Hay que cambiar la mirada, el método, la forma de intervenir en la vida cultural de las comunidades más vulnerables de nuestro entorno y aunque algunos parecen convencidos de que todo marcha bien en ese sentido, pues se han gastado cientos y miles de pesos durante años, la realidad supera cualquier deseo.
Los ejemplos de buenas prácticas en el trabajo comunitario sobran en Cuba, pero es evidente que las fisuras se han convertido en grietas profundas en varios espacios, grupos sociales y asentamientos poblacionales que han ido emergiendo o reforzando sus identidades con el paso del tiempo.
Si una fortaleza tiene la cultura cubana es su capacidad transformadora, la formación constante de instructores de arte, promotores, artistas que asumen el trabajo comunitario no solo como una complacencia espiritual, también como un modo de expresarse y complementar con éxito sus propuestas estéticas.
Está claro que no hay obra posible si no tiene el reconocimiento del público, si la gente no ve en ellas un reflejo de sus realidades cotidianas o acaso una manera de alimentar el goce y la espiritualidad de la familia. Pero a veces creer que lo hemos conseguido todo, que son muy positivas las estadísticas que acumulamos, se vuelven en nuestra contra.
¿Se han diagnosticado con acierto las pertinencias y necesidades sentidas de esos grupos poblacionales? ¿Se tiene en cuenta la realidad que enfrentan? ¿Hemos explorado las capacidades de creación que permanecen aparentemente dormidas en ellos? Si todo fuera perfecto hoy no emergieran tantas preocupaciones y acomodamientos, no se cuestionara sobre el rol que juega la cultura en aportar conocimiento, en integrarse al resto de los actores de cada comunidad para asegurar los espacios de expresión colectiva.
Por mucho tiempo se han invadido esas comunidades y grupos sociales con propuestas que si bien es necesario acercarlas a todos los públicos, mutan, crean falsos conceptos sobre el trabajo comunitario integral, cuando en realidad debemos trabajar desde lo endógeno, propiciar que las mejores expresiones artísticas emerjan desde las entrañas de cada lugar, con sus recursos y formas de hacer. Hay, definitivamente, que identificar los líderes, formarlos, mostrarles los caminos para que sus acciones sean muestra real de la identidad del lugar donde viven.
Una mirada rápida nos permite dar fe de la fuerza que tiene el sistema de Casas de Cultura, las bibliotecas, salas de proyección, las escuelas, los círculos sociales, las empresas y entidades, los promotores culturales, nuestros delegados del Poder Popular, que muchas veces conviven, pero necesariamente tienen que ir hacia las alianzas para que las propuestas artísticas que nacen allí se reconozcan y aseguren.
Está muy claro que no se puede dejar de tocar con las manos lo que sucede en esos lugares, incluso garantizar giras y encuentros con los referentes insustituibles de la cultura local y más. Pero también está la necesidad de estimular las potencialidades de la comunidad.
Que los tiempos son difíciles, que los recursos materiales escasean, que las presiones externas para ahogar al país aumentan, que los públicos se mueven a una velocidad que depende de su realidad cotidiana…, eso lo sabemos. Pero también está demostrado que si nos apartamos del camino, si justificamos todo con esas y otras razones ciertas, toda la fuerza que emerge de las comunidades se vuelve en nuestra contra o, peor, en contra de la misma comunidad, su cultura, su identidad, que a fin de cuentas garantizan el sabor y el color de la vida cubana.
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