Después de que había indagado por lo humano y lo divino: por los resultados productivos de los últimos tiempos, la estabilidad de la fuerza de trabajo, el procesamiento industrial, la introducción de la ciencia y la tecnología, la vocación exportadora que tanto él ha estimulado…; después de comprender que aquella mañana se encontraba en una de las entidades agrícolas más sólidas del país, «ejemplo de la empresa estatal socialista», según sus propias palabras, el Presidente cubano soltó una pregunta que no parecía muy agropecuaria.
–¿Y ya ustedes tienen una estrategia para comunicar todos estos resultados, para que el país y el mundo sepan lo que se hace en Sur del Jíbaro?
«El Presidente lo que nos quiso decir fue que, además de poner el huevo, hace falta cacarear», concluyó luego, en confianza, uno de aquellos guajiros mansos que jamás en su vida se había detenido a pensar en estrategias y en lo que significa la comunicación social, pero que, por nada del mundo, se pierde día tras día la emisión estelar del Noticiero Nacional de Televisión, a las ocho de la noche.
No se trata de una obsesión de la más alta dirección del Partido y del Gobierno, ni de un esnobismo de última generación o un asunto pasajero elevado a categoría de relevante, comunicar los diferentes procesos que suceden en el país constituye una necesidad perentoria, un factor no pocas veces relegado que mucho puede contribuir a la comprensión de los diferentes asuntos, y hasta catalizar su velocidad y éxito a nivel de sociedad.
Puede ser el regreso de Elián González o los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución; puede ser la Tarea Ordenamiento o el enfrentamiento a la pandemia de la covid-19; puede ser la Serie 60 de la pelota cubana o la Resolución contra el bloqueo económico, comercial y financiero que, año tras año, presenta Cuba en Naciones Unidas. Lo cierto es que no existe una prioridad de la vida nacional que pueda encaminarse, de manera coherente, sin que en ello medie un proceso comunicativo.
Sobre este asunto han escrito estudiosos de medio mundo, y se habló también en el recién concluido 8vo. Congreso del Partido, un evento que, antes de realizarse, ya había sido calificado como el de la continuidad histórica de la Revolución, pero que, para muchos, también fue «el Congreso de la comunicación».
La doctora Rosa Miriam Elizalde, vicepresidenta primera de la Unión de Periodistas de Cuba (upec) e invitada a la reunión, recordaba que la comunicación social constituye un sistema en el que intervienen no solo los medios, sino también las prácticas sociales, las prácticas de gobierno y la regulación en su ejercicio. «Ese entendimiento es esencial –recalcó ella, desde una de las comisiones del evento– en tiempos en que la guerra tecnológica-comunicacional es el eje de la guerra imperialista».
Sobre esto último abundó, en las palabras de clausura, el Presidente Díaz-Canel, ahora también al frente de la dirección del Partido: «La alta concentración, diversidad y complejidad de los medios de comunicación actuales, de las herramientas tecnológicas que sustentan las redes digitales y de los recursos empleados en la generación de contenidos, permiten a grupos poderosos –fundamentalmente desde los países altamente desarrollados–, convertir en patrones universales ideas, gustos, emociones y corrientes ideológicas, muchas veces ajenas al contexto que impactan».
DEL SECRETISMO Y OTROS MALES
Que el General de Ejército Raúl Castro ha sido un crítico sistemático del ejercicio periodístico en Cuba es una verdad incuestionable. Quizá también ha sido la persona que más ha hecho en el país por derrumbar, de una buena vez, el secretismo, un vicio que resulta tan dañino para el Periodismo como para el resto de la sociedad, identificado por muchos como el principal obstáculo de la comunicación social en cualquier circunstancia.
Al presentar el Informe Central al 6to. Congreso del Partido, en abril de 2011, el entonces Segundo Secretario atribuía un papel sustantivo a la prensa nacional en el esclarecimiento y el abordaje, de manera «objetiva, constante y crítica», de la marcha de la actualización del modelo económico, de modo que, con artículos y trabajos «sagaces y concretos –sugería él–, en un lenguaje accesible para todos, se vaya fomentando en el país una cultura sobre estos temas».
Para entonces, Raúl reclamaba dejar atrás, definitivamente, el triunfalismo, la estridencia y el formalismo al abordar la actualidad nacional, y generar materiales «que por su contenido y estilo capturen la atención y estimulen el debate en la opinión pública».
El propio Informe Central reconocía que todo no era culpa de los comunicadores, sino también de un viejo y pernicioso problema que, por décadas, ha venido lastrando el ejercicio profesional en el país: que, a pesar de los acuerdos adoptados por el Partido sobre la política informativa, la mayoría de las veces los periodistas no contaban con el acceso oportuno a la información.
Cinco años después, en 2016, el 7mo. Congreso reconoció avances en las acciones dirigidas a formar una cultura comunicacional en Cuba, y una disminución de las manifestaciones de secretismo en la sociedad, pero criticó que continuaran presentándose vacíos informativos e interpretaciones erróneas a causa de la insuficiente comunicación del proceso de actualización e implementación de las políticas aprobadas.
El Congreso celebrado entre el 16 y el 19 de abril pasados reconoció, como ninguno de los siete celebrados anteriormente, la importancia de la comunicación social para los diferentes procesos, pero también señaló la proliferación de manifestaciones de «triunfalismo, estridencia y superficialidad» en la manera en que los medios abordan la realidad, un mal que es reconocido por el pueblo, y también por el gremio de los periodistas.
LA COMUNICACIÓN NO ES ASUNTO SECUNDARIO
En un escenario muy complicado para la nación, por el efecto combinado de la crisis económica global, la pandemia de la covid-19 y el reforzamiento del bloqueo económico –recuérdese que el cínico apretón de tuerca para impedir el arribo de petróleo a la Isla, que aún nos obliga a hacer malabares para sobrevivir, no ocurrió ayer por la mañana, sino desde mediados de 2019–, la administración de Biden ha reiterado que Cuba no es prioridad para Estados Unidos.
Cualquier ingenuo pudiera creer que ello es una buena noticia en el entendido de que la más poderosa potencia del mundo, que con anterioridad ha incluido al archipiélago contestatario en cuantas listas negras pudieran imaginarse, ahora ha optado por ignorarla; sin embargo, tal enfoque pudiera tener otra lectura: que dejemos de ser una prioridad para ellos también puede significar que no tienen el menor apuro en remover las 243 medidas adoptadas por la administración de Donald Trump para impedir que los cubanos respiren, 55 de ellas rubricadas en el contexto de la pandemia.
Sin la bendición de grandes recursos naturales para salir a flote, limitadas nuestras capacidades financieras, y haciendo mella el consiguiente desabastecimiento del mercado interno, la elevación de precios y una reducción de la capacidad de compra del salario, los adversarios más persistentes se frotan las manos frente a lo que consideran la «tormenta perfecta» para generar el descontento popular y el caos que esperan hace más de seis décadas.
Comunicar nuestras realidades en tales circunstancias, además de las herramientas teóricas y tecnológicas imprescindibles, requiere de aquella suerte de «conspiración» de la que nos hablara Fidel Castro a los periodistas cubanos en ocasión del 7mo. Congreso de la upec, cuando no le alcanzó el día para compartir sus ideas y terminó departiendo con los delegados, ya entrada la madrugada.
Ahora que el país dispone de una política comunicacional en fase de implementación, y que internet y las redes sociales han puesto patas arriba muchos paradigmas en esta materia, el presidente de la upec, Ricardo Ronquillo, ha alertado sobre la importancia de asegurar la información oportuna, de no dejar nuestros espacios a otros, y de enterrar para siempre los silencios dañinos como fórmula para reforzar un sistema de medios públicos que debiera ser robusto, no solo por su estructura y composición, sino –y esto resulta todavía más esencial– por su influencia en la sociedad.
«Tenemos el desafío de contar con voz propia todo lo bueno que se ha hecho, así como lo que puede y debe seguir haciéndose, mostrando nuestras luces y compromisos», decía Díaz-Canel en su discurso de clausura del Congreso, memorable sobre todo por parecerse tanto a la Cuba que habitamos en el día a día.
El Primer Secretario habló de hacer sentir nuestra verdad mediante «un goteo informativo, educativo, ilustrativo sobre cada proyecto, sobre cada escenario de resistencia y de construcción para superar la adversidad», pero sin altisonancias ni alardes, «sin discursos que provoquen agobio y rechazo, con argumentos y sentimientos, desde la sensibilidad y la empatía».
El Presidente cercenó de un tajo el erróneo criterio de que la comunicación es un asunto secundario frente a las urgencias económicas y políticas de la nación –«como si esas urgencias no fueran, en algunos casos –dijo–, resultado de subestimar el peso específico de la comunicación social»–, y llamó a tratar los temas que estremecen a la sociedad, a intercambiar y dar respuesta oportuna desde cualquier institución a la que acudan los ciudadanos, «para favorecer la participación, la transparencia y la rendición de cuentas, para mostrar los ánimos que mueven al país».
Compañero director, cómo marcha la implementación de la Política de Comunicación, aprobada en enero de 2018? De las acciones enunciadas en su cronograma, cuáles ya se han cumplido?