Muchas verdades están latientes en la historia de Cuba que a veces se opacan por el tratamiento de los acontecimientos más señeros de cada aniversario en forma de cliché, sin ahondar en la esencia de su génesis y uno de ellos es la creación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) por iniciativa del Apóstol de la independencia cubana, José Martí, el 10 de abril de 1892, en Nueva York, apoyado por un grupo de sus seguidores más fieles.
A contrapelo de la idea bastante generalizada de que el PRC surge mediante un proceso que se ciñe a los dos años precedentes, lo cierto es que sus orígenes se gestaron mucho antes, y fueron el resultado del desarrollo del pensamiento emancipador de Martí, quien fue ganando ascendencia entre los cubanos de adentro y de fuera del país, por lo menos desde 1879-1880, cuando apoyó la Guerra Chiquita por razón de principios, pero nunca por convicción.
Sí, Martí era un poeta, un literato sin parangón en la América de finales del siglo XIX, pero devino también político de una profundidad pocas veces vista, con un estoicismo espartano y un desinterés a toda prueba, quizás solo equiparable a su patriotismo. Con esas credenciales se dedicó a la disección de las causas del fracaso de la Guerra de los Diez Años, mientras buscaba la forma de preparar otra que lograra de una vez el frustrado objetivo de la independencia.
Si de un lado aparecen como referente negativo el caudillismo, el regionalismo, los celos y las ambiciones personales entre las causas que dieron al traste con la guerra cespediana, de otra se le transparenta la conciencia de que los adversarios ideológicos han venido organizándose cada vez en mayor grado y cuentan de día en día con mayor ascendiente.
La mejor prueba la tiene Martí en el surgimiento en 1878 del Partido Liberal de Cuba, devenido Partido Liberal Autonomista, e integrado por no pocos exjefes y oficiales del mambisado desencantados con la guerra, así como por destacados intelectuales y activistas convencidos de poder sacar más provecho de la brega política por autonomía y reformas que de la lucha frontal contra España por medio de las armas.
En esos años, en la porción occidental de la ínsula no destruida por la guerra, ha penetrado de forma progresiva el capital estadounidense con inversiones en la industria azucarera, el comercio y la infraestructura, haciendo sus colaboradores a un número creciente de cubanos que les sirven de empleados o testaferros, entre quienes ganan fuerza las ideas de anexión al norte revuelto y brutal que por esos años describió el Maestro.
Como ha expresado el estudioso Luis Toledo Sande (*), “entre ellos tendrían cada vez más peso las ambiciones de los Estados Unidos y el servicio que los anexionistas prestaban a la naciente potencia imperialista. De ahí que en 1880 le hable a Gómez de la necesidad de tener en pie un partido que impida el avance del anexionismo”.
Luego, en 1882, Martí esboza en carta a Máximo Gómez la necesidad de un partido revolucionario “que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus propósitos, una confianza suficiente para satisfacer el anhelo del país…”·
Para 1884, cuando las dos primeras guerras ya son historia, Martí ha madurado lo suficiente como para percatarse de que cualquier nuevo esfuerzo emancipador tiene que ser también radicalmente superior y mejor estructurado si quiere tener éxito. Para el Apóstol que emerge, la guerra no puede ser hecha por la iniciativa de un grupo o de algún caudillo, sino por la voluntad concertada de todo un pueblo, encabezado por una vanguardia organizada y lúcida.
Todo ello explica la actitud de Martí ante el Plan Gómez-Maceo, generales con quienes se reúne para explicar sus motivos en una entrevista que deviene agria, pues ha observado que el proyecto de aquellos dos grandes patriotas jerarquiza en demasía el factor militar sobre el político, cuando él entiende que deben estar en unidad dialéctica, pues esta vez se precisa aunar los factores dispersos y concertar voluntades antes de marchar a la guerra.
Luego le escribirá a Gómez la carta en que aparece la célebre frase: “(…) un pueblo no se gobierna, General, como se manda un campamento”. La relación del joven de apenas 31 años con aquellos dos hombres gloriosos sale de aquel lance inevitablemente resentida, pero la vida le da la razón: cualquier esfuerzo aislado estaba destinado a no tener éxito.
Son meses y años de una febril actividad política y profesional para el Apóstol. Surgen clubes revolucionarios y organizaciones diversas de corte separatista. Él habla en mítines, hace proselitismo, establece contactos y empieza a proyectar lo que vendría más tarde, que sería una república libre, justa, “con todos y para el bien de todos”.
Si nos ubicamos en el período 1884-1890 vemos que en los largos discursos pronunciados en ese período Martí centra sus ideas en el logro de la unidad y la obra por construir una vez lograda la liberación. Fue un proceso largo en el cual va ganando influencia dentro y fuera de la isla. Martí crece a ojos vista por su obra escrita y sobre todo por su labor proselitista entre las emigraciones de cubanos en Estados Unidos y otros países.
Pero esa unidad depende de un factor principal, según entiende: la unidad en un haz de los veteranos luchadores de las dos guerras anteriores con los que él llamó los pinos nuevos, empezando por él mismo, pues después de su apartamiento del Plan Gómez-Maceo y su distanciamiento con esos dos excelsos combatientes, el primero que debía hacer todo por la reconciliación era el propio Martí. Estaba consciente de que sin ellos no habría independencia.
Se puede decir que 1891 marca un salto en la labor martiana. Ese año conoce personalmente al general Serafín Sánchez, veterano partícipe de las dos contiendas previas, con quien pronto establece una sólida amistad que crece cada día. En él encuentra un patriotismo a toda prueba, sin lastre de ambición personal. A él le ruega que interceda ante Máximo Gómez —de quien ha poco se ha separado en dominicana— para ganar su apoyo a la causa.
Serafín lo hace por medio de cartas al Generalísimo, su amigo y compadre. No es un proceso fácil, sino paulatino y complejo en el cual las posiciones se van acercando poco a poco hasta la entrevista cara a cara, allá en Quisqueya, en que el Apóstol y Gómez sientan el inicio de una relación que resultaría trascendental en la historia de Cuba.
De regreso en Nueva York Martí se multiplica. Envía de forma creciente sus emisarios a la isla y a distintos países del área, como México, Costa Rica, Jamaica, Honduras, para ir nucleando a los clubes y organizaciones separatistas ya existentes y fomentar la creación de otras. El movimiento que está impulsando crece a ojos vista, pero aún no cuenta con nombre oficial ni órgano rector alguno, aunque lo tiene en mente. Hace rato que ha decidido crear una organización política de nuevo tipo que enfrente el reto de preparar la guerra que considera necesaria y más aún: imprescindible e inevitable.
Esta idea la hace pública Martí a finales de 1891 en conversaciones y discursos entre los emigrados y el 3 de enero de 1892 en ocasión de un encuentro en el Club San Carlos, de Cayo Hueso, el Apóstol da a conocer a Francisco Lamadrid, José Dolores Poyo y al coronel Fernando Figueredo Socarrás, su propósito de fundar el Partido Revolucionario Cubano.
A partir del 4 de enero de 1892 se inició un proceso de estudio y aprobación de las bases y estatutos secretos por parte de la emigración de Cayo Hueso, Tampa y Nueva York. Cada agrupación existente en la emigración o cada grupo de cubanos que quisiese formar un club, analizaron el documento, sugirieron lo que estimaron provechoso, y una vez aprobados, comunicaron la aceptación al órgano supremo en Nueva York.
Entretanto, el 14 de marzo y por iniciativa de Martí secundado por un grupo de sus más cercanos colaboradores surge en la Babel de Hierro el periódico Patria, que, aunque él no le confiere el rango de órgano oficial de la formación política que está creando, sí llega a serlo en la práctica pues se constituye en formidable factor de movilización por la independencia.
Aquel proceso, de amplio cariz democrático, dio paso a la elección de los cargos de delegado, tesorero, secretario y presidentes de los cuerpos de consejo en Estados Unidos (Nueva York, Filadelfia, Cayo Hueso, Tampa, Ocala y otros puntos), así como en Jamaica y Veracruz, México. Los votos decidieron la designación de Martí como delegado, en tanto Benjamín Guerra fue electo tesorero y Gonzalo de Quesada, secretario.
La fecha de constitución oficial de la nueva organización independentista fue el 10 de abril de 1892. Sus bases y estatutos secretos dejaban bien claros los objetivos por los cuales fue creado, de trabajar por lograr la independencia de Cuba y auxiliar en lo posible la de Puerto Rico.
Martí asumió la nueva responsabilidad como alto honor, deber y obligación para con la patria. La prueba de todo su accionar fue el estallido el 24 de febrero de 1895 de la guerra necesaria que se comprometió a organizar; su desembarco en Cuba el 11 de abril de ese año y su inmolación el 19 de mayo, de cara al sol como un bravo. Había hecho su parte y pagó por ello el más alto precio. Como toda su vida, el Partido fue creación heroica.
Si alguna prueba faltaba de la aseveración de este redactor al inicio de este artículo, sobre el período de gestación del PRC, aquí va una definitoria: el 3 de abril de 1892 Martí expresó en Patria que el Partido Revolucionario Cubano —que sería oficialmente constituido 7 días más tarde— nacía de una “obra de 12 años callada e incesante”.
(*) Artículo del citado autor publicado en la revista Bohemia
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