Nunca se pensó que en Londres, como en todo el mundo, las mascarillas faciales se prolongarían a través del tiempo. Si una vez estuvieron limitadas a ladrones de bancos, excéntricas estrellas del pop y turistas japoneses conscientes de la salud, ahora, su uso es tan común que se inserta en la nueva normalidad.
Y aun cuando muchos consideren su empleo como algo novedoso, resulta todo lo contrario. Desde la peste negra hasta el esmog sofocante, la contaminación del tráfico y la amenaza de ataques con gas, los londinenses han usado tapabocas durante los últimos 500 años.
Tanto es así que la Revolución Industrial del siglo XVIII ayudó a crear el famoso esmog de Londres, que se intensificó a medida que más y más fábricas arrojaban humo y los hogares mantenían encendidos sus fuegos de carbón. De ahí que muchos inviernos vieron gruesos mantos de esmog amarillo grisáceo cubriendo la capital, al tiempo que miles de personas murieron a causa de este episodio.
El esmog era tan denso que los trenes no podían circular, e incluso, hasta el ganado moría asfixiado mientras permanecía en los campos. Ante este suceso, según revela BBC, las mascarillas antiesmog se volvieron tan de rigor en la cara como los sombreros de fieltro en la cabeza.
Más tarde, tras la peste negra, la plaga que azotó a Europa por primera vez en el siglo XIV y provocó el fallecimiento de al menos 25 millones de personas entre 1347 y 1351, presagió el advenimiento de la mascarilla médica.
Algunos creían que la enfermedad se propagaba a través del aire envenenado, creando un desequilibrio en los fluidos corporales de una persona. Por tanto, intentaban cubrirse la cara para impedir que el aire fétido les llegara.
Después, con el efecto negativo del tráfico, del gas y de la gripe española, las mascarillas se inmortalizaron hasta los días de hoy, en las que se usan para evitar el contagio por el nuevo coronavirus, una enfermedad que ha causado, hasta la fecha, la muerte de 2,5 millones de personas en el mundo.
(Con información de BBC)
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