Hace 68 años dos comandos revolucionarios bajo la dirección general del entonces joven abogado Fidel Castro Ruz, asaltaron en la mañana del 26 de julio de 1953 el regimiento Guillermón Moncada de Santiago de Cuba y el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, en la antigua provincia de Oriente, como parte de un plan insurreccional para derrocar a la dictadura pronorteamericana de Fulgencio Batista.
Aquellas acciones heroicas, que fracasaron más que todo por imponderables de la suerte, se saldaron con más de 70 revolucionarios y civiles muertos, la mayoría asesinados por la soldadesca criminal del tirano, que durante varios días convirtió al Moncada y otros sitios de aquella tierra heroica en antros de terror y muerte. A pesar de la censura de prensa impuesta por el régimen, la verdad se fue abriendo paso sobre las mentiras ofíciales que sindicaban a los asaltantes de instrumentos armados del expresidente Carlos Prío y partidos políticos opuestos a Batista.
Pronto quedó claro que no se trataba de una acción vinculada a las agrupaciones políticas tradicionales y que, incluso, tampoco tenían nada que ver con el tan vapuleado partido comunista, sino que constituían una fuerza nueva salida del pueblo y formada en su mayoría por jóvenes estudiantes y trabajadores de los más diversos oficios y ocupaciones.
Las interrogantes que pudieran haber quedado luego de los exhaustivos interrogatorios a los sobrevivientes de la jornada heroica del 26 de julio fueron despejadas en agosto de ese propio año por su máximo líder Fidel Castro en el juicio que se le siguió a puertas cerradas en la salita de enfermeras del Hospital Saturnino Lora de la capital oriental, cuando asumió su propia defensa.
Vale la pena señalar que allí Fidel hizo énfasis en un grupo de temas y aspectos entre los cuales merece destacar los siguientes. Primero, que el culpable principal de aquella acción tan costosa en vidas era el dictador Fulgencio Batista, por haber conculcado con su golpe de estado del 10 de marzo de 1952 todas las libertades civiles del pueblo de Cuba e interrumpido el proceso democrático, al sustituir con los llamados Estatutos Constitucionales el aparato jurídico del país basado en la Constitución de 1940.
Segundo, que el autor intelectual de los hechos de la mañana de la Santa Ana era nuestro Héroe Nacional José Martí y que los jóvenes protagonistas de aquella gesta heroica afrontaron todos los peligros de una tan riesgosa operación por su decisión de no dejar morir los postulados del Apóstol de nuestra independencia en el año del centenario de su natalicio.
Tercero, que las condiciones de vida de la mayoría del pueblo cubano y la falta de interés del régimen de facto por encarar y resolver el problema hacían imperativo un nuevo gobierno que diera respuesta a los males que cinco décadas de regencias neocoloniales habían entronizado en nuestro país. En consecuencia, el joven líder, que dejó a todos pasmados por la valentía con que condenó al dictador y sus crímenes, dio a conocer el programa político, económico y social que pensaba implementar, de haberse alcanzado la victoria.
Aunque desde el punto de vista militar el Moncada fue un fracaso, constituyó en cambio una tremenda victoria política porque se transformó en un aldabonazo a la conciencia del pueblo cubano y un llamado a iniciar la lucha contra la dictadura, que solo sería removida del poder por medio de las armas, oponiendo a la violencia del dictador, la respuesta revolucionaria del pueblo.
Como diría luego el Comandante en Jefe Fidel Castro al evaluar aquellos hechos: “El Moncada fue el motor pequeño que ayudó a echar a andar el motor grande de la Revolución cubana”. Fue en la práctica el primer peldaño en la escalada hacia el futuro independiente de Cuba, teniendo como hitos la divulgación del Programa del Moncada, la Constitución del Movimiento 26 de Julio, la preparación en México y la expedición del Granma, la articulación con otros movimientos, la lucha en las montañas y la victoria del primero de enero de 1959.
Preciso es señalar que, a diferencia de tantos políticos que en la historia de Cuba hicieron promesas que nunca cumplieron, Fidel Castro todavía como primer ministro del Gobierno revolucionario y luego como presidente y primer secretario del Partido, cumplió y sobrecumplió con creces el Programa del Moncada, haciendo de Cuba quizá el país más independiente del mundo.
Bajo el impar liderazgo de Fidel, Cuba devino potencia deportiva, educacional, cultural, médica y científica, se convirtió además en baluarte de la libertad y la independencia americanas, libre de Estados Unidos y de su ministerio de colonias, la Organización de Estados Americanos, todo ello en medio de un enfrentamiento a muerte con los Estados Unidos, que nunca perdonaron a los cubanos la osadía de haber derrotado a su títere, Batista, y haberlos expulsado de un país que consideraban de su propiedad.
Para los cubanos de hoy está más vigente que nunca el imperativo de no olvidar su gloriosa historia de luchas y la sangre que ha costado conquistar y mantener la independencia frente a los embates de una superpotencia acostumbrada a imponer sus intereses en el mundo por medio del chantaje, la asfixia económica, la guerra biológica y bacteriológica, la guerra mediática o la agresión militar.
La Revolución cubana acumula 62 años de duro enfrentamiento contra los enemigos internos y externos financiados y liderados por Estados Unidos, país donde se asentaron sucesivas oleadas de emigrados cubanos, primero con los militares asesinos y politicastros del antiguo régimen; luego con los oligarcas siquitrillados, más tarde con los lumpens proletarios y otros detritus sociales, así como con la llamada “emigración económica”, compuesta por ciudadanos que buscaban una mejoría para sus vidas en la llamada tierra prometida.
Curiosa es la simbiosis ocurrida en tierra norteña entre aquellos criminales de la primera emigración en el propio año 1959, y no pocos familiares de mártires masacrados por aquellos torturadores y asesinos, al punto de que tiempo después vinieron coludidos en Girón y han estado juntos y revueltos en infinidad de campañas fracasadas contra la Revolución, como esta de ahora mismo, ruin y oportunista, al punto de estimular la proliferación de destructivas revueltas en su país natal y de pedir una “intervención humanitaria” que costaría incontables víctimas, cuando Cuba experimenta la doble pandemia del bloqueo recrudecido y la de la COVID-19.
Para los cubanos de hoy, como para los vietnamitas, ciudadanos del país que propinó al imperio prepotente y desalmado la más catastrófica de sus derrotas, “nada hay más precioso que la independencia y la libertad”, al decir de su amado líder Ho Chi Minh. Nuestro es el lema de que “Nacimos para vencer y no para ser vencidos”, como también que no podemos traicionar la gloria que se ha vivido.
Una gloria como no ha podido atesorar ningún otro pueblo de este continente, en la defensa de los intereses sagrados del pueblo cubano y de su Revolución martiana y fidelista. Precisamente en la prédica de José Martí y Fidel Castro tenemos la guía para la acción sin temor, pues no hay equívocos en el ideario de quien decidió echar su suerte con los pobres de la tierra.
Tampoco dejó Fidel resquicios para la duda cuando anunció, todavía en la Sierra Maestra, al ver el cuadro deplorable de los campesinos muertos por la metralla yanqui de las bombas entregadas a la aviación de Batista en la Base Naval de Caimanera, qué guerra era la que echaría contra los norteamericanos una vez alcanzada la victoria.
Para los momentos actuales, nada como el magisterio de Fidel, vigente más que nunca, como cuando expresó: “¡Levantemos más alta que nunca la frente, levantemos más altas que nunca nuestras banderas, prestigiémoslas más que nunca!; porque si el imperio se endulza pensando que el prestigio del socialismo disminuye, o que el sistema socialista fracasará, ¡más que nunca tenemos que mostrarle al imperio lo que puede el socialismo, más que nunca tenemos que mostrarlo en estos tiempos y en tiempos de dificultades! Defender banderas en tiempos fáciles no es nada difícil, no es nada especialmente meritorio.
“Defender banderas en tiempos difíciles es cuando verdaderamente resulta meritorio. (…) Defender el socialismo cuando no hay solamente dificultades internacionales, sino dificultades también nacionales, es verdaderamente lo más meritorio, y tenemos que defender el socialismo ahora que hay dificultades internacionales y hay también dificultades nacionales. Unas son derivadas de nuestros propios errores, otras son derivadas de coyunturas que están más allá de nuestras posibilidades”.
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