En los últimos meses lo virtual ocupa un espacio inusitado. El desplazamiento de nuestra realidad hacia ese espacio intangible parece adueñarse de todo. Nuevas expresiones aparecen en nuestro idioma y otras tantas maneras de hacer desde la casa o el trabajo están a la orden. Es la manera más oportuna que hemos encontrado para asumir los derroteros que nos impuso la pandemia de la COVID-19.
La necesaria incomunicación física, el dejar de ver a los seres queridos, abrazarlos, compartir en colectivo las más simples aventuras de la vida, ha ponderado la utilización de las denominadas tecnologías de la información y la comunicación, y específicamente internet y las redes sociales. “Te escribo por WhatsApp” o “Enviámelo por correo”, suenan tan habituales como el uso del tapabocas.
En realidad, el impulso que desde finales del siglo pasado venía recibiendo el desarrollo de las comunicaciones ha encontrado en un problema de salud mundial su escenario perfecto para los cambios de paradigmas y el fomento de una sociedad-red, como afirman algunos teóricos. Las discusiones y la práctica alrededor de la realidad virtual y sus representaciones están recibiendo contribuciones constantes desde la filosofía, la comunicación, la historia del arte y de la cultura material. Y aunque unos hablan de representación al analizar lo que está sucediendo en este sentido por ser un concepto más abarcador, la virtualidad es para la mayoría el género por excelencia de estos tiempos, debido a los efectos reales de las tecnologías.
Hace unos días, un oyente que se comunica con nuestra emisión radial todos los días a través de Facebook y respondiendo a la pregunta de si existe o no el amor virtual, nos preguntaba: ¿No es virtual el amor a Dios? La lógica indica que tiene el derecho a ver lo que ocurre a nuestro alrededor y aquello que suponemos muy abstracto de esa manera. Pero hay detalles que no se pueden pasar por alto. Dios para los creyentes y practicantes de cualquier religión no es algo virtual. Las personas de fe, los religiosos auténticos, tienen una comunicación muy real con sus preceptos, su vida y sus comportamientos en todos los momentos están determinados por una conexión que para un materialista es difícil entender, pero que desde la cosmovisión religiosa es tan real como el amor que puede existir entre dos personas.
Otra pregunta del mismo oyente/internauta me hizo sonar las alarmas desde mi butaca frente el micrófono: ¿El amor a la Patria no es virtual? Le aseguro que en lo personal y desde la lógica del entendimiento humano, me pasaron por la mente muchas posibles respuestas. Los procesos de interacción y adaptación ante la sociedad y los sistemas tecnológicos que, repito, tienen un crecimiento inusitado, pueden despertar este tipo de interrogantes en apariencia ingenuas. Pero el tema es mucho más serio. En primer lugar, porque la Patria es la madre de todo y de todos, somos lo que ella nos ha inculcado, se le debe respeto y veneración, se defiende no solo con ideas, también con hechos y la historia de la nación está ahí para confirmarlo.
Creer que el amor a la Patria es algo virtual, dudar siquiera, es el resultado de ciertas matrices de opinión que a fuerza de un bombardeo mediático despiadado han tratado e insisten en hospedar en el pensamiento colectivo los sectores más neoconservadores y anexionistas que atacan a Cuba. Hacer borrón y cuenta nueva, dejar a un lado el apego a las más perdurables acciones patrias, se ha visto como una necesaria y hasta viable ruptura con el sistema político cubano. En la internet y las redes sociales están los ejemplos todos los días, no hay que ser ciego ni intentar tapar el Sol con un dedo. Esos fundamentalistas de ocasión que buscan la división entre los cubanos, derribar puentes y acabar con la obra de más de 60 años de construcción socialista, se valen de todos los argumentos para convencer y uno de ellos es precisamente es que la Patria es virtual, que no existe, que es una idea que nos han colocado en la mente para tenernos ajenos a la verdad.
Siempre he insistido en que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son una extensión más de nuestro cuerpo, de ellas dependemos hoy para casi todo, pero no podemos dejarnos engañar. Ese es un campo de batalla en la Cuba de hoy, en todos los lugares donde el guión de la historia lo construye una mayoría que no cree en los ideales mundos del consumo y la desidia social. Hay que saber discernir, seleccionar, leer, descartar lo que viene disfrazado, encantando con imágenes y palabras bonitas, con discursos que a veces nos parecen razonables. No tenemos opción, lo sé. Debemos convivir con todo eso y más, pero junto al disfrute de ese mundo fabuloso de la internet y las redes sociales, ser precavido vale por diez.
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