Con solo 26 años ya sabe de territorios inexplorados. Y no han sido ni los parajes recónditos de Nicaragua, de Venezuela, Haití o la agreste Amazonia los que le han prodigado esta especie de conocimiento. En Gavilanes, ese poblado montañoso ubicado en medio del Escambray espirituano —donde suben y bajan incontables elevaciones—, la joven Leyanet de la Cruz Pérez se ha crecido como profesional de la Medicina.
Aquí cayó en el 2019 por capricho, por empeño, por enamorada de los imposibles. Saltó de su natal Sopimpa, en el propio municipio de Fomento, hasta esta comunidad donde las casas se vuelven minúsculas entre tantas montañas, donde se habita en una especie de agujero profundo, sin cobertura y escasos teléfonos.
En este sitio ancló hace más de dos años y, desde entonces, no ha hecho otra cosa que dedicarse en cuerpo y alma a la atención de los más de 200 pobladores del lugar. Entre el chequeo de la presión arterial a los hipertensos, el seguimiento a las embarazadas y a los niños o el tratamiento a cualquier otro incidente típico de la zona, además del enfrentamiento a la COVID-19 —que también ha tocado las alturas— transcurren las jornadas para esta joven doctora.
“Desde las ocho de la mañana salgo a pesquisar para detectar los posibles síntomas respiratorios de la gente. Casi toda la mañana la empleo en eso, porque tengo que recorrer todas las viviendas. Después, por la tarde, hago terrenos y atiendo otros casos que se presenten.
“Hoy tenemos una situación epidemiológica bastante compleja. Esta es una población pequeña, por tanto, no hemos dejado de insistir en el reforzamiento de las medidas higiénico-sanitarias, y tampoco hemos dejado de explicarle los riesgos y las consecuencias de la enfermedad”, apunta.
Frenar el contagio es la tarea de orden en estos parajes donde, según cuenta Leyanet, “todo el mundo se siente como familia y las personas son muy serviciales”. Un acto recíproco de esta profesional de la Salud y del resto del personal que labora en el Consultorio Médico de la Familia No. 40 de este rincón montañoso de Fomento, porque desde hace muchos años los habitantes de esta zona se “hacen cargo de los médicos”.
Y es que los gavilaneros, como se les suele llamar a los pobladores de este lugar, están pendientes del buchito de café, de si les falta comida, si necesitan una manito en las cuestiones domésticas… No descuidan ni un instante a los médicos que por aquí han pasado.
Bien lo sabe esta fémina de Sopimpa. “Yo para ellos soy un confesionario y viceversa. Esta es mi otra familia y siempre estaré para ellos. En este lugar me he sentido muy bien y a pesar de las escasas oportunidades, me he curtido como médico y como persona. La gente de aquí es sencilla, humilde, no hay espacio para la maldad”, añade.
Pero con el solo hecho de que Leyanet permanezca allí puede regocijarse la gente de Gavilanes. No importa que el consultorio no exhiba las grandes condiciones que se encuentran en el llano, basta que desde este lomerío se brinden los primeros auxilios a cualquier persona que los precise.
“Yo aquí me he vuelto una artista. Nunca pensé que pudiera hacer todo lo que he hecho. Lo mismo camino a pie 6 kilómetros, subo lomas, cruzo ríos, cañadas…, que me monto a caballo para ir a ver a una embarazada o a otro paciente. Eso, sin contar que hasta por la noche, a deshora, me buscan para que atienda a alguien. Si me llaman, ahí estoy”, confiesa con orgullo la joven.
Sin embargo, unido a estos “trajines” propios de su formación como médico, Leyanet también ha tenido que aprender a lidiar con la furia de la naturaleza desde que puso un pie en Gavilanes. Y es que el río Caracusey, cuando ocurren fuertes lluvias debido al paso de eventos atmosféricos, crece e incomunica al poblado. Es entonces cuando un miedo diferente y dañino la ataca por todos los flancos.
“Es increíble la fuerza del río. La comunidad se divide en dos partes, para una va el enfermero y, en la otra, me quedo yo. Aun cuando no he vivido ningún accidente en medio de estos contratiempos naturales, sí he tenido que prestar asistencia médica bajo estas condiciones. Con el agua a las rodillas he salido a ver a mi gente”, destaca.
Con esta vocación para salvar, aprendida en las aulas del Centro Universitario Municipal Miguel Montesinos, de Fomento, y afianzada en los rincones de Gavilanes, esta muchacha dentro de poco partirá hacia el llano. Allí el proyecto de concluir su residencia en Medicina General Integral (MGI) se hará realidad.
A los otros que llegarán les pide “no tener miedo, porque es un orgullo trabajar como médico rural de montaña, es como cumplir una misión internacionalista sin tener que salir fuera del país. En Gavilanes he crecido como profesional y ser humano. A su gente le debo mucho, y esté donde esté, siempre regresaré a esta tierra amada en medio del Escambray espirituano”, concluye.
Y mientras espera por conquistar sus sueños de superación profesional, Leyanet seguirá esparciendo salud en el lomerío fomentense. Quiere seguir siendo testigo del exquisito café montañés, de la bonanza espiritual de sus habitantes, y hasta de los dicharachos de los que se ha nutrido en su empeño de conquistar las alturas.
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