En horas, Tokio y Japón ¡por fin! reposarán. Después de meses y meses de bregar entre la incertidumbre, las protestas, las idas, las vueltas, las posposiciones y las certezas, cierra el ciclo olímpico total con la culminación de los Juegos Paralímpicos que sucedieron en días a los Olímpicos.
No han cesado las críticas ni las oposiciones, las internas y las externas, pero Japón las enfrentó y persistió en sus eventos, aun en medio de la pandemia y de su incremento en espiral en la nación y el mundo.
Cuando cierren los Paralímpicos, quedarán quienes sigan cuestionando si valió la pena la realización de estos juegos en medio de la calamidad y la muerte por la COVID-19 en el planeta. Incluso, los propios eventos no pudieron evitar el contagio, pese a las extremas medidas higiénicas y de seguridad adoptadas y la negación a la entrada de público.
Varios datos revelan que durante los Juegos Olímpicos unas 400 personas entre atletas y participantes enfermaron y equipos como el griego de natación sincronizada no pudieron competir por la cantidad de positivos. También desde los primeros compases de los Paralímpicos se dieron ya algunos casos, en una lid que, por las características físicas de sus participantes, es altamente vulnerable.
Mas, lo cierto es que, en definitiva, Tokio y su opción deportiva no han sido un catalizador marcado para el aumento de casos positivos. Más bien se inscribe en la decisión del planeta de seguir su curso en medio de una crisis sanitaria a la que no se le avista el fin, aunque deba tenerlo, como todo lo que comienza.
Por eso para muchos valió la pena, en especial para los atletas, quienes apostaron en mayoría por la realización de los juegos como consumación de sueños personales y colectivos, cobijados en el espíritu de superación que impone el deporte y también como culminación de un ciclo, esta vez de cinco años, que para todos implicó meses y meses de sacrificio y padecimientos, ya que muchos enfermaron también por la pandemia y no por eso dejaron de prepararse, pese a los confinamientos, cancelación de las competencias, cierre de instalaciones y clasificaciones anormales.
Unos 11 000 competidores en los Olímpicos y cerca de 4 520 en los Paralímpicos hablan a las claras de una aceptación mayoritaria de lo que fue, en definitiva, una fiesta, aun en sus singularidades, para los millones de personas que durante 19 días primero (contadas las jornadas competitivas antes de la ceremonia de apertura, y los 12 después) disfrutaron de lo que fue, en lo deportivo, una fiesta, y así aliviaron por un mes las tensiones y el estrés que genera la pandemia, gracias a las transmisiones televisivas, radiales y digitales que propiciaron el disfrute de la afición mundial.
Sí, porque si algo salvó estas ediciones fueron, precisamente, sus protagonistas, quienes supieron abstraerse de la ausencia del público y regalaron actuaciones al más alto nivel, tal como si las gradas estuviesen llenas.
Así lo dice la cantidad de récords mundiales, olímpicos, regionales y personales que se batieron en Tokio, tanto en unos juegos como en otros. Un total de 20 marcas universales cayeron en esta cita, similar a lo ocurrido en el esplendor de Río 2016.
El atletismo pulverizó tres de las piernas y el talento de Yulimar Rojas (triple salto) y Karsten Warholm y Sydney McLaughlin, en los 400 con vallas de uno y otro sexos. La natación, como siempre, dejó para la historia seis nuevos cotos planetarios, 12 plusmarcas olímpicas, 28 récords continentales y 151 nacionales. También aportaron las pesas (cuatro), el tiro (tres), la escalada (uno) y el ciclismo, con tres marcas mundiales en una sola jornada.
Quienes han seguido los Paralímpicos advierten cómo decenas de récords caen como castillo de naipes, en las pistas y las piletas, por ejemplo.
Más allá de las medallas, hay que ponderar también la entrega y el disfrute visible de los atletas, sobre todo los paralímpicos, para quienes el solo hecho de llegar en medio de una adversidad añadida ya compensa cualquier sacrificio o padecimiento.
En ambos concursos, Cuba ha aportado lo suyo, con una cosecha no esperada de medallas en los Juegos Olímpicos, gracias a la eficiencia y la alta competitividad de sus atletas, algo similar a lo ocurrido en las Paralimpiadas, donde, con otra representación reducida (16 en siete deportes), bajo la égida de Omara Durand —quien ha sido otra vez dueña de las pistas— y el influjo del joven saltador Robiel Yankiel Sol, quien se empinó sobre sus registros personales, tal como corresponde a la esencia de estos eventos.
La clausura de los Paralímpicos sellará un antes y un después de Tokio, la más atípica de las ediciones de las 32 versiones de estos eventos. Japón, aun en su deleite, respetó el dolor del mundo y por eso impuso sobriedad, respeto y solidaridad en sus ceremonias de apertura y cierre en ambos casos.
También habrá que reconocer la alta capacidad organizativa de los anfitriones para no colapsar en medio de tantos obstáculos y tensiones en el último año y ofrecer lo mejor de su tecnología y hospitalidad para que la fiesta fuera posible.
Tokio en horas será un recuerdo y una referencia también. En su mejor cara enseñó la capacidad del deporte para la paz y la amistad, pero, sobre todo, para la superación personal y las posibilidades humanas ante la adversidad. Y, aunque ya terminan, bastaría decir: ¡Habemus juegos! para que el mundo reverenciara esta suerte de opio estival.
Elsa para mí si vale la pena la realización de los juegos paralímpicos y créeme que en casa e comentado la forma en que se entregaron todos los atletas participantes para mí en muchas ocasiones superior a lo hecho por atletas convencionales no importa si obtuvieron medallas o no, lo importante fue su participación y para todos sin excepción muchas felicidades de mi parte con todo mi corazón,son ejemplo de valentía, tesón y coraje.