En los días previos al inicio de la invasión, el General en Jefe del Ejército Libertador cubano, Máximo Gómez Báez, había tenido buen cuidado en dar la orden que nombraba a Serafín jefe del IV Cuerpo de esa fuerza insurrecta en el centro de Cuba, momento en que le escribió: “En la pericia militar de Ud. y acrisolado patriotismo queda confiado este Cuartel General para el satisfactorio desempeño del importante cargo que se le confiere”.
No huelga decir que el adalid espirituano cumplió con creces la alta responsabilidad que se le encomendó, al seleccionar y organizar para acompañar la invasión a 2 000 de los mejores hombres que integraban sus huestes. Cuando Gómez y Maceo se reunieron y unieron sus tropas de camagüeyanos y orientales en tierras taguasquenses, se les sumaron los villaclareños de Serafín Sánchez.
Era tal la prestancia de aquella tropa que su estampa debió haberlos impresionado, pues había que ver a los centauros espirituanos y a los soldados de a pie, perfectamente pertrechados con rifles máuser o Remington, tercerolas y Winchester; su típico machete y el sombrero de roja escarapela, dispuestos al combate y a la gloria.
Pronto la hazaña quedaría escrita en los anales de los hechos heroicos. El General espirituano cargó el peso en los combates abriendo a sangre y fuego el camino a la vanguardia o protegiendo el avance a retaguardia; en Fomento, en La Campana, en Bocas de Toro, en Mal Tiempo, en Jovellanos, Coliseo, Calimete…
LA ULTIMA OPORTUNIDAD HISPANA
Antes del combate de Calimete, las tropas españolas al mando directo del capitán general Arsenio Martínez Campos hicieron todo por parar la invasión en Coliseo, donde la vanguardia invasora entró en la tarde del 23 de diciembre y allí macheteó a la guerrilla que guarnecía ese pueblo matancero, incendió los edificios públicos y algunas viviendas desde donde piquetes enemigos los tirotearon.
El Pacificador, que situó su cuartel a unos 800 metros de allí, vio desfilar a otras tropas cubanas que, al mando de Maceo, pasaron de largo a unos 200 metros de la línea española siguiendo la orden del Generalísimo de no detenerse a combatir y ordenó abrirles fuego con la infantería y la artillería de que disponía. Los cubanos prosiguieron su marcha y esa noche ocuparon Sumidero, cuya estación de ferrocarril incendiaron.
Vendrían entonces otros combates de menor rango en distintas localidades yumurinas, cuando, por disposición del General en Jefe insurrecto, en una maniobra que tomó desprevenidos a los españoles, aquella fuerza intrépida inició el llamado Lazo de la Invasión, y se dirigió al suroeste, hacia la Ciénaga de Zapata, donde ubicó a sus heridos y otra impedimenta y amagó con enrumbarse a Cienfuegos, lo que los jefes ibéricos interpretaron como una retirada de los mambises por su impotencia de continuar a Occidente.
Martínez Campos cae en la trampa que Gómez le ha preparado y que jocosamente dedica al Día de los Inocentes ese 28 de diciembre, trasladando el grueso de sus hombres en sucesivos convoyes ferroviarios para intentar impedir que los invasores cubanos se retiren a Las Villas. Pero a las seis de la mañana ya está el contingente de invasión de nuevo marchando al oeste y penetra de nuevo en Matanzas (*). Allí los separatistas empiezan a destruir las riquezas que ayudan a España a financiar la guerra, además de vías de ferrocarril y líneas de telégrafo.
Cuando llegan al demolido ingenio Godínez, en las proximidades de Calimete, los mambises acampan sin temor a los cercanos fuertes españoles situados a apenas un kilómetro. Esa propia noche empiezan a sentir los trenes con tropas hispanas que vuelven de Las Villas. A las cinco de la mañana del 29 los cubanos proceden a ocupar sus posiciones de combate; entre los primeros, la infantería de los hermanos Ducasse, de la tropa del general Maceo.
Frente al dispositivo cubano, los iberos se formaron en una extensa línea de batalla a lo largo del cañaveral situado entre el pueblo y el batey del central Godínez, a 100 metros de este, desde donde los infantes de los Ducasse abrieron fuego.
En ese instante, el general Serafín Sánchez avanzó con la caballería hasta situarse entre el poblado y la fuerte columna enemiga y desde allí se lanzó en una impetuosa carga al machete sobre el cuadro de fusiles y bayonetas de la infantería española.
Lo que pasó a continuación lo describió en su momento un testigo de excepción: el general Enrique Loynaz del Castillo, quien embistió junto a Serafín en aquella carga de leyenda. Loynaz anotó textualmente:
“A escape, los machetes en alto, llegamos al cuadro. Abrióse a nuestro empuje una brecha de sangre, cuando parecía el cuadro desmoronarse en confusa remolina de bayonetas y machetes, cortó nuestra acometida un vigoroso contraataque que llegaba a la carrera.
“Los pocos jinetes que penetraron el cuadro al lado del general Sánchez pudimos de milagro retroceder, abriéndonos paso hacia los nuestros que no lograron entrar (…) Reuniendo el general Sánchez a su caballería, la alineó de nuevo y con breves, encendidas palabras, la lanzó a la carga. Llegaron nuestros machetes a dos metros del muro de bayonetas solo para retroceder, dispersos en confusión. El suelo quedó cubierto de heridos y agonizantes y caballos muertos y errantes, sin jinetes.
“Rojo de ira el general Sánchez, rehizo a gritos y a planazos la maltrecha caballería, y a su frente, espoleando el caballo —ya herido—, se lanzó, delantero en la línea, como a buscar la muerte. Esta vez no llegaron tan lejos sus jinetes, desparramados por el fuego de la fusilería máuser. Para lanzarlos desplegados otra vez contra el cuadro mortífero se irguió el General Sánchez frenético”.
Como anotó Luis F. del Moral sobre ese hecho (**), en ese momento le llegaron órdenes a Serafín de suspender el ataque, y enseguida el general Gómez en persona le dice: “Deje eso, General Sánchez, ya se ha hecho bastante”. Cerca de allí, a la diestra de la casa del ingenio también han combatido muy duro Gómez y Maceo contra otro cuadro hispano de los generales Pereda y García Navarro, sin lograr deshacerlo.
Pero el objetivo se ha logrado. Los españoles sufren numerosas bajas y los cubanos, ante la llegada de un refuerzo hispano al mando del General Suárez Valdés, deciden continuar su marcha hacia Occidente, sin que los soldados de Iberia lograran impedirlo.
El adalid espirituano escapó como por milagro de los miles de proyectiles y bayonetazos lanzados aquel día por el batallón español, cuyos contornos carcomió, pues el destino había decidido que ofrendaría su vida en otro épico enfrentamiento donde supuestamente había mucho menor peligro para él, que debía caer, según su suerte, no el 29 de diciembre de 1895 en Calimete, sino el 18 de noviembre de 1896 en el Paso de Las Damas, cerca de la ciudad que lo vio nacer el 2 de julio de 1846.
(*) Esta maniobra hizo que todo el dispositivo militar hispano se disgregara con rumbo sur y oeste y que en Calimete los mambises solo tuvieran que enfrentar a menos de 1000 españoles, pues los demás no pudieron acudir a tiempo.
(**)Serafín Sánchez, un carácter al servicio de Cuba, Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 2001, p. 256.
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