¡Yo soy el Maestro! La frase recorre desde hace 60 años el paraje montañoso de Limones Cantero en el municipio de Trinidad para calar en el alma de quienes a lo largo de todo el país abrazan la profesión de enseñar, inspirados también en la Campaña de Alfabetización que dio luces a los cubanos desde los albores de la Revolución.
Otra vez el Monumento a Manuel Ascunce Domenech y Pedro Lantigua, que se levanta entre montes y cafetales, acogió los símbolos más preciados de esta epopeya: un cuaderno de trabajo y cartilla original, la boina usada por Manolito y las banderas izadas por los jóvenes alfabetizadores en el territorio en el año 1961, entre otras reliquias de especial significado.
En el homenaje a las dos víctimas del odio y el terrorismo sembrados por bandas contrarrevolucionarias en el Escambray al servicio de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, fue abanderado el Destacamento Manuel Ascunce Domenech, una nueva generación de educadores que, como él, cree en la obra de la Revolución y está dispuesta a defenderla al precio que sea necesario.
Elaine Vizcaíno Rodríguez, en nombre de los estudiantes de la escuela Rafael María de Mendive, expresó el orgullo de continuar el camino que con mucho valor emprendió el joven maestro, sostenida por la vocación y el ejemplo de quienes ofrendaron sus vidas para que hoy en Cuba la educación no solo sea un derecho del pueblo, sino orgullo para mostrar al mundo.
En el acto de recordación al joven alfabetizador y su alumno, presidido por Osbel Lorenzo Rodríguez, miembro del Buró Provincial del Partido y Teresita Romero Rodríguez, gobernadora de Sancti Spíritus, se entregó la Orden Frank País de Segundo Grado a un grupo de profesores con una destacada actividad docente e investigativa, la medalla José Tey a educadores relevantes y la Orden Lázaro Peña de Tercer Grado a Caridad Zenaida Machín Rodríguez.
En el aniversario 60 de la Campaña de Alfabetización también se reconoció a integrantes del Primer Contingente Pedagógico Manuel Ascunce en Sancti Spíritus, quienes revivieron momentos de esta proeza de las letras, la cual contó con la energía y el entusiasmo de maestros experimentados y de muchos que se sumaron a pesar de sus pocos años.
Manolito, el muchacho de apenas 16 años que se enfrentó con honor a sus asesinos, y su alumno, el campesino que lo acogió en su casa y murió junto a él, viven en el corazón de todos los cubanos, de los familiares que cada 26 de noviembre regresan con dolor al sitio, de los jóvenes y de los educadores que construyen día a día esa obra de infinito amor.
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