“Hacer menos colas y permanecer menos tiempo en ellas”, escuché decir al reportero en el noticiario televisivo En Marcha, de Centrovisión, al resumir las consideraciones del Grupo Temporal de Trabajo para la prevención y control de la COVID-19 en la provincia.
De inmediato me asaltaron las reflexiones en torno a un asunto que se ha instaurado desde hace más de un año en los debates domésticos y callejeros, porque, ya se sabe, cada quien desea aportar su fórmula para contener la pandemia, aunque desde su actuación individual no haga exactamente lo necesario para evitar, al menos, su propio contagio.
Sin la llamada canasta básica, a diferencia de lo que se oferta en tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC), a las que muchos conciudadanos no tienen acceso, resulta raro que alguien sobreviva en la Cuba de estos tiempos.Y pienso en la señora que, al filo de las 9:00 a.m., regresaba de la misma bodega en que compramos los del barrio. Estaba allí, me dijo al pasar, desde la madrugada para “sacar” los huevos, los espaguetis y algo más. Regresaba con ellos, pero también con un gran susto del que no saldrá, si es que sale, hasta pasados unos días.
Tal incidente palidece ante el relato, esa misma mañana, de una compañera, cuyo esposo esperó cuatro horas junto a su unidad comercial, procurando alejarse del “molote”, y se quedó sin la añorada mercancía porque justo a las 12:00 m. cerraron las puertas, para atender, durante la hora que restaba, a quienes ya permanecían dentro (local cerrado, ¡peligro!).
Lo de las bodegas viene siendo algo así como una tajada del pastel, pero la mayor, porque concierne a todos y no es opcional ni prescindible, como se trasluce en la reacción de nuestros usuarios al anuncio de las medidas restrictivas informadas esta propia semana en el Grupo temporal de enfrentamiento a la covid, que Escambray publicó el pasado miércoles.
Con cada empeoramiento del escenario epidemiológico se fue reduciendo, poco a poco, el tiempo real para consumar las compras, hasta quedar instaurada, en el mes de junio, la 1:00 p.m. como hora de cierre. Por eso desde entonces no faltan quienes pierdan productos como el pan, algún cárnico u otros que se precisa adquirir en plazos de horas o de días, debido a la falta de posibilidades reales para hacerlo o a la determinación de quedarse sin ellos porque comprarlos significa adentrarse en una muchedumbre.
El panorama se repite en cada actividad de prestación de servicios más o menos imprescindibles: farmacias, bancos, instituciones de Etecsa, centros gastronómicos, unidades de Correos o de la Empresa Eléctrica, etc., ya que se trata de una disposición expresa de la máxima autoridad en cuestiones relativas al manejo de la pandemia.
Y nadie duda de las buenas intenciones. Pero sucede que luego de meses bajo un régimen dirigido a la restricción de movimiento y, al final, a la protección de la ciudadanía, en lugar de disminuir, los contagios se multiplican exponencialmente. Hay quienes, al referirse a los horarios más cortos, son categóricos al afirmar: “Es peor el remedio que la enfermedad”.
Está clara la indisciplina social, traducida en permanencia innecesaria en las calles de ciudadanos que deberían y podrían permanecer en casa. Y en tales situaciones se hace visible, muchas veces,el insuficiente trabajo de enfrentamiento para multar o procesar a quienes contribuyen claramente a la propagación de la epidemia.
En la propia jornada del lunes 13 de septiembre varios usuarios de Facebook, a quienes conozco en lo personal por tratarse de reconocidos educadores, opinaban, enojados, sobre la venta de artículos de ferretería en Tienda Habana, y sobre el sinnúmero de personas que los adquirían, concentración mediante. Tal oferta iba en menoscabo de otros ciudadanos que aspiraban a comprar alimentos o artículos de aseo personal. Y una hora después sucedió exactamente lo que ellos alertaban: los artículos adquiridos allí se ofertaban a precios exorbitantes en el sitio digital Revolico Sancti Spíritus.
Lo mismo en páginas oficiales de las instituciones estatales que en publicaciones de medios de prensa o simples redes sociales de Internet pueden leerse, desde hace meses, criterios más o menos acertados sobre cómo organizar los horarios de los servicios para contribuir a la reducción real de las colas o del tiempo en ellas.
Parece sensato, porque así lo considera la mayoría y porque la vida les ha dado la razón, extender los límites no de todas, pero sí de esas prestaciones que los espirituanos no pueden eludir. Como se sabe, buena parte de ellos han continuado en el desempeño de sus trabajos respectivos y en aras de cumplir en el frente laboral se ven obligados a postergar gestiones o a renunciar a ellas, debido al temprano cierre de las actividades.
Debe considerarse que algunos centros, amén de ciertas impuntualidades que como regla desfavorecen a quienes esperan, abren a las 8:00 a.m., y cierran antes de la 1:00 p.m., como en el caso, si no de todas, de determinadas farmacias. Se trata de una fórmula matemática simple: la misma cantidad de clientes o usuarios repartida en la mitad del tiempo equivale al doble de las personas en el lapso a emplear.
Entonces, ¿por qué continuar aplazando la rectificación de una medida que, lejos de resolver, acrecienta el problema? ¿Por qué, si el asunto exhibe ahora mismo un tono dramático, al versar nada más y nada menos que sobre la preservación de las vidas?
Tantas miradas —no lo digo yo, sino los espirituanos de bien que a diario emiten sus opiniones por diferentes vías— no pueden estar equivocadas.
Al fin alguien se da cuenta de la situación en cuestión, al los que pusieron esa restricción de tiempo en los establecimiento de servicio a la población, debieran de acusarlos por propagación de epidemia. ¿Que nivel de escolaridad tienen esas personas que dirigen y no saben que disminuyendo el tiempo de servicio aumenta el riesgo de contagio?
Se ha hecho mucho daño con este disparate, pero creo que todavía no es tarde para tomar medidas bien pensada.
Muchas gracias a Delia
Ya en Villa Clara.volvieron a extender los horarios para DISMINUIR las aglomeraciones. Simple sentido común. Quizás aquí lo piensen y después de varios análisis prueben nuevamente…….
Totalmente de acuerdo con el artículo: La disyuntiva hoy es Comer o Contagiarse, por favor rectificar es de sabios y los # espeluznantes de la provincia y como dice otro artículo, en ascenso,lo requieren….. saludos
Y a todo eso súmele los «inventos» que hace el cubano para estar en varias colas y no estar en ninguna. Varias veces preguntas por el último y no hay. Marcan y se van sin decir que se van. Nosotros mismos somos también a veces los culpables de otros «desórdenes». También la demora en atender a la gente, cuando se les enciende el piloto automático son los perezosos de zootopia.
Y respecto a lo de THabana, se me hace extraño que no acaben de aprovechar que al doblar tienen la tienda de los electrodomésticos, casi siempre subitilizada, porque no siempre están vendiendo lo que quiere la gente, y en MLC. Denle la ferretería a esa gente, si no venden alimentos.
Y el coppelia debe ser otro foco más.
Mucho tiempo va a pasar para quitarnos el fantasma de las colas, porque el cubano aunque las cosas se arreglen , ya tiene esa mentalidad de que hay hoy, pero no se sabe mañana.
El análisis de la periodista muy acertado.. la mayoría de las señalizaciones que hizo seguirán implementadas simplemente porque quien las indicó no tiene que luchar diariamente por conseguir lo más básico para subsistir. Somos ilusionistas que opinamos de algo que ya está sobrevalorado.. las medidas están y a lo mejor es tratar de cumplirlas hasta donde se pueda y lo más importante tomar las medidas propiamente para no contagiarse uno mismo.. espero y algún día podamos ver la luz al final del túnel y no tener que preocuparnos la bodega está cerrada o si no por que no abra mañana o si el pan hoy no alcanzo porque hay en cualquier esquina cualquier cosa que se nesecite sin tener que depender de un aparato de directivos que mantiene sin iniciativa las mejoras de un pueblo
Buen artículo, exactamente lo necesario, ahora a esperar por un oido, mejor dicho, un ojo receptivo