La primera parada del virus SARS-CoV-2 en suelo espirituano, territorio por donde hizo su aparición en Cuba, se produjo en el Hospital de Rehabilitación Doctor Faustino Pérez Hernández, situado en las afueras de la ciudad cabecera de provincia. Cuando los tres turistas italianos confirmados como casos debutantes con el nuevo coronavirus se trasladaban hacia el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), en La Habana, en la institución yayabera se habían alistado ya los preparativos para los presuntos contagiados que estaban por venir, provenientes de Trinidad.
Mucho se ha hablado de este centro, donde en todo este tiempo han sido atendidos, indistintamente, sospechosos de padecer la COVID-19 y enfermos propiamente. Pero aún quedan por contar historias conmovedoras, como las de tres enfermeros que se mantuvieron en la Zona Roja desde aquel momento inicial y hasta el cierre del año. Dos de ellos, incluso, todavía siguen allí.
MARISLEIDYS, DULZURA Y PERSEVERANCIA
“El primer caso confirmado que tuvimos fue la arquitecta Nancy Benítez, a quien se diagnosticó el 21 de marzo. Yo me preparé para esperarla, pero cuando llegó ya había entregado el turno y la recibieron mis compañeros”, cuenta Marisleidys Rodríguez Conesa, licenciada en Enfermería nacida en Fomento, quien funge como trabajadora de la institución desde hace siete años.
“Recibí, como primera paciente mía, a la dueña del hostal donde se alojaban los turistas. Ella trabajaba en el hotel Iberostar Trinidad y su mamá era la que llevaba el hostal, pero al constatarse los síntomas de los italianos ambas hicieron gestiones para la atención médica urgente. A la postre, no resultó positiva.
“El primer positivo bajo mi atención fue Omar, el joven de La Sierpe. Tenía tos y falta de aire, y al ser sintomático se remitió al Hospital Militar de Villa Clara, como estaba convenido.
“Yo sentía cierto temor de poderme infectar, sabía a lo que me enfrentaba, pues ya llevo 28 años en el oficio, pero alguien tenía que hacerlo. Me tocó y creo que lo hice de la mejor manera, cuidándome siempre, porque tengo un hijo de 20 años, que estudia Licenciatura en Enfermería, además de otros familiares.
Muchos pacientes hablan de su dulzura en el trato.
“Uno lo hace con amor; te llevas el problema contigo y tratas de que ellos se sientan bien, es una forma de cuidarlos, de animarlos. Es bueno siempre escuchar palabras de esperanza”.
¿Cuáles experiencias fijó más en sus recuerdos?
“Tuve en la sala al primer viajero que arribó a la provincia desde el exterior, específicamente desde Estados Unidos; era de Jatibonico. Llegó con muchos síntomas y todo parecía indicar que sería positivo, pero no resultó así. Coincidió con los días de Omar y demás sospechosos. Aquel fue un impacto grande, fueron jornadas verdaderamente estresantes”.
¿Qué sucede cuando tiene delante al paciente y le sobreviene la tos?
“Uno tiene que estar preparado para todas las situaciones. Yo no toco nada, ni siquiera la careta que traigo puesta, simplemente lo atiendo como corresponde. Hay que ir siempre con todos los medios requeridos: nasobuco, careta protectora, guantes, sobrebata, gorro, pijama y botas”.
Estuvo en dos oportunidades bajo sospecha, ambas durante su aislamiento luego de los días de trabajo, porque dos doctores que laboraron con ella resultaron positivos al padecimiento. La segunda ocasión, en diciembre, sufrió un catarro fuerte que la llevó a perder el gusto y el olfato, por lo que se asustó mucho; pero el día 23 recibió el resultado del PCR: negativo.
Llegó a estar al cuidado de más de una veintena de pacientes en un mismo día, cuando un brote de la enfermedad involucró a taxistas de Trinidad y a trabajadores de la Salud del municipio cabecera. Como sus otros compañeros de labor, realizó exudados nasofaríngeos para PCR, hizo el papel de pantrista, tomó muestras de laboratorio e incluso sirvió de paño de lágrimas a más de un paciente.
LAS MARCAS DE IRAÍ
Adiestrada en menesteres de Pediatría, Iraí Cañizares Rodríguez lleva 34 años laborando como enfermera. Pasadas las cinco décadas de vida decidió tomarse un respiro, luego de 25 años en la Terapia Intensiva del Hospital Pediátrico José Martí, pero pronto constataría que aún le quedaban por vivir no pocos sobresaltos.
Como si no bastara tener bajo sus cuidados a sospechosos de portar el nuevo coronavirus, le tocó en suerte atender a dos de los enfermos que posteriormente figurarían en la lista de fallecidos de la provincia.
“Reina, la señora septuagenaria de Los Olivos que resultó primera víctima del territorio, a comienzos de abril, fue mi paciente. Y Asael, el muchacho de Zaza del Medio, también. Imagine el dolor cuando supimos que habían fallecido. Ambos casos trajeron consigo un impacto muy grande, que todavía no pasa.
“Asael llegó con plena conciencia de lo que sucedía, era muy sociable, le tomamos cariño. Tenía 49 años; él afirmaba que resultaría positivo, porque su fiebre no cedía, al igual que el malestar general.
“Antes de finalizar abril comenzamos a atender casos ya confirmados. Cuando se iban de alta clínica con su PCR negativo sentíamos una alegría inmensa, los aplaudíamos al salir. El primer grupo fue de 10 pacientes, del evento de Cabaiguán. Yo pasé el día de las madres y el cumpleaños de mi nieto, que es mi vida y cumple por esos días, trabajando.
“El rebrote nos puso de nuevo en estado de máxima alarma: las salas llenas de pacientes. Trabajábamos siete días y nos aislábamos ahí mismo en Rehabilitación, siete días más. Después se establecieron 14 días de aislamiento, en Los Mangos o en el hotel Zaza. Yo he tenido ocho cuarentenas por razones de trabajo, pero nunca he figurado entre los sospechosos.
“La atención por parte de nuestro hospital siempre ha sido muy buena; tenemos una directora muy preocupada y responsable. Al principio, naturalmente, sentíamos miedo. Mis dos hijos querían que yo pidiera la baja y les dije: No puede ser, ¿cómo voy a hacerlo, si esos pacientes necesitan de mí? Me voy a cuidar, pero voy a estar ahí, porque si no, ¿quién cuidará de ellos?”.
UN ÁNGEL SALVADOR
Junto a los médicos del hospital que recibieron a los primeros pacientes el 12 de marzo del 2020 estaba Ángel Félix Díaz Jiménez, en calidad de enfermero. Tras la solicitud de Escambray para que se remonte a los casos iniciales que le tocó atender se toma unos segundos y suspira hondo. Entonces menciona a Reina y a Asael, víctimas de la enfermedad a quienes tuvo enfrente, auscultó y valoró.
“Aquello fue muy fuerte. Yo me formé como enfermero pediatra y la mayor parte del tiempo trabajé con niños en la terapia del Pediátrico, junto con Araí; luego mi desempeño fue en el salón de operaciones de aquel hospital. En Rehabilitación llevo cinco de mis 37 años de trabajo, pero nada como esto.
“Con niños, ya en la COVID-19, he trabajado solo una vez, en una guardia. Permanecían con buen estado general, pues la sintomatología se producía una vez administrado el Interferón. Uno trataba de acomodarlos, de procurar que no fueran a la cama del otro, ya que tendían a hacerlo y era preciso guardar las distancias. Se entretenían viendo el televisor. Pero ellos me llegaron hondo”.
Todo este tiempo su vida ha estado en riesgo, pero sigue allí…
“Tengo que estar allí porque se trata de mi hospital, y porque si escogí este oficio es natural que sienta el deber de atender a los enfermos, sea por la causa que sea. Si hice el juramento de no faltar a mi compromiso tengo que enfrentar todo tipo de situaciones. Nosotros los tres hemos salido airosos, y eso es señal de que hemos hecho las cosas lo mejor posible”.
TRÍO VALIOSO EN LÍNEA ROJA
La doctora Raisa Elena Hernández Hurtado, directora del Hospital de Rehabilitación espirituano que meses atrás mereció la bandera Proeza Laboral, habla de cada uno de sus trabajadores con un cariño particular. Pero, cuando se trata de ejemplos rotundos de permanencia y constancia en el enfrentamiento a la COVID-19 desde la aparición del virus SARS-CoV-2 en Cuba, menciona los nombres de las personas cuyos testimonios recogió Escambray.
“Ellos tres se han mantenido directamente en la línea roja todo el tiempo, de forma ininterrumpida. Su trabajo ha sido crucial, tanto en el seguimiento de los pacientes durante la enfermedad como en la ayuda en la organización de los restantes equipos. La labor de un enfermero o de una enfermera es tan importante como la de un médico; uno sin el otro es tan solo la mitad del equipo”, dice con el orgullo danzándole en la voz.
Y habla del regocijo que representa saber que son licenciados propios de la institución, por la que rotan, cada 14 días, equipos multidisciplinarios de toda la provincia. Tras aludir a la vasta experiencia de Ángel, Marisleidys e Iraí, los califica como factor determinante en el cumplimiento de las medidas de bioseguridad para todos los pacientes y para el colectivo en general. “Esa es su área de trabajo habitual, han ayudado y entrenado a los más jóvenes; han definido, en buena medida, todo lo que hemos logrado hasta ahora”, resume.
Por eso no es de extrañar que, aun sin haber visto sus rostros ni una sola vez, quienes estuvieron bajo los cuidados de estos espirituanos recuerden sus ojos y sus voces, y sientan gratitud eterna hacia lo que hicieron en días en que un coronavirus les hizo ver la vida de un modo diferente.
muchas felicidades por haber escogido esa profesion, cuidense mucho, todos los apoyamos y les deseamos muchas cosas buenas.
un beso grande que saldremos adelante. fuerza Cuba.