A la altura de la media mañana del pasado día 12 de abril no tuve mucho tiempo para pensar: “Llamaron desde temprano de Ciencias Médicas, quizás haya nuevas declaraciones sobre el estudio de intervención controlada que están haciendo allí con el candidato vacunal Abdala o quieren que nosotros participemos”, me indicaron en la dirección de Escambray.
Pensando que se trataba más de una cobertura periodística que de la posible inoculación, salí disparada en busca de la noticia. Pero, ya en el lugar, el doctor en Ciencias Enrique Pérez —director del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) en Sancti Spíritus, uno de los coordinadores de este estudio aquí— sugirió esperar la aplicación de la segunda dosis para realizar valoraciones.
Entonces esta reportera, junto a otros dos colegas de medios de prensa en el territorio, solo estaba allí como voluntaria. Desde ese minuto me convertí en la paciente 227, un número cuya identidad revelo por decisión propia porque la ética de los investigadores la mantiene a buen resguardo y solo la utiliza con fines científicos.
Confieso que, sentada cómodamente ante una mesa, con las manos previamente desinfectadas y mientras leía un documento donde me explicaban los pormenores del estudio, no sabía si considerarme una suertuda o una conejilla de Indias.
Apenas conocía que este candidato vacunal, un producto del CIGB en colaboración con los Laboratorios AICA, ya se prueba en algunas provincias orientales, aquí suma a 301 espirituanos y sus resultados hasta ahora resultan alentadores.
“En el caso de Abdala, todos los individuos indujeron anticuerpos específicos a la proteína con la que se inmunizaron, los cuales fueron capaces de neutralizar el efecto del virus sobre las células”, aseguró recientemente la directora general del CIGB, Marta Ayala.
Con calma, un joven forrado en bata verde y con todas las protecciones que los protocolos mandan, me explicó en detalle el asunto: recibiría tres dosis, separadas cada dos semanas; debía llenar sistemáticamente a partir de este día Cero un autorreporte con los más mínimos eventos adversos y portar una tarjeta de identificación como sujeto vacunado en intervención.
Además, no debía preocuparme porque este candidato no me enfermaría con la COVID-19 y si presentaba algún padecimiento crónico como diabetes o hipertensión allí se encargarían de compensarlo antes de recibir la inyección. Al cabo de 56 días de vacunada volverán a tomarme muestra para dar seguimiento a la respuesta inmunológica.
Después de firmar el consentimiento informado comencé a circular de una mesa en otra, donde recibía tanto preguntas como informaciones: ¿Eres alérgica al Timerosal u otro medicamento?, ¿Aún te encuentras en edad fértil?, ¿Últimamente has tomado Biomodulina?, ¿Padeces alguna enfermedad?
Sin mucho tiempo para sacar conclusiones, una enfermera me tomó la temperatura y la tensión arterial, que se mantenían bajo control. Aproveché un pequeño impasse antes que llegara mi turno y eché un vistazo en derredor: todo se encontraba perfectamente dispuesto, higiénico, con desinfección continua de las superficies, los instrumentales y las manos, en tanto el resto de mis compañeros de aventura se ocupaban con los más intrascendentes comentarios de mecánica automotriz o instalaciones en sus móviles.
Pero esta reportera no dejaba de pensar y repensar en tantas declaraciones y puntos de vista diversos relacionados con esta maldita pandemia que nos acosa y la esperanza de las vacunas nuestra y ajenas.
La pasada semana misma los científicos cubanos revelaron la existencia en el país de cinco variantes genéticas y seis patrones mutacionales del SARS-CoV-2, que nos pusieron la carne aún más de gallina y despertaron múltiples incertidumbres.
¿Podrán las cinco propuestas cubanas controlar una enfermedad tan compleja y saltarina?, ¿por qué tiempo durará la inmunización?, ¿acaso el resultado de estos medicamentos dependerá de la salud de cada persona?
Imposible una última palabra sobre estas propuestas de la ciencia cubana que aún permanecen en estudio. Las respuestas más concretas las encontraba mientras leía unas horas antes la entrevista publicada en Cubadebate con el doctor Luis Herrera, ingeniero genetista y actual asesor del grupo BioCubaFarma.
La vacunación más alta que se ha logrado en el mundo es la de Israel y los Estados Unidos, que ya están en 70 por ciento o más de cobertura, pero en ningún país ha habido tiempo suficiente para comprobar tiempo de inmunidad. Puede suceder que, al cabo de los seis meses, por ejemplo, decaigan los anticuerpos. Esta es una comprobación en tiempo real, aún no podemos decir cuánto durará la inmunidad, reflexionaba el experto.
Y agregaba: “Un factor que tiene a todos en el mundo muy nerviosos son las nuevas variantes del virus. Ante estas nuevas variantes, ¿cuál es la estrategia en el caso de Cuba? Si logramos un altísimo título de anticuerpos, aunque la respuesta lograda frente al mutante sea menor que la lograda frente a la cepa original o anterior, esta pudiera ser suficiente para lograr la neutralización”.
Las esperanzas ahora mismo se replican en mi cerebro mientras, después de cerrados todos los formularios, extiendo el brazo derecho para que me extraigan una muestra nada despreciable de sangre con vistas a todos los análisis previstos, experiencia que deberé repetir después de la tercera dosis para medir mi respuesta inmune.
Y luego, por fin, debajo de mi hombro izquierdo, como en aquellas ya lejanas vacunaciones de la primera infancia, recibo este pinchazo milagroso que llega con una aguja fina y escaso dolor. Debo esperar media hora en un pequeño saloncito por si se presenta alguna reacción, mientras otra enfermera vuelve a tomar los signos vitales.
“¿Se siente bien?”, pregunta la Seño mientras mira el tiempo exacto transcurrido en el reloj. Y a seguidas se despide con un “La esperamos en 14 días”. Hasta ahora, mientras escribo estas líneas, sigo perfectamente.
En el mundo las noticias continúan preocupantes: en Estados Unidos detuvieron la distribución de la vacuna de Johnson & Johnson por posibles efectos adversos; mientras que desde antes grandes potencias de Europa suspendieron el uso del antígeno de AstraZeneca por similares razones; y el director general de la Organización Mundial de la Salud no se cansa de insistir en que la pandemia está lejos de terminarse.
En medio tantos truenos casi no queda tiempo para una crisis de conciencia y otras angustias sentimentales que me carcomen: que si esta dosis la necesitaba más el personal médico y de apoyo ahora mismo en la arriesgada zona roja, que si la hubiera cedido con gusto a mi madre anciana, a mi hijo adolescente o algún colega vulnerable.
La zona inyectada aún duele un poco. Por el momento, aparece como la única observación que consta en mis reportes. De alguna manera, también respiro en positivo porque en breve tiempo no contagiaré a nadie, ni resultaré carga para las instituciones sanitarias; sin mencionar mi modesta contribución a la ciencia, a la salud de los cubanos y hasta de una parte de la humanidad. Pero, definitivamente los periodistas les sacamos demasiada rosca a las neuronas. Mejor no pensar tanto y preparar el brazo para la segunda dosis.
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