Lo pienso y la sangre me hierve todavía, pues la lectura de esa nota informativa revistió para este redactor la rara propiedad de herirle y ofenderle en grado sumo, y es que, a diferencia de algunos anexionistas que se mueven por ahí, estamos en el bando de Céspedes, Agramonte, Maceo, Martí, Mella, Villena, Guiteras, Fidel y tantos otros que fundaron y dieron razón de ser a este país.
Por eso me pareció un planteamiento injurioso el aserto del analista político neoconservador Bill Kristol, a propósito del debate en el Congreso estadounidense de la propuesta de que al Distrito de Columbia (DC) se le concediera el estatus de estado número 51, cuando Kristol sugirió de forma totalmente desfachatada que se incluyera también a Puerto Rico y Cuba como estados números 52 y 53 de la Unión americana.
En concreto, Kristol expresó textualmente en su cuenta oficial en Twitter: “Una de las razones por las que estoy a favor de la condición de estado del DC: el crecimiento del tamaño de la República y nuestra forma distintiva de crecimiento, admitiendo estados con igual estatus, siempre ha sido una señal de nuestro vigor. 60 años con 50 estados es suficiente. Es hora de que DC, Puerto Rico, Cuba (tan pronto como sea libre), 1 o 2 más…”.
Como se dice vulgarmente, Kristol recibió respuestas de todos los colores a tan descabellado planteamiento, pero por la prominencia de Edward “Ted” Cruz, senador por el estado de Texas y nada simpatizante del proyecto cubano, la prensa destacó las palabras de riposta de este legislador nacido en Canadá, de padre cubano, cuando le espetó: “El síndrome del trastorno de Trump en plena floración: Bill Kristol ahora es demócrata. La estadidad cubana está demasiado lejos incluso para Bernie (tal vez)…”. (En referencia al senador demócrata Bernie Sanders).
A estas palabras del exprecandidato presidencial republicano Ted Cruz respondió Kristol, a su vez, enumerando tres condiciones básicas para que su “propuesta” tomase cuerpo; a saber: “Primero, que los cubanos se deshacen de la dictadura y se hacen libres; segundo, que votan para unirse a los Estados Unidos en condición de estado, y tercero, el Congreso decide si ofrecer la admisión a Cuba y en qué condiciones.
Luego añade el susodicho: “Soy consciente de que esto es poco probable. Pero lo digo en serio acerca de la esperanza del No. 1. Pronto”.
Como observaciones, tenemos varias. Primero que, aparte de lo ofensiva que resulta su sugerencia para los cubanos de verdad, Kristol olvida que está copiando en lo esencial el planteamiento del expresidente George W. Bush y su tristemente célebre Plan para asistir a una Cuba libre, del 6 de mayo del 2004, hecho bajo la euforia de su exitosa invasión a Irak en marzo del 2003, cuando llegó al extremo de nombrar a un procónsul para conducir el proceso destinado a acabar con el socialismo cubano y devolver las propiedades confiscadas en la isla a ciudadanos de Estados Unidos.
Ese macabro engendro, como otros urdidos contra Cuba, fracasó en medio del mayor de los ridículos y W. Bush quedó muy mal parado cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro lo retó públicamente y lo comparó con un emperador romano, señalándole en una carta pública: “Este pueblo puede ser exterminado —bien vale la pena que lo sepa—, barrido de la faz de la Tierra, pero no sojuzgado ni sometido de nuevo a la condición humillante de neocolonia de Estados Unidos”.
Y luego, en tono de irónico desprecio, le espetó: “Puesto que usted ha decidido que nuestra suerte está echada, tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: “¡Salve, César, los que van a morir te saludan!”.
Pues bien, independientemente de las razones que haya tenido Ted Cruz para responderle a Bill Kristol, es obvio que está consciente de que una anexión de Cuba a la superpotencia es algo tan improbable que parece cosa de ciencia ficción. De otro lado, aunque está en su derecho, muchas más razones y facultades nos asisten a los cubanos de aquí para asumir la defensa de nuestra soberanía frente a propuestas tan ofensivas como esta de Kristol.
Han pasado 60 años de Playa Girón y 18 del Plan Bush para Cuba y aquí estamos, señor Kristol. Usted debería recordar que los hijos de esta tierra no hicimos tres sangrientas guerras por la independencia a finales el siglo XIX y una guerra de liberación contra el régimen dictatorial pronorteamericano de Fulgencio Batista a finales de los años 50 del pasado siglo XX, para ahora pasar festivamente a ser dependientes del norte revuelto y brutal que nos desprecia.
Oportuno es recordar que Puerto Rico sigue siendo una colonia de Washington en pleno siglo XXI, desde que fue tomado como botín de guerra al final de la llamada Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana en 1898 y que las Islas Hawai fueron anexadas después de un proceso injerencista contra sus gobernantes autóctonos en el siglo XIX, en violación de la voluntad de sus moradores.
Allá otros si por depreciación moral y ausencia de patriotismo añoran ser admitidos bajo la férula de esa superpotencia criminal e insaciable que son hoy los Estados Unidos de Norteamérica. Nosotros, no.
Nota: Kristol es un conocido analista neoconservador, exdirector del desaparecido semanario Weekly Standard. En los últimos tiempos del mandato de Donald Trump se convirtió en uno de sus principales detractores.
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