Ahora que el embate concentrado de los apagones, la pandemia de COVID-19 y las penurias provocadas por el bloqueo han puesto en jaque la economía y amenazado la estabilidad política y social en Cuba, las redes sociales manejadas desde el norte han llamado a la desobediencia ciudadana y a generar el caos para promover en la isla el tan ansiado cambio de gobierno que vuelva a hacer nuevamente de ella una lamentable neocolonia yanqui.
Elementos diversos del entorno social vinculados casi sin excepción a fuentes de financiamiento en el exterior han alimentado protestas y motines para desafiar a las autoridades en la creencia infundada de que saldrán a reprimirlos indiscriminadamente y que cobrarán víctimas para contar con mártires propios y así pedir una intervención o corredores humanitarios para traer a esta isla los productos y artículos que estuvieran disponibles de no ser precisamente por ese bloqueo genocida.
Es el entramado clásico de las revoluciones de colores estimuladas desde el extranjero, en el cual el papel de ejecutores le corresponde a toda esa ralea de desclasados que piensan pescar en río revuelto si logran la caída del Gobierno revolucionario y la implantación de otro que debería retribuirles por sus acciones, marcadas por la traición, el oportunismo, el afán de lucro y, llegado el caso, el crimen y el asesinato político.
Ya lo hemos visto demasiado en Ucrania, Venezuela y en otras partes, para no conocer el fenómeno y saber cómo funciona. Lo tuvimos aquí en agosto de 1994 y sabemos también que no llegó ni a pinta esquina, pues el Comandante en Jefe Fidel Castro le salió al paso al frente de los trabajadores y el pueblo, y marchó con ellos por las zonas que acababa de recorrer una pequeña multitud tonante, la cual se evaporó como por arte de magia.
Quedó de manifiesto que a esos individuos hay que enfrentarlos con el pueblo mediante movilizaciones populares que les demuestren con toda la elocuencia posible que en Cuba las calles son de los revolucionarios, como expresó el Presidente Díaz-Canel este lunes en San Antonio de los Baños, transitando con el pueblo los sitios que poco antes habían sido escenario de una de esas protestas.
Al parecer esta dolencia veraniega es como un herpes zóster inducido que se dispara con el calor, las penurias y los apagones, la cual no se conforma con ser crónica, sino que intenta pasar a la categoría superior de enfermedad terminal para así lograr sus objetivos desestabilizadores y destructores.
Me atrevería a apostar que la inmensa mayoría de quienes ahora participan en esta versión isleña de las guarimbas morochas desconocen que actúan de acuerdo con un guion elaborado en 1960 por el entonces subsecretario de Estado Asistente para los Asuntos Interamericanos, Lester D. Mallory, quien el 6 de abril de 1960 envió al Departamento de Estado en Washington un memorando cuyo texto dice:
“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales (…) hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba (…) una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.
Bueno, aunque todo encaja, hay diferencias, sobre todo en aquello de que debía buscarse “el desencanto” de los cubanos con su Revolución y provocar que le restaran su “apoyo a Castro” de forma discreta, pues no puede haber mayor desparpajo y descaro en la forma de ejercer presión que las 243 medidas sucesivas adoptadas por el anterior presidente, Donald Trump, en su afán por estrangular a Cuba, y que su sucesor Joe Biden mantiene de la forma más hipócrita y oportunista del mundo.
Es un cálculo tan criminal como burdo y a la mayoría de esa minoría ruidosa y soez le tiene sin cuidado, como tampoco les preocupa que en el actual contexto y en la presente situación incurren en el delito de ser considerados agentes al servicio de una potencia extranjera, lo que, en caso de declararse un escenario de guerra les acarrearía el riesgo de recibir las más duras sanciones previstas en nuestro Código Penal y en la Carta Magna.
Así como todo lo que hacemos tiene consecuencias a corto, mediano o largo plazos, uno se pregunta si esos elementos pueden ver algo más allá de sus narices o tienen la menor idea de las enseñanzas de la historia, pues Mallory murió hace mucho sin ver logrado su objetivo, y de Eisenhower a Reagan y Bush padre, Bush hijo, Bill Clinton y Donald Trump, ningún presidente pudo ver cumplidos sus deseos de destruir por ninguna vía a la Revolución cubana.
Pero entre todos ellos, ha sido Donald Trump quien aplicó de forma más consecuente la estrategia de olla de presión para doblegarnos a los cubanos y provocar un estallido social que conduzca a la derrota de la Revolución. Mas, no lo logró en sus cuatro años en la Casa Blanca y no tuvo una segunda oportunidad en un segundo período porque fue derrotado en las urnas por Joe Biden, el actual gobernante.
Sin embargo, pareciera que este circunspecto señor no conoce un camino propio en política y copia y aplica la de su predecesor en el cargo, buscando recoger la cosecha que sembró aquel. Debía apreciar que, en sus oscuros afanes siempre al imperio se le queda algún “tornillo” fuera. En el caso de Cuba, esa pieza clave fue la decisión de la isla de crear sus propias vacunas, las cuales no llevan por gusto los nombres de Abdala, Mambisa y Soberana, pues en la actual compleja coyuntura nuestro país no hubiera podido adquirir otras por falta de dinero y Washington hubiese impedido comprarlas.
¡Ah, qué valiosa es la historia para enseñar cosas útiles para el presente y el porvenir! En 1896, España, al borde de la derrota en Cuba, decidió dar al general Valeriano Weyler facultades excepcionales para apagar a sangre y fuego las ansias de independencia de los cubanos y él implantó la tristemente célebre Reconcentración, que consistió en concentrar en ciudades y pueblos a los moradores de los campos de la ínsula, para impedir que ayudaran a sus compatriotas del Ejército Libertador.
Fue muy duro para todos, pues viviendo a la intemperie y sin alimentos y medicinas, perecieron más de 200 000 compatriotas y en la manigua insurrecta los mambises tuvieron que combatir muchas veces con el estómago y las cartucheras vacías. Como se recordará, la brutal política de exterminio aplicada por Weyler en 1897 no hizo retroceder la marcha arrolladora del Ejército Libertador ni el apoyo del pueblo, en especial de los campesinos, a la causa independentista.
España se vio obligada a sustituirlo en noviembre de ese año por el general Ramón Blanco Erenas y a dejar sin efecto la Reconcentración, tratando de restaurar el daño ocasionado mediante el establecimiento extemporáneo de un gobierno autónomo, maniobra que los independentistas no creyeron y que no les hizo deponer la lucha.
A 124 años de aquellos tristes acontecimientos, queda la enseñanza de que un pueblo decidido a defender su soberanía e independencia es invencible. Y eso deberían saberlo Trump, Biden y sus lacayos de dentro y de fuera de Cuba.
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