Las dos últimas celebraciones del día mundial de la familia ─15 de mayo─ han estado condicionadas por circunstancias que han modificado las prácticas sociales y culturales que envuelven nuestra cotidianidad. La pandemia de la COVID-19 ha generado una de las peores crisis que han afectado a la humanidad, desde que fue proclamada esta celebración por la Organización de las Naciones Unidas en 1993. Dada la relevancia del papel que ha desempeñado la familia en estas circunstancias, se presenta entonces como una oportunidad para invitar a la reflexión en torno a la necesidad de avanzar en el reconocimiento de las funciones que ejerce la familia, fomentando la toma de conciencia sobre las cuestiones más relevantes que afronta en la actualidad.
Nadie pone en duda la importancia de la familia como unidad básica de la sociedad. Es el primer y principal contexto socializador y constituye la primera red de apoyo social con que cuenta el individuo a través de toda su vida, por lo tanto, se reconoce su función protectora ante las tensiones que genera la vida cotidiana, en aras de garantizar el bienestar físico y mental de sus integrantes, más allá del cumplimiento de las tan reconocidas funciones relacionadas con la satisfacción de las necesidades materiales de sus miembros, la reproducción de la especie humana y la transmisión de normas, valores, costumbres y pautas de comportamiento, necesarios para desempeñarse como miembros plenos de la sociedad en la que se vive. En definitiva y por tales motivos son muchas las responsabilidades que recaen sobre la familia.
También es reconocido el hecho de que la familia constituye el reflejo del ambiente socioeconómico en el que ella se desenvuelve y que en el mundo contemporáneo, y en específico en nuestro país, se particularizan un grupo de factores que determinan una realidad compleja, generadora de tensiones. La pandemia que afrontamos ha traído cambios vitales para la sociedad, a los cuales las familias han tenido que adaptarse ante nuevas rutinas y situaciones.
Estos cambios han originado modificaciones importantes en los sistemas familiares, que influyen directamente en el funcionamiento y bienestar de todos los miembros. Su gran incertidumbre y sus consecuencias presentes y futuras han dado lugar a estresores distintos a los habituales. La modificación de muchas actividades laborales y escolares para garantizar el distanciamiento físico, como una de las principales medidas que ha debido adoptar la población para la prevención de la COVID-19, con el correspondiente aislamiento dentro de las viviendas, ha convertido a la familia en el contexto donde se desarrollan la mayoría de las relaciones interpersonales y donde pueden verse incrementados los conflictos.
El escenario familiar ha cobrado protagonismo para todo tipo de actividades: a las tradicionales actividades domésticas y de sustento que se desarrollaban en el contexto hogareño, se suman actividades escolares, laborales, práctica de ejercicios físicos, actividades de divertimento, garantizando a su vez la atención diferenciada a sus miembros de acuerdo con sus distintas edades y con sus diferentes necesidades y, en medio de todas ellas, cobra vital importancia la necesidad de protección de la salud. Ha sido entonces un reto para la familia cumplir con sus funciones fundamentales, en condiciones atípicas.
El escenario doméstico puede resultar acogedor y con condiciones favorables para muchos hogares, y ser menos ideal o poco ideal para otros. Si bien es cierto que en Cuba todas las familias reciben el apoyo del estado, y muy especialmente las orientaciones y la atención de salud que necesitan, es importante reconocer que la realidad habitacional y la diversidad de tipologías en sus estructuras, número de miembros, niveles culturales y educacionales, posibilidades económicas, etc., es diversa. Estos factores influyen en la determinación de niveles distintos de funcionalidad y de bienestar entre sus miembros, y hacen que la respuesta ante los nuevos estresores que suscita la situación epidemiológica sea también diversa.
Las epidemias y pandemias provocan alteraciones del ánimo como un efecto psicológico directo, alterando el funcionamiento de un individuo o grupo, sus interacciones sociales; no obstante, se supone que la mayoría de la población se adapte adecuadamente. Las familias funcionan como sistemas generales en los que tanto el bienestar como el estrés y la perturbación en uno de los miembros, influye en el resto. El individuo necesita y anhela el apoyo familiar y la ausencia de este puede generar frustración y soledad. Muchos de los casos de estrés a nivel individual encuentran su origen en la desarmonía y la falta de apoyo familiar.
¿Qué familias lograrían adaptarse más adecuadamente?
Pasado más de un año en condiciones de pandemia, es muy probable que muchas familias hayan aprendido a lidiar con la situación y ello parece relacionarse con la actitud adoptada por sus miembros. Estudios realizados al respecto son consistentes al señalar cómo ante un suceso estresante, las personas resilientes permanecen en niveles más funcionales en su vida cotidiana. Las familias que enfrentan acontecimientos de alto estrés pueden experimentar resiliencia y crecimiento postraumático, es decir, pueden crecerse ante las adversidades y convertirlas en una oportunidad para cosechar experiencias positivas, construir nuevos significados a sus prácticas cotidianas para disminuir el impacto emocional negativo o aumentar el positivo. Es frecuente que aquellas con relaciones familiares positivas se adapten adecuadamente a estas situaciones perturbadoras, replanteen sus proyectos y establezcan nuevas prioridades. Mientras que los sistemas familiares que ya estaban dañados previamente, siendo más psicoemocionalmente vulnerables, ante la situación de enfrentarse a la pandemia pueden tener más riesgo de presentar mayores dificultades psicológicas y de ajuste.
El cumplimiento de las tantas funciones que atañen a la familia puede verse facilitado también por la consecución relevante de una muy importante: la función afectiva. Los sentimientos de afecto se pueden expresar en cualquier circunstancia, a través del contacto físico, de hechos o acciones que demuestren confianza, lealtad y disponibilidad emocional de comprensión y aceptación de los demás, manifestaciones diversas de amor y ternura, el sentido del humor, actividades lúdicas, modificando las rutinas en aras de preservar la salud de sus miembros como prioridad establecida. La protección de los demás es una importante expresión de afecto en tiempos de crisis. Pero la función afectiva tiene que ver también con la capacidad de la familia para facilitar entre sus miembros la expresión, en el momento oportuno, de sentimientos negativos de hostilidad o rabia, con la seguridad de no ser destructivos para los otros, ni para la estabilidad y bienestar de las relaciones. Por el contrario, el déficit en las manifestaciones de afecto, la inhibición de las tensiones y conflictos, la no canalización a tiempo de la hostilidad, la frustración o la rabia, expresa incapacidad para el manejo de los sentimientos y las emociones. No existe la familia ideal en la que nunca se presenten conflictos o desacuerdos, lo importante es buscar soluciones que fortalezcan el sistema familiar y no lo destruyan.
Todas las situaciones de crisis dejan enseñanzas y aprendizajes que son hoy más necesarios que nunca, única manera de prepararse no solo para sobrevivir en condiciones de pandemia, sino también para la etapa posterior a ella, que nunca será como antes. Es necesario reconocer que se trata de un nuevo escenario de normalidad, que exige nuevos comportamientos de autocuidados, de protección a la salud propia y a la de los otros, la de nuestros seres más queridos, algunos de ellos probablemente en condición de vulnerabilidad. Vuelve a ser protagónico el papel de la familia para, apoyándose en los afectos, cultivar actitudes y comportamientos responsables en aras de proteger la salud de sus miembros y seguir cumpliendo con sus funciones.
Claro que en este difícil empeño la familia no está sola. Cuenta con sistemas de apoyo gubernamental y con redes de apoyo social que ofrecen ayuda, entre las que se destacan las de apoyo psicológico, tanto en el plano de la orientación, como en el plano de la atención psicoterapéutica a alguno de sus miembros si fuere necesario.
*MSc. Profesora Auxiliar y Consultante. Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez
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