Aun sentado en medio de platicerios, orquídeas, coronas de Cristo… mientras las palabras se le van acomodando al balanceo lentísimo del sillón, predica. Quizás no lo ha advertido nunca, pero Ramón Enrique Guardiola Brizuela habla predicando. No solo porque sea este patio que ha cultivado hasta el detalle, como su propia existencia, su otro altar.
Es la tesitura de su voz. La misma que se entona en medio de la sala de Medicina del Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos durante el pase de visita, o que comparte la palabra de Dios un día cualquiera en la Iglesia de la Caridad, de Sancti Spíritus.
Guardiola es el médico con sotana o el diácono con bata blanca todo el tiempo, porque la Medicina y la religión han comulgado sin discrepancia alguna durante más de cuatro décadas en su vida. El mismo magisterio, la misma vocación, el mismo sacerdocio. Guardiola es, como quiera que lo preguntes y lo responda, un hombre de fe.
EN EL PRINCIPIO
Y anda con el corazón roto. Pero eso no ha sido siempre, fue después que el primer infarto, casi 20 años atrás, se empeñó en repetir y en obligar, luego, a llevar dentro un “trofeo” para nada presumible: “Me han hecho seis coronariografías, ocho angioplastias y me han dejado seis stents. En casa del herrero el cuchillo suele ser de palo”, admite. Mas, para ser justos, mucho antes que paciente, al principio de todo se hizo médico.
“Desde que era chiquito tuve relación con la Medicina directamente. Tenía una hermana con una hidrocefalia, la operaron y quedó en cama; entonces había mucho entra y sale de médicos.
“Además, mi padre era visitador médico; es decir, de las personas que les llevaban los medicamentos de un laboratorio a los médicos para que luego pudieran recetarlo. Pero desde que era chiquito decía que estudiaría Medicina porque quería curar a mi hermanita”.
Fue por eso que con 17 años llegó a La Habana para iniciar la carrera en la década del 60. Solo dos años; el resto de los estudios lo hizo en Santa Clara, donde se graduó de médico, encontró a la compañera de toda la vida —“eso de que la novia del estudiante no es la esposa del doctor no se dio conmigo; llevamos 49 años de casados”, acota— y se especializó en Medicina Interna.
Allí mismo, antes de tener el título colgado en la pared, como sucedió en 1973, se graduó de médico. Lo sabe ahora cuando las interrogantes lo han hecho volver a Cagüeira, ese poblado disperso hasta en la memoria, situado más allá de Guasimal.
“Fue el primer lugar donde me pusieron a trabajar estando en el tercer año de la carrera. Era la zafra del 70 y lo que había era un albergue de cañeros y otros a los alrededores que debía atender también; además de la comunidad, que lo que tenía era ocho casas y una tienda.
“Estando allí hubo un niño que ingirió keroseno y, afortunadamente, había una persona en una motocicleta; lo monté y le vine dando boca a boca desde allá hasta el Pediátrico y se salvó. Esa fue mi primera experiencia importante de asistencia médica sin ser médico aún”.
Y con el uniforme de estudiante se repetirían otros acontecimientos: el pequeño que convulsionando trasladó en un sidecar desde el municipio de Venezuela hasta Ciego de Ávila o el parto que asistió en medio de la serranía de Topes de Collantes o las consultas que como clínico asumía en Ranchuelo siendo tan solo un interno vertical en Medicina Interna… Fueron, acaso, sus bautizos médicos.
“Cuando me gradué me ubicaron en Cabaiguán, allí permanecí cinco años hasta 1978. En aquella época nada más había un policlínico y un hospital con 23 camas de hombre y 18 de mujer, de Medicina, y otras de Cirugía. Una situación bien compleja porque de medicina de adultos nada más estábamos el director de Salud del área y yo.
“Recuerdo que las colas en el policlínico eran interminables. A veces, cuando en la noche venía de casa de Eudosio, un amigo, de jugar dominó me daba pena con la gente que tuviera que dormir ahí para verme, entonces mi señora iba al Archivo, los muchachos me subían las historias clínicas y veía a los que estaban hasta la hora que fuera”.
Por eso todavía se le nombra en Cabaiguán, su segunda ciudad, como lo siente y lo dice, porque a Sancti Spíritus no renunciaría jamás, ni cuando al graduarse de especialista en Medicina Interna, en 1981, le dijeron que pusiera sus opciones de trabajo y en los tres renglones de la boleta escribió: Sancti Spíritus, Sancti Spíritus y Sancti Spíritus.
El hospital espirituano se le estrenaba entonces con cuatro camas a su cargo que multiplicaría después. Tan solo tenía el arrojo, la voluntad de salvar y el fogueo de meses en la novel sala de Terapia Intensiva, en Santa Clara.
“Era un cuartico que le decían la sala especial. Ulloa, que era el director del hospital viejo, me dijo de convertir aquellas camas en una Terapia e hicimos un proyecto y comenzamos a trabajar.
“Empezamos a reducir el número de pacientes que se remitían a Santa Clara, a tratar casos más complejos. A veces, cuando teníamos un caso muy grave, sin estar de guardia, un anestesista amigo y yo nos poníamos de acuerdo y a las dos o tres de la mañana íbamos a tirarles un vistazo a los pacientes que estaban ventilándose, porque era una cuestión nueva ventilar fuera del salón de operaciones.
“Pero se logró muchísimo. En el 81 cuando llegué había un problema de mortalidad materna alta y empezamos a trabajar la obstétrica que estaba crítica. El doctor Charles me llamó un día para que fuera a ver a una paciente grave, tenía una sepsis y la pudimos trasladar para la salita de Terapia. Allí, lo primero que hicimos fue unirnos los obstetras, los cirujanos y yo por la parte de Terapia y discutir el caso; ahí apareció la primera intervención multidisciplinaria que hicimos acá y se pudo operar a la paciente. A partir de ahí todas las obstétricas críticas se trasladaban para acá y se atendían de modo multidisciplinario. Se redujo enormemente la mortalidad materna, llegamos a tener un quinquenio sin muerte materna dentro de las terapias”.
Fue una escuela, aunque le cueste admitirlo, para todos: en aquella sala las primeras diálisis peritoneales que se hicieron en la provincia; los más novedosos equipos del país; el primer curso de cuidados intensivos para el personal de Enfermería y, luego —cuando lo nombraron miembro de la Comisión Nacional para el desarrollo de los cuidados intensivos en Cuba— el adiestramiento de los médicos de distintos territorios; la ampliación del servicio a ocho camas para convertirse hasta hoy en uno de los más grandes del país.
“Creo que si alguien pregunta: ¿qué has podido poner de granito de arena?, pues que pude ayudar en el desarrollo de la Terapia Intensiva y el mayor logro fue la atención multidisciplinaria de la paciente obstétrica que sentó pautas y quedó dentro de los protocolos de actuación de las Unidades de Cuidados Intensivos”.
Quince años de forcejeo constante con la muerte. Tres lustros de su vida en medio de monitores, carros de paros, gravedades… hasta el día en que las operaciones de las hernias discales de su columna le hicieron dejar a un lado tanta adrenalina.
“En la década del 90 decidí que me iba porque ahí hay que estar muy activo, entonces decidí pasar a la sala de Medicina. Cuando en el 2001 me dio el infarto inicial y luego el otro pasé a la docencia y lo que hago es la parte docente en el área clínico-práctica, tanto en la asignatura Propedéutica Clínica como en Medicina Interna”.
LA MEDICINA Y LA FE: EL MISMO MODO DE PROFESAR LA ENSEÑANZA
El aula viene a ser su otro santuario. Delante de aquel grupo de muchachos el doctor Guardiola ausculta hasta las dudas. Con igual devoción comparte los consejos de Esculapio o la más moderna edición del Roca Goderich, ese emblemático libro de Medicina Interna. Allí, mientras dicta una conferencia cualquiera profesa su propia fe.
“El médico que no viva para servir no sirve como médico. El que no esté claro que va a hacer un servicio a los demás no debe estudiar Medicina. En las conferencias con mis alumnos les digo siempre que la persona que yo voy a atender debe sentirse como si fuera yo el que fuera a ser atendido.
“Hay quienes captan el mensaje perfectamente bien y van a ser ejemplares en el futuro; ahora, lamentablemente, quienes todavía no tienen la conciencia clara de lo que es la Medicina entonces, por supuesto, no van a ejercer nunca una auténtica Medicina.
“Mi padre no era una persona muy culta pero me dejó un legado importante: trabajar, ser útil, esforzarte y servir. Cuatro palabras que son claves en la Medicina”.
Lo repite porque ha creído siempre que la Medicina lleva el gen de la vocación de servicio, porque ser médico es también un sacerdocio. Lo cree porque la devoción por la enseñanza le llegó casi genéticamente como la fe.
“Siempre me gustó dar clases. Cada vez que puedo explicarle a alguien lo que yo pienso, lo explico, me parece que es la mejor forma que tengo de servir a los demás”.
Se ha consagrado tanto a la enseñanza que fue a Haití, en el 2013, a cumplir una misión docente donde terminó aprendiendo y atendiendo muchísimas enfermedades que solo conocía en libros; que ostenta la condición de profesor De Mérito de la Universidad de Ciencias Médicas, profesor auxiliar, consultante y máster en Educación Médica; que ha creado hasta un grupo en WhatsApp para compartir saberes con alumnos y otros docentes.
Estudia todos los días desde las encíclicas del Papa Francisco hasta los más actuales temas médicos. A su aprendizaje se suma la asunción, en el 2009, como diácono de la Iglesia de la Caridad.
Y no ha renunciado jamás a nada, ni ahora cuando pueden pesar los achaques de 72 años de edad; ni antes cuando a causa de su formación religiosa lo analizaran mientras cursaba la carrera o le impidieran, luego, ejercer la docencia. Mas, nunca se ha arrepentido de ser el médico religioso que es.
“Tendré muchas dificultades, pero esa no me la van a contar: en los tiempos complejos seguí yendo a la iglesia. Las actividades religiosas las desarrollo cuando no estoy trabajando y las de mi trabajo cuando están establecidas. Si no se puede ir a la iglesia porque estoy trabajando no pasa nada, esa es mi función social y mi obligación moral”.
Guardiola es un evangelio. Y, quizás, es lo único que no cree. Del hospital ha hecho también su templo y el altar se ha convertido, acaso, en otro modo de sanar. Por eso quien lo escucha hablar solo ve a un hombre con sotana blanca o una bata larguísima, es lo mismo en cualquier lugar. Mientras el estetoscopio se detiene encima de aquel paciente puede ser que afuera, también, repiquen las campanas.
Tuve la dicha de ser su alumno, la dicha de sus conferencias,de su conocimiento y de su devocion por servir…ese señor no imagina cuanto modifico, cuanto cambio y significo en la vida de aquellos estudiantes de tercer año de medicina que junto a mi le estimaran por siempre…gracias x tu ejemplo, x ser tu, x no rendirte, x cada palabra. Un abrazo profesor
Médico hermano profesor y sobre todo amigo y guía enviado por Dios a los servicios de la humanidad para mi y mi esposa es lo máximo sabiendo conjugar medicina y religión amante de su trabajo y teología solo puedo decir Dios le de larga vida hermano
En medio de la preparación que nos conduce a la Semana Santa y en mi acción diaria de revisar los sitios digitales para la preparación de mi Revista Informativa en la capital cubana, algo me iluminó y llevo al importante material del rotativo Escambray que sistemáticamente consulto. Profesionales como el doctor Guardiola son evangelios, una advocación de Cristo y su Divina Misericordia. Es justo y necesario vivir para servir, ser luz, sal y fermento.
Me recuerdo en estos momentos de mi abuelo (ya fallecido) que cada ves que se sentia enfermo decia voy a ver si puedo ver a GUARDIOLA porque este era el medico que el confiaba ,gracias por su atención,y viva UD muchos años mas para seguir preparando a la nueva generación. Somos de Cabaiguan.