Las cuatro veces que Gretell Marín González ha traspasado la frontera de acceso a la Zona Roja en el centro de aislamiento de la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez ha intentado dejar los miedos en la casa; “pero no se logra del todo, el temor siempre está presente; cuando más lo sentí fue la primera vez, a pesar de que los pacientes ingresados solo eran contactos de casos positivos con síntomas, lo que no se sabía era quién podía terminar enfermo”.
Para una joven de 19 años, estudiante de la carrera de Logopedia, la pandemia no solo ha representado una pausa a su primer año de aprendizaje; también la ha hecho partícipe de una obra solidaria que empezó un día cuando le preguntaron qué enfermedades padecía y si estaba dispuesta a colaborar en el centro de aislamiento que abriría después.
“No me podía negar a dar ese aporte, entendí la necesidad de que los jóvenes fuéramos convocados y desde marzo pasado he estado apoyando cuatro veces en el centro de aislamiento. Claro que corremos riesgo de enfermar, pero la clave está en cumplir el protocolo al pie de la letra, en eso no puede haber el mínimo descuido; le ponemos rigor a ese paso cuando salimos de la Zona Roja, porque no es solo quitarnos la sobrebata, los guantes, las botas; es también el pantalón piyama y el cloro casi nos lo echamos puro”.
Revela que cada rotación para apoyar en la atención a los pacientes allí ingresados le deparó un aprendizaje. No se trata solo del sube y baja de escaleras para llevar comidas, limpiar los cubículos o hasta recoger en una puerta lateral de la Universidad alimentos que los familiares envían a los enfermos; “es que cuando entramos allí los jóvenes y profesores nos convertimos en un equipo, en una familia, nos apoyamos mutuamente y también damos ánimo a los enfermos.
“Contribuir de esta manera al enfrentamiento a la pandemia en lo personal me ha dejado mucha experiencia, me he interesado por aprender con los médicos sobre la enfermedad; además, esos conocimientos de cómo cuidarnos me han sido útiles hasta en mi casa porque mi familia ha estado aislada como contacto y he tenido que volverme psicóloga para ayudarlos a superar el miedo, a explicarles que he estado entre positivos y si las cosas se hacen correctamente no hay problemas”.
Tal vez sea la prematura madurez la que ha llevado a Gretell Marín a sobreponerse a la preocupación que entraña trabajar en Zona Roja, a la tensión que se desprende de la evolución de los pacientes, a sobrellevar la responsabilidad sin perder las energías juveniles.
“La preocupación siempre está; pero, como trabajamos por equipos, cuando estamos en los ratos libres buscamos maneras de liberar esa tensión. Lo mismo jugamos dominó que hacemos cuentos, oímos música y nos animamos mucho unos a los otros.
“Cada vez que he rotado por allí me ha quedado la huella de los pacientes, de esa incertidumbre con la evolución de la enfermedad, algunos se alteran mucho, y eso nos cala a nosotros también; a veces la familia no ha podido venir a traerles un jugo u otro alimento a tiempo; se lo traen por la noche y no importa la hora, bajamos y se lo buscamos; ellos son la prioridad y quedan muy agradecidos.
“Después que terminé la primera entrada llegué a pensar que ya había cumplido, pero la pandemia lo que ha hecho es agravarse, entonces me han pedido entrar más veces y he dado el paso al frente. Siento que he hecho algo de valor en un momento difícil para el país que me ha aportado experiencia, hasta hemos tenido que usar protocolos diferentes en cada rotación porque han cambiado las características del centro de aislamiento; si tuviera que volver, entraría otra vez”.
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