Gesto de hidalguía y honor sin límites, la Protesta de Jarao, escenificada el 15 de abril de 1879 en Hornos de Cal, Jarao, Sancti Spíritus, por el coronel José Ramón Leocadio Bonachea Hernández, se inscribe entre las páginas gloriosas de la historia de Cuba, equivalente a la protagonizada por Antonio Maceo en Mangos de Baraguá, el 15 de marzo de 1878.
Si Baraguá fue el rechazo directo al oprobioso Pacto del Zanjón, firmado el 10 de febrero de ese año por el llamado Comité del Centro —de mambises arrepentidos—, con las autoridades españolas bajo el mando del general Martínez Campos, Jarao, un año y un mes después, significó la reiteración del espíritu de libertad de los cubanos y la defensa de su derecho a la insurrección libertaria, toda vez que 10 años de dura guerra no aportaron la soberanía de la isla ni la abolición de la esclavitud, objetivos supremos de la revolución iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.
Tanto Bonachea como Maceo, como Limbano Sánchez, como Vicente García, Pedro Martínez Freyre, Belisario Grave de Peralta y otros continuaron luchando después del fatídico 10 de febrero, porque no fueron consultados por el Comité Pactista, en el cual figuraron no pocos de los que destituyeron al Padre de la Patria en Bijagual de Jiguaní y que luego pasaron a formar parte del Partido Liberal Autonomista, al servicio de la metrópoli española.
Y cuando, abrumado por la falta de condiciones materiales y subjetivas, el Titán se vio obligado a marchar al exilio con sus más cercanos seguidores, Bonachea permaneció con su pequeño ejército durante un año entero hostigando a los españoles en la región central de Cuba, derrochando valor y patriotismo en una lucha sin esperanzas que se desarrolló entre Remedios, Sancti Spíritus, Placetas, Trinidad, Morón y Ciego de Ávila, y que le aportó los grados de teniente coronel y coronel del Ejército Libertador cubano.
Como atestiguan documentos de la época, para los españoles resultaba sorprendente la osadía de Bonachea, quien atacó lugares como Morón, la hacienda El Rubio, Ciego Potrero, La Ceiba y Vereda de Caballo, entre otros puntos, burlando emboscadas, haciendo abortar planes para asesinarlo, rechazando sobornos y chantajes, hasta que un revés sufrido por sus tropas el 14 de febrero de 1879, en el camino de Cabaiguán a Nazareno, lo colocó en una situación insostenible.
Esa circunstancia y las continuas presiones provenientes del campo patriótico —pues su solitaria epopeya no ponía en peligro el régimen colonial y, en cambio, mantenía en pie de guerra al enemigo peninsular, lo que impedía los aprestos secretos para otra gesta libertaria—, lo impulsaron por fin a salir de Cuba.
En esta decisión mucho tuvo que ver el poder de convencimiento del general Serafín Sánchez, quien en contacto con el movimiento nacional que preparaba lo que luego se llamó la Guerra Chiquita, logró convencer a Bonachea para que marchara al exilio y así salvarlo de una muerte inútil.
Mucho se había esforzado España por sacar del camino a Bonachea, quien le impedía concluir con éxito la pacificación impulsada por Martínez Campos, pero para lograrlo debió aceptar condiciones que dejaban en entredicho su condición de vencedora. La primera fue hacer una cita en la comarca espirituana de Hornos de Cal, Jarao, en la cual públicamente el rebelde mambí suscribió un acta de gran valor histórico, en la cual hizo constar, entre otros conceptos, lo siguiente:
«…De ninguna manera he capitulado con el Gobierno español ni con sus autoridades ni agentes, ni me he acogido al convenio celebrado en el Zanjón, ni con esto me hallo conforme bajo ningún concepto(…)”. La otra deferencia de Iberia y como prueba de la victoria moral de Bonachea: España tuvo que ponerle un edecán y alfombra de honor al héroe y facilitarle un barco de guerra, el Don Juan de Austria, para que saliera desde Tunas de Zaza hacia Jamaica, con su esposa, hijas y algunos de sus compañeros de epopeya.
No escapó a José Martí la trascendencia de aquel gesto heroico, que lo hizo expresar: “El hombre de Hornos de Cal no tiene igual entre los que protestaron de la paz —del Zanjón—. Con menos recursos que Maceo, menos prestigio, menos ascendiente, persistió por más tiempo en un gesto supremo y no arrojó nunca un ápice de sombra sobre aquella figura que no cede ni ante la hazaña estupenda de Baraguá”.
Nota: Ramón Leocadio Bonachea, nacido el 9 de diciembre de 1845 en Santa Clara, murió fusilado el 7 de marzo de 1885 en el Castillo del Morro, en Santiago de Cuba.
Si alguien tiene duda de los c…… de Bonachea, que profundice un poco en la historia. Ese era un «león tusa’o», como se dice por ahí.