos y sus seres queridos compartimos la certeza de que su misión humanitaria será respetada y reconocida. Creemos en el poder de la Solidaridad #SomosCuba pic.twitter.com/2XVNgyDeDA
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) April 14, 2019
En Twitter, Miguel Díaz-CanelBermúdez, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, escribía: “Cuba se esfuerza sin descanso por el retorno a salvo de Assel y Landy, nuestros médicos secuestrados en Kenya. Con ellos y sus seres queridos compartimos la certeza de que su misión humanitaria será respetada y reconocida. Creemos en el poder de la solidaridad # SomosCuba”. En esa propia red social y en Facebook, indistintamente, Bruno Rodríguez Parrilla, canciller cubano, y José Ángel Portal Miranda, ministro de salud, informaban de sus intercambios constantes con los homólogos kenianos. Otros vicepresidentes del Consejo de Estado y Ministros de la isla expresaban su apoyo y hasta el doctor Tedros Adhanom Gebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), lamentaba el secuestro de los médicos cubanos.
Mientras, en Kenia se toman otras providencias: el traslado hacia Nairobi de cerca de una decena de médicos cubanos que trabajaban en Lamu, Garissa y Wajir.
Fue antes. El lunes un rastreo aportaba más que unas cuantas coordenadas, era también una brújula de vida. Una ubicación localizaba a Assel y Landy en los 1 ° 5′0 «N 42 ° 35′0» E, en El-Adde, ciudad en la región suroeste de Gedo, Somalia.
Y el martes pasado el tuit del corresponsal de Telesur en África Oskar Epelde (@oskarteleSUR) empezaba a compartir certidumbres: “La RTN Somalí informa que los médicos cubanos fueron vistos con vida en la zona boscosa de Halaango, cerca de Barawe, 4 días después del secuestro”.
DE ESPERANZAS
A esas certezas se aferran todos. A estas horas son las noticias más alentadoras, quizás, que han escuchado Martha Hernández, la madre de Landy, o Ada Correa y Antonio Herrera, los padres de Assel.
Cuando los periodistas tocaron también las puertas de sus casas —en Placetas, Villa Clara, y en Delicias, Las Tunas, respectivamente— acaso por esa tozudez infranqueable de todo padre convinieron: sus hijos estarán a salvo.
Lo cree también Rosalía, que en estos 10 meses de estancia en Kenia ha podido vivir similares experiencias a la de sus colegas: las colas interminables a su espera en cada consulta, el abrazo de los pacientes como muestra de tanta gratitud, el dolor por la muerte de un niño que su familia no tiene unos cuantos chelines para pagar costosos tratamientos, la recompensa de quienes se salvan.
A ella, como confesarían Assel y Landy en aquella entrevista ofrecida meses atrás a Citizen TV, también le ha costado adaptarse a tantos dialectos: “La barrera del idioma es el mayor desafío”, dijo uno de ellos. “Tengo ganas de oír a las personas hablar español a mi alrededor”, me escribió ella.
Igual le ha pasado con la comida cocinada con canela y jengibre o con el té con leche que le hizo decir a Landy que le costaba diferenciar la leche de camello de la de vaca. Las mismas costumbres en Mandera y en Embu; la misma porfía por salvar en ambos lugares.
Les ha sucedido a todos. Tanto que Rosalía comentaba: “Ya los pacientes nos dicen que nos quedemos aquí, que qué va a ser de ellos después de estos dos años. Los pacientes nos quieren, incluso, se han solidarizado con la situación y nos preguntan a diario por noticias nuevas”.
Y las imágenes de allá muestran a no pocos kenianos con carteles en el pecho exigiendo el retorno de sus médicos. En Mandera, los bancos de las consultas, quizás, estén más vacíos y el eco de aquel tiroteo intempestivo perturba aún a quienes lo escucharon.
Del otro lado del mundo se agradece tanto acompañamiento. Mientras, muchos prefieren asirse a las fotografías que devuelven a Landy y a Assel de bata blanca y estetoscopios en el cuello o a las que los muestran en aquel abrazo desenfrenado a sus hijas. De este lado del mundo, la esperanza se va volviendo aliento diario, ese que presagia el más esperado de los regresos.
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