Parecía una noche semejante a las otras desde que las aulas de la escuela primaria Federico Engels, de la ciudad de Sancti Spíritus, se han convertido en cubículos hospitalarios. Desde fuera, se veían las camitas ubicadas una frente a la otra. Sobre cada una los pequeños cuerpos. Unos más tranquilos, otros no tanto. A su lado, un adulto sin pestañear. Por los pasillos, el ir y venir del grupo forrado de verde hasta los dientes apenas se hace sentir. Mas, el disparo de uno de los breakers rompió la calma. La noche se hizo más intensa en uno de los locales.
Llantos, murmullos, quejas… encontraron eco al conocer que debían esperar por los trabajadores de la Empresa Eléctrica. Mas, todo quedó en silencio cuando una voz lideró un espectáculo en penumbras.
“Comenzamos a cantar y el mal rato pasó —cuenta María Félix Cantero Morales, una de las instructoras de arte, quien aceptó cruzar el umbral del plantel para ayudar a los profesionales de la salud y a los enfermos—. Fue muy bonito porque, sin pretenderlo, logramos que se olvidaran de ese problema. Pero lo mejor llegó al otro día, cuando uno de los pacientes, un niño de cinco años, me regaló un dibujo como agradecimiento por lo sucedido. Todavía no puedo evitar emocionarme y hasta alguna lágrima me sorprende cuando recuerdo el brillo de sus ojitos por encima del nasobuco”.
Ha sido ese —a juicio de esta joven especialista en Música— uno de sus mayores premios en los últimos tiempos. Junto a otros colegas le ha visto mucho más de cerca la cara a la covid.
“Lo más reconfortante es cuando el médico les da el alta y la felicidad se les desborda. Muchos nos muestran su cariño y agradecimiento por haberles facilitado la estancia en el centro. No podemos pedir más. A nuestra juventud le ha tocado vivir estos complejos tiempos y ¡qué mejor que intentar aliviar a quienes se enferman!”.
Fue ese el impulso que motivó a esta espirituana María Félix Cantero Morales a aceptar cuando le propusieron la responsabilidad de apoyar en el centro educativo, hoy extensión del Hospital Pediátrico José Martí, de Sancti Spíritus. Hasta allí llegó con miedo, incertidumbres, pero una fuerza superior: aportar y ayudar.
“He escuchado mucho la frase de que este es nuestro Moncada y ahora que lo vivo no lo pongo en duda porque, como los jóvenes del año 1953, nosotros estamos donde más se nos necesita. Arriesgamos nuestra salud por un bien común, el cual no tiene precio porque hablamos de la salud de nuestro futuro”.
Entre alcanzar prácticamente hasta las cabeceras de las camas las meriendas, desayunos, almuerzos y comidas, esta jovencita de sonrisa amplia y sonoridad a borbotones conversa, mima y juega —a distancia— con los pequeños pacientes. Les habla de extremar los cuidados cuando regresen a sus casas a fin de evitar volver a infectarse con el mortal virus.
A PURO CORAZON
Para Rosa María Martínez Enrique y Lisandra Moreno Muñoz fomentar la pasión por el arte entre sus estudiantes resulta un placer. Cada taller de apreciación se vuelve una fiesta. Cada interacción con los artistas aficionados les da sentido a sus vidas. Hoy las dos se crecen en escenarios similares.
“Al ver la compleja situación epidemiológica por la que atraviesa Fomento, nuestro municipio, me dije qué hago en casa, si necesitan de mí —dice mediante el WhatsApp Rosa María, instructora de teatro en la Escuela Secundaria Básica Urbana Ramón Ponciano, de la localidad montañosa—. Entonces me ubicaron en la primaria José Antonio Echeverría, centro para atender a casos sospechosos y positivos a la covid”.
Llegó junto a su amiga y compañera de trabajo Lisandra y ambas hoy hablan de las rutinas diarias.
“Entramos antes de las siete cada mañana y nos vamos a las nueve de la noche. Y durante todo el día nos queda poco tiempo de descanso —refiere Moreno Muñoz—. Dividimos los días en tres sesiones. Primero la enfermera nos explica lo que vamos hacer según las necesidades. Todo se resume en limpiar las áreas, arreglar los pomos con soluciones para higienizar las manos, mantener mojado el paso podálico y acercarles los alimentos. No son trabajos forzados, pero ya al final sí sentimos el cansancio”.
En una de esas acciones Rosa María Martínez sintió que el cielo y la tierra se le unían. Vio entrar por la puerta de la escuela a una amiga y hacia ella salió corriendo.
“Fue un impulso porque sentí que necesitaba de un abrazo para calmarle el susto que percibí desde lejos. Pero ella misma al verme me detuvo. Esta enfermedad, además de provocar daños severos para la salud e incluso la muerte, nos impide dar el mayor de las medicinas: los afectos a nuestros seres queridos. Ese día me di cuenta de que la percepción de riesgo es una asignatura pendiente”.
Precisamente eso, según ambas muchachas, ha generado que la covid le haya puesto la soga al cuello a Fomento, uno de los municipios que por muchos meses estuvo ajeno a la pandemia.
“Nos sentimos confiados. Comenzamos a visitarnos, a hacer colas sin marcar el distanciamiento, hemos visto a personas con el nasobuco de collar, nuestros hijos han salido a jugar a las calles y eso nos ha llevado a que hoy estemos en uno de los momentos más tensos”, insiste Rosa María.
Su coterránea e instructora de música Lisandra habla también morosidad en el cumplimiento de los protocolos, lo cual favorece la propagación del virus.
“De ahí que los brigadistas hayamos aceptado dar nuestro paso al frente en esta dura batalla, la cual se gana con voluntad, amor y pasión.
“Hemos visto cómo solo al regalarles una sonrisa, un saludo, les entregamos dosis de aliento. El personal de salud se entrega y hace muy buen trabajo; por tanto, nos corresponde apoyarlos. Aunque el mejor antídoto es ganar en responsabilidad individual, que se revertirá en colectiva”, opina Moreno Muñoz.
Mientras aguardan por que abran las cortinas de los escenarios habituales, María Félix, Rosa María y Lisandra, como otros muchos instructores de arte, seguirán apostando por forrarse de verde y, con sonrisas, canciones y solidaridad, oxigenar a quienes necesitan cuidados en su batalla por la vida.
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