Tanto batallar tiene su premio y su precio. Durante largos meses la angustia, la ansiedad y hasta el dolor han sido el hilo que atraviesa la vida de todos. La pandemia de covid ha pasado factura, pero el tiempo vivido puso a prueba la inmensa capacidad de creación y el humanismo de los habitantes del planeta. Aún tiene en jaque a muchísimos, pero la luz al final del túnel se avizora más cercana.
Poco a poco el país va retomando su ritmo, aunque los riesgos de las improvisaciones, los descuidos y el exceso de confianza son el doble filo más temido. Resulta alentador ver los rostros de tantos más despejados, mejor equilibrados, aunque en otros tantos casos la procesión se lleve por dentro. Es verdad que disminuyen las tensiones, pero también los riesgos de contagio, los rebrotes y la aparición de nuevas cepas son cartas sobre la mesa que no se pueden obviar por nada en este mundo.
El regreso a lo que llamamos nueva normalidad —y yo prefiero titular como realidad/otra— ha sido una conquista colectiva que en Cuba tiene el componente exclusivo de la independencia científica y tecnológica para lograr vacunas efectivas y la inmunización de millones de personas. La visión de Fidel al fundar y dar valor extra a los centros de investigación tiene desde hace mucho tiempo probados resultados, pero hoy se ha colocado en el centro del elogio y la gratitud colectiva. Decir lo contrario es un acto propio de los malagradecidos.
Preguntando a algunos internautas sobre las cosas buenas que ha dejado este tiempo de pandemia, he leído opiniones diversas, aunque los puntos de vista varían de acuerdo con las experiencias personales, a lo vivido desde el aislamiento, las grandes tensiones y miedos, pero también desde la fe y la confianza en el poder real de la voluntad colectiva.
“Yo era un buen ser humano antes de la pandemia, tenía y tengo claros mis valores. La salud y la educación siempre han sido pilares para mi familia. No necesitaba esto para aprender nada bueno —me respondía Helena Carrasco Brioso—. Y me tocó estar en Madrid donde veía morir mil personas diarias, un Palacio de Hielo abarrotado de cadáveres, morgues llenas y mucho dolor en el entorno. La verdad que en mi caso para ser mejor no necesitaba de esto. Aprendizaje, tal vez. Cosas buenas, ningunas. Agradecida de estar viva”.
Andrés Cruz Rodríguez la sufrió “en carne propia, operado del corazón y con comorbilidades. Unos que debían apoyar, huyeron. Otros, desconocidos, apoyaron. Ganó la solidaridad y el sacrificio de muchos”.
Hay quien dice haber aumentado sus niveles de paciencia, como me asegura Rafael Ángel Pérez Martínez: “Algo tan necesario para mantener la salud mental en tiempos de cuarentenas y restricciones de movilidad obligatorias”.
Por su parte, Niuris Pérez Teodosio tiene claro que pudo pasar por la vida sin atravesar estos tiempos. “Vivo en Guayos donde todo el mundo se conoce y he perdido amigos y conocidos, ha dolido. Pero a todo se le puede extraer algo bueno: aprendí que lo más hermoso de la vida es estar viva, que la salud no tiene precio, que un abrazo vale oro, reafirmé valores que conozco y practico. Y también aprendí y aprendo que la resiliencia potencia la felicidad”.
Leer tan diversos criterios es la oportunidad de tener delante de los ojos un mapa cercano de lo que cada uno de nosotros, desde nuestras individualidades y contextos, ha vivido para contar siempre, para ser fuertes, optimistas, hombres y mujeres de fe en la inmensa razón que nos asiste para resistir, crecernos, tener confianza en el otro.
La actual reapertura es un verdadero reto, porque andamos en la cuerda floja y la inseguridad pulula en cada esquina. Cumplir con rigurosidad las normas de bioseguridad tanto en las casas como en las instituciones privadas o estatales es, y seguirá siendo, cuestión de vida o muerte. Hemos padecido lo suficiente como para entenderlo.
Cuando en las redes sociales ves imágenes de instalaciones recreativas y espacios públicos abarrotados, descuidos en el uso de las mascarillas, el “ya esto se acabó” como norma, tienes que encender las alarmas a tu alrededor. Si queremos avanzar, dar la estocada final al bicharraco, no hay alternativa posible: o te proteges (y proteges) o pagas con la vida. Demos la bienvenida a la distención, pero jamás al descuido y la irresponsabilidad.
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