La pandemia nos cambió la vida. Si un año atrás discutíamos si los cubanos estábamos preparados para dejar de abrazarnos, tocarnos, mantenernos distantes los unos de los otros, si íbamos a resistir el uso del tapabocas por mucho tiempo, hoy todas las especulaciones de entonces han quedado en el recuerdo.
La realidad supera cualquier deseo, dice una vieja frase que ahora se ajusta perfectamente a la situación. Porque no acabamos de tomar conciencia de que en el último año la humanidad ha vivido un gran cambio cultural, un giro de rosca que se produjo en pocas semanas y que, al parecer, va a continuar así un buen tiempo.
El regreso a la normalidad, a cómo eran nuestras vidas a inicios del 2020, todavía está muy lejos, más allá de los éxitos que se van consiguiendo con las vacunas de varios países y los candidatos vacunales que desarrolla Cuba y que permitirán inmunizar a toda la población del país y buena parte del planeta. Cuando las restricciones sean menos, incluso en ese momento, el coronavirus seguirá afectando nuestras vidas de muchas maneras.
Uno de los mayores cambios está en el uso de las tecnologías, pues las plataformas digitales se han llevado las palmas a la hora de salvar el juego en muchos aspectos del desarrollo y sostenibilidad de la vida laboral, académica y hasta en lo doméstico. El teletrabajo, las videoconferencias, las transmisiones virtuales de eventos, la compra de insumos personales, el pago de servicios… cada vez se entronizan más en sus diferentes variables en línea. El acelerón es grande en ese sentido, tanto que, hasta las maneras de entretenernos, educar a nuestros hijos, ponernos en forma físicamente nos llegan con naturalidad a través de lo digital y, créame, todo ello llegó para quedarse. Solo hay que observar cuánto han cambiado nuestros hábitos y prioridades.
En Cuba, donde estamos viviendo un reordenamiento monetario y económico necesario para avanzar hacia una sociedad más dinámica y en armonía con nuestras capacidades productivas, se siguen promoviendo todas las modalidades posibles que incluyan la utilización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Las empresas, que a nivel mundial han sufrido el mayor shock del último siglo según los expertos, se están replanteando desde la producción hasta el comercio de sus productos y servicios, la necesidad de tener o no a tantos en las oficinas y directos a la producción. El trabajo desde casa aliviaría hasta el transporte urbano, si lo pensamos calmadamente. Serán menos los que estarán detrás de la ruta que no pasa o va muy llena. De otro lado, las cadenas de suministros se volverán más cortas y locales, lo que trae consigo que mejore el rendimiento de las empresas o simplemente desaparezcan.
Aunque por estos días se menciona menos, está claro que el confinamiento ha llevado a vivir en un mundo más verde. Los niveles de dióxido de carbono han caído a nivel planetario, disminuyendo hasta las enfermedades respiratorias agudas. A todas luces el uso de las energías renovables, la disminución sustancial de la movilidad en el transporte y la eficiencia energética en el ámbito doméstico, ya tienen un impulso reconocible en el escenario de la COVID-19 y la tendencia luego de sobreponernos a ella es a continuar en ese camino, pues se ha demostrado con creces que se puede frenar el daño que los humanos estamos causando a la naturaleza y que al reducir la emisión de gases a mediano y largo plazo pueden caer los niveles extremos de las temperaturas.
En el mundo artístico las cosas no son diferentes. Salas de cine, teatros, salas de conciertos, museos y galerías asumen hoy una realidad impensada y, como si fuera poco, han tenido que reinventarse de la noche a la mañana. Lo presencial, el disfrute de un recorrido, el caminar entre los estantes de una biblioteca, el goce de detenerse delante de una obra de arte o el simple acto de asistir a una puesta en escena, se han resentido. Sin embargo, muchos han descubierto la cantidad de contenido de arte que gratuitamente pulula en las redes. Las plataformas digitales están registrando una cantidad de usuarios que ni ellos tenían en cuenta y que ahora se adentran en sus ventajas para dejarse llevar a cualquier parte con solo dar un clic. Las instituciones culturales han tomado con más fuerza la necesidad de estar presentes en esas plataformas, de visibilizar sus propuestas. Los músicos estrenan, comparten, interactúan con sus públicos como jamás soñaron.
Podría seguir enumerando el cambio que esta pandemia nos ha traído en tan solo un año. Es cierto que no todo es para bien. Hay cientos de abrazos pendientes y créame si le digo que nada sustituye la mano en el hombro, un abrazo, un beso. Pero hay que reconocer que nada sucede por gusto y estos tiempos difíciles, de distanciamientos, miedos, incertidumbres, muertes, riesgos y desesperanzas, también traen consigo modificaciones en nuestros comportamientos y en las maneras de ver el desarrollo humano. Los sociólogos tienen mucho por delante, pero de que nos hemos visto obligados a asumir una nueva cultura de vida no hay duda alguna.
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