Quiso, al igual que sus nueve hermanos, renegar del apellido heredado por la línea paterna, ya que evocaba un mes del año. Se inscribió en el Registro Civil como Heriberto Sánchez Echemendía, pero, por llamativo e inusual, Febrero terminó imponiéndose y es ese el apelativo que lo define hasta hoy en todos los escenarios fuera de la familia.
Lo conocí en la década de los 80, mientras engalanaba la unidad El Caimito, una de las dos que apadrinó como trabajador de la Empresa Municipal de Comercio. También lo tuvo, cual preciada joya que distinguía con sus arreglos la ambientación del centro, la Tienda de los Vanguardias, otrora situada en la calle Independencia.
“Mi plaza era de decorador, la ejercí muchísimos años. Al perderse esa actividad, con las limitaciones materiales que pusieron fin a aquellos hermosos adornos en las vidrieras, me propusieron para rotulista; en eso llevo ya un buen tiempo”, declara desde uno de los bancos del parque próximo a la Iglesia Mayor. Muy cerca de allí está el lugar donde rubrica las tablillas que anuncian mercancías de la canasta básica familiar, o platos en oferta de algún comedor obrero.
Emplea cartulina y temperas que él mismo procura. Se esmera en los trazos y en el empleo del lenguaje, porque incluso una labor tan aparentemente simple requiere, afirma, mucho amor. “Cuando tengo dudas voy al diccionario o le pregunto a una maestra vecina”, apunta, para evocar luego la broma en la que un error ortográfico intencional, junto a un diseño ingenioso, lo llevó a conseguir ventas insospechadas en un encuentro de técnicas comerciales en el occidente de Cuba.
Quien lo ha visto por casi cinco décadas dedicado a ese mundo puede no conocer que antes de sumergirse en él plantó su huella en el carnaval espirituano, al aplicar los conocimientos adquiridos en la Escuela de Arte de Cubanacán, donde cultivó su sueño de ser bailarín.
“En ese centro me escogieron por la estatura, pero durante un entrenamiento, mientras realizaba una cargada, me hice dos hernias inguinales y tuve que dejar el ballet. Estuve en La Habana cerca de ocho años; todavía viviendo allá me enrolé en el trabajo de las carrozas y de las aspirantes para la estrella y sus luceros. Lo disfrutaba mucho.
“Cada año venía; preparar a las muchachas y acompañarlas luego de la selección en los recorridos que hacían se volvió imprescindible. Les enseñaba de todo, desde normas de comportamiento social hasta la gestualidad, la forma de pararse y colocar las piernas, para que lucieran mejor”, evoca.
Jamás cobró por aquello ni un centavo, y algún que otro representante de gobierno en el municipio cabecera llegó a reconocer la relevancia de su aporte. Sus manos, aunque no las únicas, colocaron y descorrieron las cortinas del edificio que acogería la sede del Comité Provincial del Partido, en el día inaugural. Y le place aquella decisión de Joaquín Bernal Camero, entonces máximo dirigente de la organización, de nombrar el boquete donde radica la casa familiar, asfaltado no mucho después, con el glorioso nombre de 24 de Febrero.
Mientras se le escucha hablar de su vida se descubren hilos de conexión que hacen más entendibles sus actitudes, como el hecho de que, siendo un adolescente de 11 años, se enroló en la Campaña de Alfabetización y fue a enseñar en un paraje de la Sierra Maestra. De allí no saldría ni siquiera después del asesinato de Conrado Benítez en las lomas del Escambray.
“Siempre he estado agradecido de la Revolución y digo que de no ser por ella no hubiera sido nadie. Tuve la oportunidad de estudiar; no me convertí en limpiador de carros, ni en limpiabotas, como se ven obligados a hacer tantos niños en algunos países. Éramos pobres y vivíamos bien, la comida nunca nos faltó.
Pero ahora se ha puesto de moda cuestionar lo que se hace en Cuba, incluso desde fuera de ella; atacar sus símbolos patrios…
“No le permito a nadie que me venga a hablar mal de mi país, al que lo haga me le viro como un gato; no me gusta que me lo ofendan, porque hay que ser agradecido. Para mí Fidel es único, como ese no habrá otro en el mundo. Primero Dios y después él. Y el que no quiera a su bandera, que es como querer a su Patria, no quiere ni a su madre.
“¿Quieres himno más bello que el nuestro, bandera más hermosa que esa, que sobresale entre todas, con sus colores? Son unos descarados los que la mancillan, no les interesa que Cuba mejore; para ellos existen solo los negocios, el dinero”, reacciona ante la insinuación.
Dirigente sindical desde que laboraba en la fábrica de envases metálicos Bernardo Arias Castillo, como jefe de almacén, Febrero asegura que seguirá en el sindicato incluso después de la jubilación. En sus trazos inconfundibles de rotulista están los remanentes de pasajes que, aunque él ni siquiera lo sospeche, se quedaron anclados en la memoria de miles de hijos de la ciudad del Yayabo.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.