“El Grupo de Lima voló en pedazos”, comentó un analista al valorar las recientes victorias del progresismo en varios países de este continente, tendencia eleccionaria que solo tuvo la excepción de Ecuador el 7 de febrero de este año en las presidenciales y legislativas de ese país, que ganó el banquero Guillermo Lasso frente al candidato de Unión por la Esperanza (UNES), del expresidente Rafael Correa, el ingeniero Andrés Arauz Galarza.
Fue una expresión atinada, porque la concertación de las oligarquías de esta parte del mundo contra Venezuela expresada en regímenes neoliberales derechistas se desmoronó en la medida que fueron arribando al poder gobiernos con otra filiación en nuestra área geográfica, debilitando el dominio de Estados Unidos sobre la región y la influencia nefasta de la OEA en su papel de cancerbera imperial empeñada en propiciar gerencias sumisas a Washington, bajo la batuta de su procónsul, el uruguayo Luis Almagro.
Después del revés coyuntural en Ecuador la izquierda no perdió ninguna de las elecciones presidenciales celebradas este año en América Latina y el Caribe en medio de la aguda crisis económica y sanitaria provocada por la pandemia de covid, cuando EE.UU. está empeñado en una peligrosa cruzada contra Rusia y China por mantener su hegemonía en el mundo.
Sí, porque, mal que no quiera la ultraderecha peruana con la corrupta Keiko Fujimori al frente, en julio de este año, a más de un mes de su triunfo en la segunda vuelta de las elecciones en su país, el maestro Pedro Castillo fue reconocido ganador de las presidenciales en la patria de Tupac Amaru, para darle un golpe de muerte al entramado contra Venezuela.
Sin contar los avances de la izquierda en elecciones parciales y legislativas que con la excepción de Argentina también favorecieron a los candidatos progresistas, el 7 de noviembre se ratificó en el cargo el presidente Daniel Ortega, de Nicaragua, con holgado triunfo en las urnas y el 21 de noviembre el chavismo obtuvo rotunda victoria en los comicios para gobernadores y alcaldes, al ganar en 20 de los 23 estados, y hacerse además con casi dos tercios de las 335 alcaldías.
Siete días después, el 28 de noviembre, vino el alegrón del triunfo de Xiomara Castro, del Partido Libre en las presidenciales hondureñas, cuya ventaja sobre su oponente neoliberal, el derechista Nasry Asfura, del Partido Nacional, no hizo más que crecer en las horas subsiguientes hasta llegar a consolidar 14 puntos porcentuales. Fue una victoria doblemente simbólica por ser la primera mujer elegida en ese país para la máxima magistratura y significar el regreso al poder del progresismo, representado por su esposo, el expresidente Manuel Zelaya, derrocado por un cuartelazo en el 2009.
Finalmente, el año electoral latinoamericano cerró con el triunfo obtenido por el izquierdista Gabriel Boric frente al derechista José Antonio Kast en la segunda vuelta de las presidenciales chilenas del 19 de diciembre, lo que aparta de una vez la herencia pinochetista del espectro político de esa nación austral, lo cual debe consolidase con la nueva Constitución, hoy en proceso.
Si se tienen en cuenta los comicios en Bolivia del 18 de octubre de 2020, que dieron la victoria al economista Luis Arce Catacora, del partido Movimiento al Socialismo (MAS), del ex presidente Evo Morales, se observa un cambio en el mapa político de la América Nuestra en el cual aparecen en el bando progresista: Argentina, Bolivia, Perú, Venezuela, Chile, Nicaragua, Honduras y México, además de Cuba y un grupo de islas del Caribe, los cuales suman unos 15 países cuyo peso político e influencia no es posible omitir, realidad con la que Washington no tiene otra alternativa que lidiar.
Esta nueva correlación de fuerzas en la región apunta contra la OEA, en tanto entidad utilizada por Estados Unidos como instrumento de su dominación hoy más cuestionado que nunca en momentos en que un creciente número de mandatarios propende a echarla a un lado para dar toda su potencialidad a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), sin la presencia distorsionadora de Estados Unidos y Canadá, naciones con otra historia, otros intereses y diferente origen.
La nueva configuración abre la puerta al rejuvenecimiento del proceso integrador en esta parte del mundo y al renacimiento de entes como la Unasur y fortalecimiento del Mercosur, así como del ALBA con la incorporación de nuevos países y reintegro de otros que ya lo fueron. En este ámbito, el capitalismo neoliberal puede llevar la peor parte pues quienes lo mantuvieron desde el progresismo vieron su realidad traducida en derrotas electorales como ocurrió en Argentina en las últimas dos citas parciales.
En medio de esta realidad llega el 2022, año en el cual están programadas elecciones en Costa Rica, Colombia y Brasil, estos dos últimos países cruciales donde prevalece la derecha más ultrarreaccionaria, cuyo reinado hoy aparece en entredicho con la ascensión de fuerzas de izquierda como expresión del sentir de los pueblos, cansados de tantos desatinos y desafueros como los cometidos por el brasileño Jair Bolsonaro y tantos crímenes, represiones y corruptelas como los protagonizados por el colombiano Iván Duque. En el gigante suramericano se abre paso en la preferencia de las grandes mayorías el ex mandatario Luis Inazio Lula da Silva, injustamente encarcelado bajo falsos cargos en fecha previa a los pasados comicios para favorecer el arribo al poder del exmilitar extremista Bolsonaro, mientras en el país de la cumbia aparece una lista de virtuales candidatos cuyas posibilidades radican en el hartazgo del pueblo colombiano con la oligarquía corrupta y criminal que lo ha desgobernado casi desde la colonia y la necesidad imperiosa de lograr la unidad de todo el espectro progresista en torno a un aspirante único.
Sudamérica envuelta, luego de más de 200 años de independencia, en su segunda y definitiva, gracias a sus pueblos que no han sejado en el empeño, enfrentándose durante ese tiempo a más de 100 ocupaciones militares de EU en casi todos los países de la región siendo de las más sonadas, la sanguinaria, por décadas, dictadura militar argentina. En ningún caso que recuerde, luego de las ocupaciones militares, EU impuso gobiernos de izquierda. Más bien siempre que pudo desbarató esas intenciones hasta el día de hoy. Pero las promesas mentirosas se acaban. Creo que una de las últimas ha sido la sucedida en las urnas de Ecuador con el banquero Lazo y con un pueblo que todavía se deja engañar. Brasil ya probó lo que es un gobierno de pueblo y va de nuevo por ello, reforzada esa postura por las torpesas de un individuo como Bolsonaro. Antiobrero. La Colombia de Duke, muy sanguinaria, con sus escuadrones de la muerte y sus paramilitares empesinados en detener el curso de la historia, debe pagar por tanta imnominia y desprecio a los indígenas y nativos. Y lo hará en las Urnas. Allí deben aglutinarse más las fuerzas progresistas, sociales, indígenas y de izquierda.
Indudablemente se habré una nueva etapa para América que aunque tenga fluctuaciones, situaciones como la Covid, corrupción desmedida y privatizaciones la ha hecho reflexionar seriamente y darse cuenta que no se logrará nada con la OEA y políticas como las de EU y por tanto lucharán cada vez más sin interferencia de nadie, para que su gobernanza de futuro sea de los pueblos.
Progresismo si, con justicia y bienestar social, pero no dictadores constitucionales que se saltan la alternancia politica y rompen la democracia. En Chile , Uruguay, Peru, Mexico, El salvador y Ecuador, hemos visto a la izquierda y la derecha rotando una y otra vez, pero en Venezuela y en Nicaragua ha desaparecido la democracia y la habn convertido en una dictadura. Esto tampoco es la solucion, pues la derecha entrega el poder cuando pierde: se le debe exigir a la izquierda que haga lo mismo para predicar con el ejemplo.
Ay María María María solo esos María María
Boric no es un candidato de izquierdas,es un derechista con influencias socialdemócratas.Nada más