La sencillez y la bondad se le perciben en la voz. También cierta timidez no declarada, que ella enmascara perfectamente, sin darse apenas cuenta. Caridad Rojas Hernández, profesora de la Escuela Pedagógica Rafael María de Mendive, de la cabecera provincial, afronta cada reto de su vida con la entereza de quienes se sienten destinados a hacer el bien y encuentran placer al obrar de ese modo.
Desde hace meses puede vérsele en funciones en teoría ajenas a las suyas, con predominio de las labores de limpieza, en el centro que a partir de julio del pasado año comenzó a tener por sede la otrora escuela de conducta Alberto Delgado Delgado. Pero los genes de educadora no permanecen quietos ni por un segundo y es por eso que interactúa con los pacientes atendidos allí. Los anima y tranquiliza, los protege y aconseja, porque el amor, dice, es la fórmula que la impulsa en cada cometido que aparece ante ella.
Cuando, como secretaria del núcleo del Partido del centro, le plantearon la necesidad de escoger a un militante para colaborar en Zona Roja, optó por sí misma, ya que de otra forma no daría el ejemplo. Algunos dicen que adora estar allí dentro, enfundada en trajes y más trajes, guantes, nasobucos y careta; rodeada de agua, cloro, trapeador y escoba; que busca el peligro. Pero es que no encuentra otro modo de corresponder al país y al momento que le tocaron en suerte.
“Si vas a hacer algo, hazlo bien”, es su lema en la vida. Adolescente casi se convirtió en maestra primaria y era tanto el gusto de enseñar que jamás pensó hacer otra cosa. Luego de vencer la licenciatura correspondiente le encomendaron la formación de nuevos pedagogos, y así se convirtió, en el curso 2010-2011, en fundadora de la Rafael María de Mendive, inicialmente ubicada en la carretera de Zaza de la ciudad de Sancti Spíritus.
“Entonces era la única especialista; impartía Introducción a la Especialidad, como parte de la preparación de educadoras de la Educación Prescolar, hoy Primera Infancia. También les di clases de Psicología. Luego les comencé a impartir Didáctica de diferentes materias, y de las actividades programadas en círculos infantiles. Mantengo excelentes relaciones con las muchachas egresadas de las distintas graduaciones y mientras superviso su desempeño vivo excelentes momentos, porque adoro a los niños”, reseña.
Hasta Venezuela llegó la miel de Caridad, quien entre 2005 y 2007 laboró en aquella nación como asesora municipal integral en las misiones educativas, en el estado de Yaracuí. Al regreso la esperaba una misión interna, que cumplió en Jagüey Grande, con estudiantes paquistaníes que cursaban la carrera de Medicina.
Acaba de cumplir 53 años, pero su desempeño tiene los bríos de la juventud. Luego de un comienzo atípico, por razones de la pandemia, el presente curso le ha deparado sorpresas insospechadas. Con mucho miedo se sumó, a comienzos de marzo pasado, al trabajo en la Zona Roja; primero con pacientes sospechosos, luego con positivos a la enfermedad, a quienes atendía durante dos semanas sucesivas para luego permanecer en aislamiento.
“Le he tomado amor a este trabajo, todo lo que uno hace con amor lo logra”, justifica su esmero. Y habla de la satisfacción que siente al realizar los quehaceres, de sus preocupaciones diarias, entre las cuales incluye el estado de ánimo de las personas que permanecen aisladas en su escuela. “Hablo con ellos, porque eso les ayuda. Limpio los albergues y baños como si fuera mi casa y así me siento útil, no es que yo quiera destacarme, es que me nace hacerlo”.
No lleva la cuenta de las veces que ha estado en el área de riesgo. No tiene horario. Por estos días permanece adentro de lunes a lunes, durante toda una semana, pero si se requiere de su aporte en la sesión contraria a su trabajo, o en la semana de descanso, allí está ella, de apoyo en el equipo que integra o en otros que no cuentan con el personal suficiente, sin importar cuál día de la semana transcurre.
“Yo he encontrado algo aquí que no sé lo que es, como una conexión con la Zona Roja, que me hace regresar”, comenta, entre seria y sonriente. Solo el amor que confiesa sentir puede justificarlo, el mismo amor que le ha hecho ganarse el cariño de personas que luego, sin saber su nombre, han llamado para agradecer “a la maestra bajita, rubia y de buen carácter que trabaja en la limpieza”, o que han publicado sus buenas atenciones en las redes sociales de internet.
Sus hijos —una hembra y un varón— saben de su afición por desempeñarse en la zona de riesgo y respetan su preferencia. La dirección del centro la menciona entre los primeros en el grupo de trabajadores que merecen reconocimiento por su aporte. Y ella, decorosa y sincera, no pierde la ocasión para agradecer: “Perdone que la llame, pero es que en la entrevista hablé solo de mí y eso no es justo. Quisiera que escribiera sobre las atenciones de mi colectivo, que se preocupa por todo, hasta por apoyar a mi familia cuando he estado lejos de la casa”.
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