La esquina de Escambray: Abdala, la luz al final del túnel

Una vez vacunados, nos toca trabajar, cuidarnos más, esperar las dosis que faltan y el tiempo de la respuesta inmune

Lo hice público antes y después. Recibir la primera dosis de la vacuna cubana Abdala es un acontecimiento para cualquiera que tenga en su pronóstico prolongar su vida y la de su familia. Aún recibo congratulaciones en las redes sociales, pero como yo, son muchos los que viven con esperanza y orgullo el momento.

¿Debía esconder el regocijo? ¿Acaso no soy uno más de los casi 98 000 espirituanos que recibe la vacuna? ¿No es demasiado presumir anunciar a los cuatro vientos que te has comenzado a inmunizar contra el SARS-CoV-2? Puede ser y, sin embargo, no estuvieron nunca en mi mente esas preguntas. Debía compartir el suceso. Es asunto de confianza y convicción.

El post lo escribí en el vacunatorio o en la escuela convertida en centro de vacunación para cientos de mis vecinos, sentado mientras esperaba el tiempo que exigen para comprobar si tienes alguna reacción adversa después de vacunarte. Le había pedido a un amigo que me hiciera las fotos, todas las posibles, porque quería guardar y compartir ese instante. Fue mi respuesta al gesto humano de los científicos e investigadores cubanos, a la seguridad que se tiene en este país en que ellos son capaces de lograr como nadie esa tan anhelada luz al final del túnel.

Como era de esperar, comenzaron las reacciones en Facebook y Twitter, pero lo que más me llamó la atención fue que el onceno comentario a mi post, escrito por una cubana desde Ecuador, se alegraba del suceso, pero intentaba colocar la ya raída y absurda matriz en contra de la calidad del sistema de salud cubano. Era evidente que “me estaban cazando la pelea”:

Valia Lizano Fernández: “Que bueno que los están vacunando a todos. Eso es lo más importante. Sin embargo mi estimado no es una atención de lujo. Las enfermeras sin las debidas protecciones sólo una mascarilla de baja calidad. Un lugar todo feo y sin pintura, una cortina que es un trapo. Me da un dolor inmenso que las personas de mi tierra no puedan tener una verdadera atención de lujo” (sic).

Le respondí al instante, porque, aunque nadie podía (ni puede todavía) quitarme el alegrón del momento, tampoco iba a callar: “Yo sigo amando a este país como a mí mismo y sí, quizás no sea el Jackson Hospital, pero es la escuela donde estudian muchos niños de esta ciudad, convertida en un escenario especial. Lo importante no es todo lo que relatas, lo verdaderamente importante es estar vacunado y en paz”, le dije brevemente. Pero volvió a tratar de convencerme que desde que vive en Ecuador, que es un país subdesarrollado, ella que es maestra, que sus hijos van a escuelas públicas y a hospitales públicos, sabe lo que es una atención de lujo. Y dijo más: “Créame que sé lo que es una atención de lujo. Es por ello que quisiera que la gente de mi pueblo amado algún día salga de la caverna. Hasta entonces toca entender que no se puede entender lo que no se conoce”.

Lo primero es que me sentí cavernícola (dos veces me remitió al término y la filosofía que lo sostiene), ¿o nos llamó cavernícolas a todos los cubanos menos a ella por vivir en el extranjero? Lo segundo es que no es “amiga de Facebook” por gusto, no me conoce, no sabe que también he vivido la experiencia en otros escenarios, que sé perfectamente lo que es vivir entre el lujo y sufrir por los miles que en el mejor de los casos se buscan la vida sin un seguro médico ni un hospital que los atienda.

Pero si vive en Ecuador debería recordar bien por qué Rafael Correa solicitó la asistencia de las brigadas médicas cubanas en ese país de lujo y que tras la traición de Lenín Moreno y la llegada del coronavirus las escenas en Guayaquil aún están ahí. ¿Dónde estaba cuando los cadáveres eran abandonados a su suerte en las calles? ¿En qué centro de salud se atendía mientras miles de ecuatorianos morían en cualquier esquina? Para que no me acusen de exagerado, remito a la propia prensa que derrocha su poder contra Cuba y su sistema de salud.

Más allá de las razones que nos asiste a cada cual para opinar, construir su imaginario social como le venga en gana, más allá de todo eso, recuerdo siempre de donde vengo, quién soy, cómo llegué hasta aquí y hacia dónde voy. Y eso es algo que no tengo que repetir porque es evidente que ser pobre, hijo de una auxiliar que limpiaba las aulas de una escuela similar a la me sirvió de escenario mágico para comenzar la inmunización, es mi mayor orgullo.

Ahora, como buen hijo de este país imperfecto y guerrero, me toca hacer lo mío: trabajar, cuidarme más, esperar las dosis que me faltan y el tiempo de la respuesta inmune. Y le aviso, amiga de Facebook, será el 16 de agosto la segunda dosis. Verá las imágenes. No tengo nada que esconder y, mucho menos, la alegría y “la luz, brother, la luz”, como escribió Sigfredo Ariel.

Carlo Figueroa

Texto de Carlo Figueroa

Comentario

  1. Armando Quintero

    Mucha razón tiene periodista Carlo,su artículo muy interesante y esclarecedor ,nuestros vacunatorios pueden ser las escuelas de nuestros hijos y q alegría poder verlas tan cuidadas,la atención esmerada de nuestras enfermeras ,médicos y el personal de apoyo(maestros y auxiliares)logrando inmunizar a la población con el esfuerzo de todo un país: Viva Cuba!

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