¿Se puede planificar, prever, calcular con precisión lo que va a suceder en la vida cultural en los próximos años? La pregunta no deja de tener un doble filo. De un lado, todo proceso lleva organización y tener la visión clara de cuál es el camino a seguir. Del otro, dejarse llevar por el dogma de lo planificado para dentro de 10 años nos puede hacer caer en conductas esquemáticas que en vez de hacer avanzar consiguen el efecto contrario.
Está claro que la creación artística es un acto de libertad que nadie puede enjaular, mucho menos coartar, pero cuando se habla de establecer desde la institucionalidad las pautas a seguir en plazos sensatos, provisorios, objetivos, que apoyen y no obstaculicen el nacimiento y desarrollo de los procesos que involucran a una comunidad y un país, es necesario poner en blanco y negro la meta.
Desde hace más de un año el sistema de cultura en el país trabaja sobre la base del Programa de Desarrollo Cultural 2020-2030, un instrumento que a la luz de los tiempos que corren resulta fundamental para el servicio institucional y la implementación de la política cultural. Elaborado después de escuchar el consenso de las propias instituciones y organizaciones de artistas y creadores que toman parte en las decisiones y el accionar diario de la cultura en cada territorio, dicho programa se ha convertido en la razón de ser en la organización, conducción y gestión de los procesos culturales.
Al estar en armonía con los planes económicos del país, el programa permite establecer una guía para el desarrollo social y cultural de una manera flexible, creativa, dinámica, tomando en cuenta el diagnóstico sociocultural de cada territorio e institución. Resume no solo las formas de conseguirlo, también la evaluación constante de cada acción que nace desde las comunidades, los municipios y provincias, las instituciones, los creadores, los públicos. De no ser así, ¿cómo enfrentaría la cultura cubana el momento inusual e inesperado que supuesto todo este tiempo de pandemia? ¿Cómo garantizar la vitalidad de la institucionalidad y la protección a los artistas en tiempos donde lo presencial ha sido detenido por obra y gracia de un virus? ¿Qué hacer para sostener y hacer crecer la amplia red de centros destinados al disfrute estético y a la protección y salvaguarda del patrimonio?
Las dimensiones que engloba el documento no son estáticas, de ahí su mayor acierto. Se trata de tener claridad meridiana en asuntos tan importantes como el incentivo a la creación artística y literaria, la enseñanza, el trabajo comunitario, la informatización y las nuevas tecnologías, el patrimonio cultural, los recursos humanos con que contamos, la comunicación institucional y social, las proyecciones internacionales de la cultura, las industrias culturales y creativas, la relación cultura-turismo, la investigación y protección del medio ambiente, la economía, los recursos financieros y materiales, el control y el perfeccionamiento institucional y muchos otros asuntos. Evaluar la pertinencia o no de lo previsto a la luz de la realidad que se puede vivir en cada contexto es una constante y corresponde a todos, involucra incluso a las asambleas municipales y órganos de gobierno.
La cultura se puede planificar, aunque la hora en que la musa acompaña a los creadores es imposible precisarla, pero si tienes a mano las rutas que llevan la obra desde la soledad del nacimiento de un verso hasta el papel donde quedará impreso para ser disfrutado y protegido como el acto sublime que es, entonces todo ha de marchar mejor. ¿Riesgos? Siempre hay riesgos y dependen más de los hombres cuya misión es dirigir, controlar, posicionar el arte y la literatura en la sociedad cubana. El Programa de Desarrollo Cultural 2020-2030 no es en ningún caso una camisa de fuerza. El documento es una y muchas rutas, el asunto está en saber cuándo aumentar o moderar la velocidad, cómo destinar los recursos y a qué, cómo hacer que el goce estético colectivo no sea letra muerta.
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