Alguien me habló de él. “Pregunta por Mananito en el Camino de La Habana, allí todo el mundo lo conoce. El día en que murió nuestro Comandante en Jefe plantó una bandera cubana y otra del 26 de Julio a ambos lados de la calle y desde entonces siguen allí”, relató el conocido.
Los estandartes no eran visibles al momento de la llegada de Escambray y eso llamó nuestra atención, pero es que Armando López Matienzo, el hombre que los iza por las mañanas y los retira en las tardes, ha optado en los últimos tiempos por colocarlos de tanto en tanto, en fechas señaladas, debido al deterioro de las piezas.
“Para conseguir las banderas me apoyo en viejas amistades y también en instituciones, como el Partido, el Minint y el Gobierno. En todos estos años no me han faltado, aunque el sol y la lluvia las deterioran y por eso determiné sacarlas en fechas señaladas, como el Primero de Mayo, el 26 de Julio, los aniversarios de la partida del Jefe y, claro está, en las conmemoraciones del triunfo de la Revolución”, comenta entusiasmado.
Trabajador desde los 17 años, con predominio en el sector del Transporte, Mananito es también internacionalista: combatió en Angola en dos misiones sucesivas. Asume responsabilidades en su CDR, amén de ser un líder natural a quien todos conocen en la zona.
“Soy trabajador por cuenta propia desde el período especial y ahora atiendo una finca, como asociado a una Unidad Básica de Producción Agropecuaria. Pero la pizzería, que es ya un negocio familiar, nació en los años 90, cuando por solicitud del delegado de circunscripción, Jesús Alcalde Monzón, accedí a abrir un merendero para ofertar comestibles a la comunidad”, declara.
Ya las pizzas no suelen ser de yuca y boniato, como al comienzo, y el puesto de venta, que incluye croquetas y refrescos, entre otras ofertas, se ha constituido en un referente para ubicar al hombre de las banderas, como sucedió con este equipo reporteril. Ha seguido vendiendo, cuenta, hasta bajo el azote de algún ciclón, como aquella vez que se auxilió de dos faroles chinos para no detener el servicio en medio de la prolongada interrupción eléctrica.
Para que las banderas ondearan a sus anchas él debió colocar un tubo a cada lado de la línea férrea que secciona el camino, justo al lado de su vivienda; cada vez debe auxiliarse de una escalera, pues hacerlas visibles desde lejos es la primera de sus intenciones.
“Para mí la Revolución cubana es lo máximo; ha hecho el bien lo mismo por el cojo que por el manco, el tuerto, el negro o el blanco, por to’ el mundo. Busca otro lugar del planeta donde no se discrimine a nadie, que no lo vas a hallar”, ilustra de modo campechano.
Piensa mucho en el altísimo costo para la nación de los esfuerzos que se realizan en aras de detener la pandemia de COVID-19. Le inquietan la irresponsabilidad y las indisciplinas que a diario se manifiestan en la conducta de grupos de personas; deplora que se actúe de manera egoísta y no con mentalidad de colectivismo.
“Más vale la vida de un ser humano que todo el dinero junto; el dinero, a la larga, si se tiene como un fin termina haciendo daño.
El que quiera hacerse el ciego ese es su problema, pero está muy claro lo que ha significado la Revolución cubana, fíjate, que hasta quienes más la critican vienen acá de vez en cuando, a disfrutar de las bondades de nuestro sistema socialista”, razona con su típico verbo, en el que a veces las palabras se atropellan.
Mananito no solo es el abanderado de la zona, en el sentido directo de la palabra; también se ha erigido en vigilante de esas dos piezas que para él representan la lealtad y la disposición a la lucha, si fuera necesario. “Las aguas están mansas, pero hay cocodrilos; el que me toque una bandera tiene que matarme”, declara con la pasión de quien ha visto mucho y no cree en cuentos de camino, ni en fantoches esforzados en desprestigiar la nación para servírsela en bandeja de plata el enemigo.
“Si tuvieran un átomo de moral no actuarían así. En este país hay vida hasta para el animal más insignificante, pero el que no lo quiera que no viva en él”, alega mientras camina hacia la casa, luego de colocar en sus mástiles respectivos primero la tela rojinegra y luego la tricolor, con el triángulo rojo y una estrella en su centro.
Se hizo obrero calificado en Checoslovaquia, cuenta, a través de un programa auspiciado por el Consejo de Ayuda Mutua Económica. Allá conoció a su actual esposa.
Le enorgullece que toda su familia comparta la determinación de mantener las banderas en alto, a modo de tributo perpetuo. “Mi homenaje no es solo a Fidel, sino también a los mártires nuestros en cada una de las guerras, y a la Patria. Ahí estarán hasta que yo deje de existir. Y es muy posible que se mantengan después, porque procuraré que mis hijos y nietos asuman la misión”.
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