Fue un reto. Aquello de pasar el umbral de la Escuela Elemental de Arte Ernesto Lecuona, dejar atrás el mundo conocido para adentrarse en uno por descubrir y mirar de frente a los ojos pequeños húmedos de tanto susto resultó un acto de profundo humanismo.
Ha sido siempre así. Desde que plantó bandera en el Consejo de las Artes Escénicas en Sancti Spíritus, Juan Carlos González Castro, su presidente, asegura haber aprendido que el arte acompaña, incluso, cuando pudiera pensarse que todo a nuestro alrededor se nos viene encima.
Por eso se le encuentra siempre entre los primeros. No hay comunidad intrincada que no conozca al ritmo de la guerrilla teatral, en días en que los huesos no encuentran acomodo en cama improvisada, pero basta con los aplausos y las sonrisas…
“Tenemos en la provincia desde hace unos cuantos años el Contingente Hugo Hernández, el cual se activa ante cada adversidad meteorológica para alegrar, distraer, salvar a quienes están lejos de sus casas y, a veces, no tienen la más remota idea si la encontrarán en pie cuando regresen de los centros de evacuación. Al conocer de la existencia de la COVID-19 en nuestro país convocamos al personal teatral y el resto de los trabajadores del Consejo, aunque sabíamos que sería imposible llegar con propuestas artísticas a los lugares donde se ingresa a las personas portadoras del mortal virus, estábamos seguros de que para algo seríamos útiles. Quienes lo integramos no dudamos en ayudar y por eso ahora estamos en Zona Roja. Otros quedan pendientes para sumarse”.
Lo imagino forrado de verde hasta los dientes, celular en mano con su voz en cuello y siento el orgullo. Luego, una foto enviada por WhatsApp confirma una imagen que ya es común y la alegría que intenta esconder tras sus dos nasobucos. Juan Carlos González y otros tres miembros de la tripulación que conduce perdieron sus nombres en el centro de aislamiento provincial de contactos pediátricos de casos confirmados para llamarse voluntarios.
Limpian, friegan, lavan, acercan los medicamentos y comidas… mientras ven al otro lado de la cerca perimetral que Sancti Spíritus sigue con el tempo impuesto desde hace más de un año, aunque el de ellos ande a otro ritmo.
“Hay que cuidarse. Estar más cerca de esa pandemia me ha permitido pensar sobre cuánta percepción de riesgo aún nos falta. Dolía ver los rostros de los niños y niñas, junto a sus familiares en espera del resultado de un PCR. Demasiado entrega nuestro país para que quienes estamos sanos no contribuyamos en los lugares donde más se nos necesite y no mantener los protocolos sanitarios cada segundo del día. Un enfermo menos nos hace más fuerte como país”, dice Omar Carpio Delgado, quien prefirió alejarse del Teatro Principal y sumarse a una aventura con boletos solidarios.
No son, ni serán los únicos del sector cultural que han aceptado cruzar la línea roja. Todos, incluso los que ya alistaron sus maletas y esperan por el llamado, coinciden que entre tantas motivaciones está la necesidad de saberse útiles, de apoyar en una batalla que ha puesto de rodillas al mundo, de tender sus brazos para levantar a esta isla que no entiende de desamparos…
“Resultó difícil tomar la decisión porque cuesta dejar atrás a la familia, pero vale la pena”, cuenta Maikel Ramos Muro, subdirector de la Casa de Cultura Osvaldo Mursulí, del municipio cabecera, en uno de esos días en que al gorrión apretado demasiado en el pecho se le hacía vital tomar la calle Raimundo de la ciudad yayabera para darle el beso de buenas noches a dos de sus seres favoritos.
Aprendió en esos días que los medicamentos no son los únicos que salvan. También lo hace una frase de aliento, una murumaca para arrebatar una sonrisa o sosegar un llanto inocente; el mirar fijo por la única rendija que el SARS-CoV-2 permite dejar libre para estrujar fuerte el alma…
“Una de las grandes enseñanzas fue el formar un verdadero equipo. Al estar cortos de personal, en ocasiones la doctora y la enfermera nos ayudaron con la limpieza. Esa unión hizo que los días resultaran menos azarosos”, insiste.
Ha pasado ya lo más tenso. Alejados de las intensas jornadas, donde el demasiado cloro ahogaba, tanto Juan Carlos, Omar como Maikel concuerdan en que en el centro de aislamiento provincial de contactos pediátricos de casos positivos se siente un peso añadido: la tristeza y dolor por los rostros que no entienden por qué salieron de sus rutinas y se refugian en los brazos del adulto que intenta apagar los miedos, muchas veces sin ser tan siquiera un familiar cercano a su entorno.
“Tengo dos hijos y esta experiencia me ha cambiado la vida. Me comuniqué con ellos constantemente y les contaba lo que vivía. La COVID-19 deja huellas que son insospechadas y tenemos que evitarlas en familia”, refiere Ramos Muro.
Estos tres espirituanos cruzaron ya en reversa el umbral de la sede de la única escuela perteneciente a la Enseñanza Artística. Se alistan para volver a sus procesos cotidianos en el sector cultural, el mismo que como el resto de la sociedad ha debido adoptar otro ritmo, mas se sienten diferentes al día que aceptaron el gran reto. Los acompaña el agradecimiento de quienes desde sus camas se mostraron confiados por ser ellos uno de los escritores de esta nueva parte de nuestra historia.
“Volver es más que un compromiso, una necesidad. Aunque son tantos los compañeros del sector que han mostrado su disposición que la rotación demorará. Quizá para entonces ya esto sea historia. No obstante, ratifico que el haber estado allí significó mostrarnos leales a Cuba y crecer espiritual, humana y culturalmente”, expresa González Castro.
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