Juan Modesto Castillo Claro, actor de teatro para niños, otrora director de teatro Piramidal, creador del personaje Tato Zapato, es una criatura escénica que ha contaminado de alegría cada rincón de nuestra ciudad.
Obligados por la situación epidemiológica que impone la COVID-19, converso a distancia con este genuino artista del clown, un hombre que sintetiza la frescura de su oficio, la inteligencia, la cultura libresca y el extraordinario valor para enfrentar la adversidad.
Nos conocemos hace algunos años. Todavía recuerdo una conversación que sostuvimos en el Centro Provincial de Casas de Cultura, en los años 90. Inquieto como estabas con la actuación, buscabas un camino para hacerte un clown, quizá sin saber que lo eras en potencia. Coméntame sobre tus primeros pasos y cómo interpretas la evolución que has experimentado como creador hasta el día de hoy.
Es como ir de la oscuridad a la luz. Es el nacimiento de una semilla. La ruptura de esa semilla. Ahora bien, esa semilla nace por el referente del circo, que era lo que más pasaba por Perea, el pueblito de Yaguajay donde nací y me crié. Es un referente burdo quizás, pero fue importante para mí. Conservo un vago recuerdo del Guiñol de Remedios cuando se presentaba en Perea con unos títeres muy chiquitos, pero que me llenaban de inquietud.
En todo ese tiempo, esa semilla de la que te hablaba crecía dentro de mí: fui militar, jefe de recursos humanos… Entonces me encontré un texto que me gustó mucho, era un libro de Dora Alonso. Cuando fui a hablar con Jorge Félix Fariñas —en aquel entonces metodólogo provincial de teatro del Centro Provincial de Casas de Cultura— llevaba conmigo El caballito Blanco, de Dora Alonso. En aquellos años no tenía clara la idea acerca de lo que era un clown (un payaso).
Cuando se habla contigo se tiene la impresión de estar frente a un hombre alejado del dolor y el padecer. ¿Cómo resuelves el acto de vivir y seguir haciendo felices a los demás por medio del teatro, a pesar de todo?
Eso parece contraproducente. Cabría preguntarse: ¿cuánto dolor, sufrimiento, cuánta enfermedad lleva uno por dentro. Sin embargo, sonrío, trabajo, hago reír y hago pensar a los niños. La gente me sigue. Ese hecho de que la gente me siga es algo muy lindo, que la gente sonría, que la gente sea un poquito feliz. Ese hecho me hace más fuerte cada día, eso es lo que me hace trabajar por encima de todos los pesares de la vida, que son muchos. Es muy lindo y estimulante que un niño te traiga un caramelo y te diga: “Tato, te regalo este caramelo”; “Tato, ¿cuándo tienes función?”; “Tato, vete a mi cumpleaños”. Eso es lo que me hace seguir viviendo y trabajar a pesar de todo. Por supuesto, mi familia y mis amigos son muy importantes, pero eso es un impulso vital para mí, para seguir haciendo mi Tato Zapato.
La interpretación general de la gente de a pie acerca de un payaso es la de un ser medio atontado, sin información, formación y cultura general. Háblanos un poco de tu bregar en el oficio y de tu biografía como artista del clown.
Las personas ven al clown como la imagen, pero no ven lo que está en su interior. No saben que el clown tiene que ser un maestro. Tiene que ser ético, estético y didáctico. El día que el clown deje de ser un maestro, entonces es un mamarracho. El clown como personaje es un maestro. Quizá en mis inicios fui también un mamarracho pintoreteado —incluso usé manteca de puerco para diluir el maquillaje que me aplicaba en la cara— pero hemos evolucionado. Hemos entendido lo serio de ser un payaso, de trabajar para los niños, hemos entendido el concepto de clown.
Tengo referentes muy fuertes, tengo imágenes que siempre llevo conmigo, figuras que me impulsan: estoy pensando en PoPov, Edwin Fernández, Charles Chaplin, Ferdinando. Nunca olvido el circo de un palo que pasaba por mi pueblito: un payaso que daba trompicones, se subía en la cuerda floja y se caía. Todos esos referentes al mismo tiempo me han ayudado hasta hoy.
Hablemos sobre la técnica del clown. En Cuba, se dice que existen dos tendencias fundamentales: el clown verbalista defendido por René Fernández y Teatro Papalote, y el clown silente defendido por Teatro Tuyo y Ernesto parra. Me gustaría saber cómo has metabolizado esas influencias.
Yo creo que soy deudor de la escuela de René Fernández, la escuela de Ernesto Parra y Teatro Tuyo, es muy importante, me parece muy interesante, pero tiene la influencia del clown europeo. Por otra parte, René Fernández lo abarca todo, toma lo textual y lo gestual, lo funde y lo cubaniza. Porque frente a un espectáculo de payasos —donde predomina lo gestual— el público se va con lo hermoso del espectáculo, pero no se lleva el mensaje. Fíjate que no es lo mismo llevarse el mensaje que lo hermoso de lo que viste como espectador. René defiende el circo, defiende lo cubano, le pone el color y el sabor de Cuba. Sabemos que el títere vino de Europa, que el clown vino de Europa, pero René lo ha metabolizado, lo ha cubanizado. René Fernández es un clásico y llevó ese clown europeo a un plano entendible para el público cubano. El clown nuestro es un payaso verbalista, alegre, cómico, y si es así, se parece mucho a nosotros. Entonces yo me siento deudor de la escuela de René Fernández y Teatro Papalote.
Una pregunta imprescindible: ¿Qué significa para ti Teatro Garabato?
Lo voy a resumir en pocas palabras: Teatro Garabato fue una escuela, y José Meneses, un maestro para mí.
Confieso que añoro los Pasacalles que hacías junto a Teatro Garabato, añoro Espacio Juglaresco, aquel evento callejero que hoy es ya un recuerdo; las intervenciones callejeras de aquellos años, y siempre que te veo venir, recuerdo aquella acción en la que suspendías un collar para conducir un perrito imaginario. ¿Cuál es el origen de esa idea? ¿Acaso es el perrito que todos queremos conducir?
Ese es el perro que todos añoramos tener, la gente te dice: “Yo no quiero perro”. Porque tiene pulga y porque come, pero todos queremos tener un perro. El perrito se llama Campeón y surgió en el Festival Nacional de Clown Trompoloco, de Cienfuegos. Escuché la promoción del Festival, en aquel momento yo entraba y salía de las artes escénicas, digo entraba y salía de Teatro Garabato, porque era la etapa terrible del autofinanciamiento. Entonces escuché la promoción y me dije: Me voy para allá, y una vez en el festival me surge la pregunta: ¿qué hacer con las manos?, porque en el teatro no todo el mundo sabe qué hacer con las manos, y como respuesta a la pregunta me surge la idea de un perro imaginario. Me conseguí un traje de marinero, maquillaje, un alambre y un cinto, y así, bebiendo de Edwin Fernández y su payaso Trompoloco, surge Campeón: Un perrito salchicha que aún conservo. Un perrito que todas las tardes saco a dar un paseo…
Para cerrar esta entrevista, quiero hacerte una pregunta y dejo así la puerta del porvenir entreabierta: ¿qué espera Juan Modesto Castillo del futuro?
Una carcajada, una sonrisa, mucho amor y muchas flores.
Tato es un gran profesional!
Felicidades, tato, un artista auténtico.
Felicidades Tato. Amigo de la infancia. Te deseo mucha salud y exitos en tu carrera.
Recuerdo cuando viniste al Festival de Cienfuegos nos cruzamos por la calle y hablamos un rato, ya han pasado unos años.