Comenzar de nuevo, remontar, poco a poco ir conquistando espacios como un niño que aprende a caminar: esa es la principal misión y debilidad que todos debemos enfrentar tras casi dos años de angustias, ansiedad, miedos, muertes inesperadas, tensiones sociales y económicas provocadas por el SARS-CoV-2.
Sin embargo, “no hay confianza que valga, porque el peligro acecha y el nivel de contagios crece de un día a otro”, escribía la periodista Rosario Sánchez Jacomino y no deja de tener razón. Estamos ante una enfermedad tan volátil y de fácil propagación que por mucho que se quiera olvidar que está ahí, a nuestro lado, acechando en cualquier esquina, es una realidad con la que tendremos que seguir lidiando por mucho rato.
Lentamente —aunque algunos quisieran que fuera ya—, se van recuperando espacios. Las instituciones culturales comenzaron a brindar servicios, las bibliotecas, museos, casas de cultura, librerías, teatros, cines… están a disposición de todos tras largos meses de incertidumbres, pero aprovechados muy bien en salvaguardar el patrimonio, reparar, mantener las condiciones y por encima de todo cuidar sus tesoros, que no son pocos en esta parte del mundo.
Otras instituciones comienzan a despojarse de meses de pereza inducida y despacito, con limitaciones lógicas en sus capacidades y horarios, se van sumando. Es un alivio y hasta un premio para los públicos que han resistido en sus casas, que no han visto en meses otros escenarios, que no viven hace tiempo el placer de una buena conversación, un pasillo a todo ritmo, un café distendido en los sitios preferidos.
Va a depender de todos que no se arme el desafuero, que esa juventud que desde hace varios fines de semana viene ocupando parques, plazuelas y espacios públicos cumpla como nunca las medidas de bioseguridad para esta fase de la recuperación o la normalidad/otra que asumimos. Pero es justo alertar que es responsabilidad de todos, de los funcionarios, dirigentes, trabajadores de las instituciones que se cumplan las regulaciones del momento o nadie nos quita el cubo de agua fría o, peor, el contagio masivo. La irresponsabilidad individual o colectiva no puede ser una opción, es una obligación.
Todos estos meses nos han dejado muchas enseñanzas, han marcado estilos de vida y trabajo que no podemos dejar a un lado. Desde el distanciamiento, la ausencia de abrazos y apretones de mano, hasta las alternativas de comunicación y realización virtuales, llegaron a nuestra sala y se han acomodado. Hay que extraer las mejores experiencias, mantenerlas dinámicas y no renunciar a sus lados positivos.
Una colega me decía hace unos días que ya nada será igual, y tiene toda la razón. Nada ni nadie volverá a ser lo mismo. Ese desenfado, ese modo de vivir antes de 2020 ya no estará de la noche a la mañana. La experiencia traumática, las tensiones generadas por la covid no solo nos arañaron la piel, dejan sus marcas para siempre.
Todos queremos que se abran más opciones, que empecemos a liberar energías negativas acumuladas durante meses pero, como sucede con los atletas de alto rendimiento tras su retiro, hay que desacelerar con mesura y responsablemente, conscientes de que en ello estará por un buen rato la opción de enfermar y hasta morir.
Las vacunas y el titánico esfuerzo de los investigadores y profesionales de la salud, trabajadores, jóvenes estudiantes universitarios y de tantos otros no se puede tirar por el caño así, como si nada. Mucho se ha jugado Cuba y el mundo en casi dos años para reírnos de los peces de colores. La vida nos cambió y los hombres sabemos cómo adaptarnos a cada circunstancia.
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