Frente de las Villas: La estocada del Che en el centro de Cuba

Hasta agosto de 1958 Fidel Castro había encargado al Guerrillero Heroico importantes misiones, pero ninguna como la plasmada en su orden del 21 de ese mes, totalmente estratégica, que daba un giro radical a la guerra en Cuba. Guevara la cumpliría cabalmente

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El Comandante Guevara a su llegada al Escambray espirituano logró aglutinar todas las fuerzas para la ofensiva final.

Agosto de 1958. Por los caminos trillados de la Sierra Maestra, libre ya de los 10 000 soldados que la invadieron el 24 de mayo de 1958, se afanan los rebeldes en un ajetreo constante que anuncia nuevos emprendimientos de aquel pequeño y osado contingente de patriotas decidido a conquistar la libertad de su patria, quebrantada por el dictador Fulgencio Batista.

Acababan de materializar una hazaña imperecedera cuando con apenas unos 300 hombres armados, aparte de los cientos de reclutas desarmados de Minas de Frío, vencieron la Ofensiva Estratégica de un ejército que contó —además de la superioridad numérica— con el apoyo de artillería, blindados, la Marina de Guerra y la aviación, causándoles más de 1 000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros.

El enemigo había sido expulsado de la Sierra tras 35 días de incesantes combates, en los cuales dejó en manos insurrectas un cuantioso botín de armamentos. Para el Comandante en Jefe Fidel Castro había llegado el momento de lanzarse al contraataque sin pérdida de tiempo, pues sabía el valor del efecto psicológico en las campañas militares.

LA INVASIÓN

La idea de la Invasión a Occidente siempre estuvo en la mente de Fidel y en la de sus oficiales guerrilleros. En 1958, como en 1895, no se podía dejar la suerte de la guerra libertaria a la lucha en el extremo oriental de Cuba, donde las autoridades de turno pretendían confinarla, pues esa área geográfica estaba a cientos de kilómetros de La Habana, centro político y económico del país. De ahí la necesidad  de reeditar aquella hazaña, pues  ahora las condiciones objetivas y subjetivas estaban creadas.

De ahí también la orden escrita que Fidel le entregó al Comandante Ernesto Che Guevara de la Serna, fechada el 21 de agosto, mediante la cual le asignó la misión de “…conducir desde la Sierra Maestra hasta la provincia de Las Villas una columna rebelde y operar  en dicho territorio de acuerdo con el plan estratégico del Ejército Rebelde”.  Según el documento, esa Columna, con el nombre de Ciro Redondo partiría del poblado serrano de Las Mercedes, entre el 24 y el 30 de agosto de 1958.

Consciente Fidel de las dificultades políticas que existían en el macizo montañoso de Las Villas, nombró a Guevara jefe de todas las unidades del Movimiento 26 de Julio que operaban en esa provincia, tanto en las zonas rurales como urbanas, y le otorgó plenas facultades para establecer la administración revolucionaria y las leyes rebeldes en los territorios donde operasen sus fuerzas.

Asimismo, esa orden trasluce su espíritu unitario: “(…) coordinar operaciones, planes, disposiciones organizativas y de organización militar con otras fuerzas revolucionarias que operen en esa provincia, las que deberán ser invitadas a integrar un solo cuerpo de ejército para vertebrar y unificar el esfuerzo militar de la Revolución; organizar unidades locales de combate, y designar oficiales del Ejército Rebelde hasta el grado de Comandante de Columna”. 

La médula y esencia de ese documento histórico de varios párrafos se resume, sin embargo, en sus cuatro líneas finales, las cuales expresan: “La Columna No. 8 tendrá como objetivo estratégico batir incesantemente al enemigo en el territorio central de Cuba, e interceptar hasta su total paralización los movimientos de tropas enemigas por tierra desde Occidente a Oriente, y otros que oportunamente se le ordenen”. 

Por decisión de Fidel, junto a la Columna Invasora No. 8 Ciro Redondo al mando del Che, que se movería por el sur del eje longitudinal de la isla, avanzó otra de manera simultánea y casi coincidiendo con su itinerario, liderada por el Comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán, subordinado y amigo entrañable del argentino, cuyo nombre era Columna Invasora No. 2 Antonio Maceo, con la misión precisa de llegar a Pinar del Río.

A lo largo del complicado trayecto, ambas fuerzas mantuvieron estrecho contacto y se prodigaron mutuo apoyo hasta donde las circunstancias lo permitieron.  Camilo, con 90 hombres como promedio y el Che con 140, bien armados y amunicionados, constituían una fuerza creíble para el ejército de la dictadura, que, sin embargo, poseía una superioridad numérica aplastante, además del dominio de las vías de comunicación y el hecho de contar con el apoyo de medios blindados, artillería y aviación.

VICICITUDES SIN FIN

No pocas penurias y peligros fueron afrontados en septiembre y primera mitad de octubre de 1958 por los invasores del Che y de Camilo en su azaroso peregrinar hacia occidente.

A lo largo de casi 50 días recorrieron más de 500 kilómetros, signados por bombardeos y ametrallamientos aéreos, el constante acoso de fuerzas superiores del enemigo, escaramuzas y combates; de casi no dormir, de prácticamente no comer, mojados y sudados hasta los tuétanos, con los pies lastimados por la interminable caminata.

El 14 de octubre, luego de 48 días de recorrido, la cansada y esmirriada tropa de la Columna No. 8 entra por fin al territorio espirituano. Joel Iglesias reflejó así aquellos instantes inolvidables: “El día había amanecido nublado, pero a medida que fue despejándose y comenzaron a observarse los rayos del sol, aparecieron ante nuestros ojos, en la lejanía, con un color azuloso, las primeras lomas de la Sierra del Escambray. La alegría nos colmó a todos”.

 El Che, en un informe a Fidel, le escribe poco después: “El paso del (río) Jatibonico fue como un pasaje de las tinieblas a la luz. Desde el día anterior azulaban las sierras a lo lejos y hasta el más remiso lomero sentía unas ganas terribles de llegar”. Ramiro Valdés expresó, a su vez, que “fue como un conmutador eléctrico que encendiera la luz”, y resulta una imagen exacta.

LA HORA DE LA VERDAD

Con todo y la magnitud de la hazaña plasmada, la Invasión en sí nunca fue un fin, sino el medio para ubicar en tierra villareña y de Pinar del Río sendos contingentes de tropas insurrectas de la Sierra Maestra encargados de organizar y darle cohesión al esfuerzo guerrillero y consolidar la lucha revolucionaria en el centro y el occidente de Cuba, con vista a la ofensiva final contra el régimen.

A pesar de que el Che tenía antecedentes de los “malentendidos del Escambray”,

decidió que la mejor estrategia para ir echando a un lado los problemas que frenaban el auge del movimiento guerrillero en el centro-sur de la isla era la concertación de todas las fuerzas presentes en el área, elevar la organización interna y mejorar y hacer más eficiente la colaboración del aparato clandestino del llano con las montañas.

En cumplimiento de esta línea, atacó el 26 de octubre, a solo 10 días de su llegada a Planta Cantú, el poblado villareño de Güinía de Miranda, acción victoriosa que pronto sería seguida por otras y que demostró su voluntad de cumplir la misión más importante de su vida como combatiente, asignada por su jefe y amigo Fidel Castro Ruz en el ya histórico escenario de la Sierra Maestra.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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