Muchos están deseando tirar la casa por la ventana y sobran los motivos. 2021 ha sido un año tan duro e incómodo, desesperante, colmado de ansiedades y pérdidas, que celebrar la vida es un motivo adicional para terminar el año entre jolgorios y buenas vibras.
La contención colectiva es un hilo demasiado frágil en estos días, aunque las noticias, las medidas de prevención, las cifras y la nueva cepa de contagio del coronavirus estén ahí, plantadas, recordándonos una y otra vez que no ha terminado la desesperanza.
Poco a poco se ha ido recuperando el país y la vida cultural no escapa de ese despegue. Van apareciendo las celebraciones, los conciertos, encuentros literarios, presentaciones teatrales, funciones cinematográficas, visitas a sitios históricos y museos. Despacito vamos sumando oportunidades para retomar el goce y la espiritualidad que por momentos pensábamos perdida para siempre.
El sector turístico suma su capacidad aún discreta para salir de nuestras zonas de confort, admirar en familia o entre amigos los encantos naturales de uno de los entornos más hermosos del archipiélago y así liberar tantas tensiones acumuladas durante meses o más de un año si sumamos el 2020 cuando el mundo a nuestro alrededor se puso patas arriba.
Está claro que aún se ve lejos el día de tirar en una esquina de la casa las mascarillas y el agua con cloro, pero ello no quita que los cubanos celebremos un fin de año sin la fuerza de un estrés acumulado y lacerante, que nos ha traído pánicos, miedos, llanto. La vida nos importa mucho, hemos aprendido a valorar más nuestro humano y discreto paso por ella.
Sin embargo, algunas imágenes que pululan por las redes sociales dan fe de ciertos desatinos o descuidos, de no atender las normas vigentes en cuanto a la capacidad de los espacios públicos para realizar acciones recreativas, festividades enraizadas en la cultura popular que están en el ADN de comunidades y pueblos. Aglomeraciones, ausencia de medios de protección individual para evitar la propagación del virus, cumbancha a todo tren celebrando que estamos de vuelta.
De nada vale que en la gran mayoría de los espacios se respeten las medidas de bioseguridad acordadas por los gobiernos locales que imponen no solo su correcta aplicación, el límite de las capacidades a un 50 por ciento, evitar las aglomeraciones y discotecas, mantener el distanciamiento social. De nada vale cuando en otros lugares el entusiasmo lleva al desliz o peor: pueden hacer retroceder lo ganado en buena lid.
Está claro que por muy vacunados que estemos, aquí nada está dicho. No se ha escuchado que llegó el momento del borrón y cuenta nueva.
Mientras las autoridades siguen exigiendo y controlando la desmesura, la responsabilidad individual es la clave de todo. De nada valen las imposiciones si cada persona y algunos decisores no asumen su rol en la prevención contra el coronavirus, que cada día se disfraza, reaparece sin permiso para recordarnos lo frágiles que somos ante sus daños y secuelas.
Tenemos que celebrar, vamos a celebrar con la modestia y la humildad que supone un contexto nacional difícil, pero hay que bailar como el buen bolero: en un solo ladrillito, con precaución y conciencia plena de que pasarse de la raya es un peligro que nos cuesta la vida que hoy festejamos. Esa luz que nos ilumina desde el final del túnel tiene que brillar cada día con más energía y para eso se necesita la buena vibra, el amor y la responsabilidad de todos.
Excelente texto de Carlo como ya nos tiene acostumbrados. Imprescindible sería q todos lo asumieramos con la responsabilidad y la noble intencion con q ha sido redactado. Gracias Carlo Figueroa x este llamado oportuno, cuando la nueva cepa vuelve a ser una amenaza. Hagamos de todos esta advertencia.
Vamos a volver a experimentar el trauma del colapso sanitario.