La visita del Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez a la hermana tierra mexicana y la calurosa acogida por parte del pueblo y las autoridades ha traído a colación los entrañables lazos de amistad y cariño forjados por muchas generaciones de cubanos y mexicanos, desde los más encumbrados hasta los más humildes, pero sobre todo por nuestros próceres, artistas, académicos periodistas e intelectuales, en una interacción pocas veces vista entre naciones que se quieren y se admiran en un mundo donde imperan el interés y la codicia, el egoísmo, la injerencia y la agresividad hacia el prójimo.
No son afirmaciones vacuas, pues México y Cuba están imbricados desde los mismos orígenes cuando, a escasos años del descubrimiento de la isla y la fundación de las primeras villas cubanas, partió de Santiago de Cuba en 1518 e hizo escala en Trinidad en noviembre de ese año la expedición que al mando de Hernán Cortés saldría luego desde La Habana original —Carenas— a la conquista de la tierra azteca.
Lo pudiéramos apreciar desde cualquier lugar de este archipiélago, pero lo sentimos más cercano aún en Sancti Spíritus, porque fueron muchos de los primeros espirituanos y trinitarios (*) quienes se sumaron en gran medida a la aventura invasora de Cortés, quien, en oposición a su apellido, ejerció en tierras de lo que hoy es México la intriga, la impiedad, la traición y el crimen.
La conquista de México por Hernán Cortés, un notable español del siglo XVI, constituye una mancha en el devenir común que todos quisiéramos borrar, pero la historia es tozuda y no se puede cambiar. Más aún porque se trata de un suceso en los orígenes de ambos pueblos, dictado por la ambición de un imperio colonial cuyas bárbaras acciones hoy repudiamos de consuno.
La realidad explica que de los originarios habitantes de Cuba y México, mezclados en un proceso de siglos con sus conquistadores, salimos los cubanos actuales y los mexicanos.
Desde los primeros tiempos de la conquista no dejaron de venir y radicarse en Cuba indios yucatecos y de partir al México hermano nuestros compatriotas, fundiéndose con su población y sus costumbres, hasta el extremo de que tenemos hoy, salvando las distancias, incontables puntos de contacto y afinidades múltiples en el arte, la cultura, la historia, la política, la sociología y hasta en la idiosincrasia.
A esa relación estrecha de centurias, se refirió el Presidente Díaz-Canel en su discurso en el desfile cívico-militar por el aniversario 211 del Grito de Dolores, iniciado con referencias a las expresiones del eminente poeta isleño José María Heredia inscritas en el Teocalli de Cholula y del Apóstol de la independencia cubana José Martí. Mucho antes de la llegada de los europeos estaban allí los aztecas, imperando sobre otros pueblos originarios. De ellos escribió Heredia: “Cuánto es bella la tierra que habitaban los aztecas valientes”.
Pero ningún cubano escribió más de México que Martí, quien en ocasiones disímiles se refirió con su prosa pintoresca y culta a hechos singulares de la historia mexicana, desde la conquista, sus luchas por la independencia contra hispanos y franceses, hasta el presente que le tocó vivir a finales del siglo XIX en un país que también consideraba suyo.
A ese legado histórico común se refirió ampliamente el Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba en su discurso, cuando recordó: “No son pocos los notables cubanos que dejaron su sangre y sus nombres en la Historia de México. Sobresale especialmente la solidaridad cubana en el enfrentamiento de México a las invasiones texanas en 1835-1836 y la invasión norteamericana de 1846 al 48. Se destacan los generales Pedro Ampudia, Juan Valentín Amador, Jerónimo Cardona, Manuel Fernández Castrillón, Antonio Gaona, Pedro Lemus y Anastasio Parrodi”.
Esta es una referencia poco conocida e importante, porque, mayor desgracia aún para México que la que representó su conquista brutal por los españoles, lo ha sido desde entonces su relación con el vecino del norte, que en sucesivas guerras le arrebató mas de la mitad de su territorio primigenio y no ha dejado de injerir de manera constante y perniciosa en sus asuntos internos.
Si se sigue la historia de México, vemos que varios cubanos eminentes ocuparon puestos claves en la vida político-militar mexicana y fueron gobernadores o comandantes militares en importantes plazas del país. Dos de ellos, los generales de división Anastasio Parrodi y Pedro Ampudia Grimarest , apuntó Díaz-Canel, fueron ministros de Guerra y Marina en el gobierno de Benito Juárez durante la Guerra de Reforma.
“En el Congreso, el Gobierno, el exilio o la Guerra al lado de Juárez hubo siempre cubanos”, recordó el Presidente. Elogian su obra magnífica compatriotas prominentes como el General Domingo Goicuría y Cabrera y los poetas Juan Clemente Zenea y Pedro Santacilia, quien fuera su yerno, secretario y agente de la República de Cuba en Armas ante el gobierno mexicano.
“En la guerra contra los franceses, sirvieron al ejército mexicano los hermanos Manuel y Rafael de Quesada y Loynaz, general y coronel respectivamente; los coroneles Luis Eduardo del Cristo, Rafael Bobadilla y Francisco León Tamayo Viedman; el médico comandante Rafael Argilagos Gimferrer y el capitán Félix Aguirre. Todos regresarían a Cuba, al comenzar la Guerra de los Diez Años”, señaló el gobernante cubano.
Estos datos son particularmente trascendentes para los espirituanos, porque el bayamés Francisco de León Tamayo y Viedman peleó en esta tierra y fue el único general mambí fusilado por los españoles en este territorio.
Pero México retribuyó con creces esos gestos, porque, como recordó el Presidente: “Fue México el primer país en reconocer nuestra lucha armada y en abrir sus puertos a los barcos con la bandera de la estrella solitaria. Lo aprobó el Congreso, lo sentenció Juárez y lo agradeció Carlos Manuel de Céspedes (…)”.
Con México Cuba siempre pudo contar, y cuando algún gobierno marcó excepción, no la hubo con el pueblo azteca, siempre amigo incondicional de Cuba y los cubanos. A fines de los años 20 del siglo pasado, allá se fue el joven líder marxista Julio Antonio Mella, quien encontró calurosa acogida y, sin olvidar la lucha por su país, se sumó a la de los mexicanos humildes, llegando a formar parte del Partido Comunista de México.
Por veleidades del destino, allí Mella encontró el amor de su vida en la persona de la comunista italiana Tina Modotti, y también encontró la muerte, mandado a asesinar por el tirano Machado, el Asno con Garras, como le llamó el inolvidable poeta cubano Rubén Martínez Villena. Para Cuba, México devino referencia querida y obligada, pues allí se entrenaron y organizaron su expedición los jóvenes de la Generación del Centenario.
Los cubanos de hoy no olvidamos que, como expresó Díaz-Canel, “el paso de Fidel y sus compañeros por México dejó profunda impresión en los futuros expedicionarios del Granma y un cúmulo de leyendas por todas partes de las que todavía se habla con admiración y respeto”. Cuba tampoco olvida que a solo unos meses del histórico triunfo de la Revolución en 1959, nos visitó el general Lázaro Cárdenas, quien, a raíz de la invasión de Playa Girón reafirmó con su presencia en la isla el apoyo que nunca nos negó ni disimuló.
Fue la decisión personal del último de los grandes dirigentes de la Revolución mexicana que quedaba vivo y el último expresidente de una etapa marcada por asesinatos políticos, venganzas y atentados que su sapiencia y autoridad moral ayudó a superar, y de la cual, con sus virtudes y defectos, surgió el México actual.
A raíz de su presencia en Cuba, Cárdenas abogó por el establecimiento de vínculos estrechos entre los dos países y, fiel a sus mejores tradiciones, México fue el único país de América Latina que no rompió relaciones con Cuba, cuando, por mandato imperial, la isla fue expulsada de la OEA.
Hoy, en un momento crucial de la embestida de Washington y sus lacayos contra nuestra patria, México nos tiende la mano una vez más en forma de donativos y respaldo político para ayudar a paliar la critica situación que el bloqueo incrementado de los Estados Unidos, la pandemia de covid y la guerra mediática amenazan con llevar a una espiral sin retorno.
Es momento para recordar la confesión íntima de José Martí a su amigo mexicano Manuel Mercado en su carta-testamento del 18 de mayo de 1895, la víspera de su muerte, cuando afirmó: “(…) ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo—, de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos, y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”. Por todas esas razones y por muchas más México vivirá para siempre en los corazones de los revolucionarios cubanos.
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