Víctima él mismo y al mismo tiempo protegido por la tendencia emergente a la judicialización de la política, el exmandatario estadounidense Donald Trump acaba de pasar con éxito la prueba de un segundo proceso de impeachment, al ser absuelto el pasado sábado de los cargos de incitación a la rebelión que se le seguían por el asalto al Capitolio del 6 de enero pasado, cuando una turba de sus seguidores se apropió violentamente del Congreso, con saldo de cinco personas fallecidas.
Aunque lo anterior es ya noticia vieja, es solo la base para exponer un grupo de argumentos que no lo son; como por ejemplo, que, a diferencia de las acusaciones infundadas hacia otros políticos del continente, como el expresidente Fernando Lugo, de Paraguay, y los brasileños Lula da Silva y Dilma Rousseff, de Brasil, contra quienes se formularon en su momento cargos falsos y sin pruebas en procesos políticos o legales, la mayoría de la gente sabía de su inocencia y, a pesar de ello, fueron condenados, mientras que con el magnate estadounidense se puede decir lo contrario, pues todo el mundo sabía que era culpable y resultó absuelto.
¿Acaso se obró aquí de acuerdo con el espíritu de las leyes del que hablaba el francés Montesquieu en su conocida obra cumbre? ¿Acaso interesan más otros asuntos a la hora de juzgar a un reo que la conciencia o no de su culpabilidad? Se trata de un debate ancestral donde el concepto de justicia suele salir muy mal parado, debido a que se le subordina a otras consideraciones e intereses donde debía imperar un solo principio: que nadie debe ser absuelto o condenado a menos que sea realmente inocente o responsable de los cargos que se le imputan.
Todavía vienen a la mente de este redactor los instantes de ira vividos durante la exposición televisiva, hace algún tiempo, de un juicio de apelación interpuesto por Luis Ignacio Lula contra la injusta condena a que fue sentenciado por el juez Sergio Moro —y otras cortes con anterioridad—, cuyo trasfondo político salió a la luz pública en fecha más reciente, proceso en el cual saltaba a la vista que importaban más las cuestiones de procedimiento que el dilema capital: culpable o no culpable. Entonces ocurrió que, como casi todos sabían, la única forma de evitar que el líder del Partido del Trabajo volviera a la presidencia era denigrarlo y mantenerlo en prisión.
Fruto de esa sucia maniobra llegó al poder en Brasilia un personaje abominable al estilo de Donald Trump, de nombre Jair Bolsonaro, que ha sumido a su país en el caos y el descontento, y convertido al gigante suramericano en el epicentro sur de la actual pandemia de COVID-19, acarreándose incluso el rechazo de buena parte de la derecha local, que hoy considera ese remedio peor que la supuesta enfermedad.
Mas, volvamos al tema principal. Se puede afirmar con casi absoluta certeza que, pocas veces se supo con tanta antelación y seguridad los resultados de un juicio político como ocurrió con el que acaba de juzgar a Donald Trump. Al igual que el primero, donde se le acusó con pruebas de presionar al presidente ucraniano Zelenski para que ayudara a implicar a un hijo de Joe Biden en negocios sucios en ese país europeo —a fin de afectar las aspiraciones presidenciales del candidato demócrata que se le oponía—, esta vez sobraron evidencias gráficas y testigos para lograr la improbable condena, pero serían las matemáticas y no las leyes las que decidirían.
Fue así que los demócratas, quienes tenían mayoría garantizada en la Cámara de Representantes, estaban obligados a lograr que en el Senado se les sumaran a sus 50 votos otros 17 de senadores republicanos, y solo lograron siete, por lo que, con votación final de 57 a 43, este fue declarado inocente.
Puede alegarse entonces que, a sus muchos récords, como el de ser el único presidente de Estados Unidos sometido a dos procesos de impeachment, y también el único en ser juzgado allí tras dejar la Casa Banca, puede sumar otro: el de ser el “inocente” más culpable en la historia política de esa nación, país que, por contraste, posee otra marca en extremo negativa, como la de ser la que ha condenado a más inocentes y ejecutado a mayor número de ellos.
Lo más curioso es que en el Senado de la superpotencia están e representados en mayoría los republicanos tradicionales, y que, por miramientos de tipo estratégico, ellos estuvieron obligados a proteger al exmandatario pensando en su futuro político y en el de su partido, hoy más amenazado que nunca de fractura. Reportes de prensa han aludido a que los 43 republicanos que votaron por la inocencia de Trump lo hicieron debido a que temen la ira del expresidente, respaldado por los más de 70 millones de votos que obtuvo en las pasadas elecciones, y por miedo a debilitar aún más esa agrupación política.
Si algo ilustra mejor estos argumentos es lo expuesto por Mitch McConnell, líder republicano del Senado, quien votó en contra de que se condenase a Trump, alegando que un expresidente no podía ser sometido a un juicio político, pero afirmó asimismo que “no hay ninguna duda de que el presidente Trump es práctica y moralmente responsable de provocar los sucesos” del 6 de enero.
Analistas internacionales han venido insinuando que se acaba de entablar una “batalla por ganar el alma del partido republicano”, entre Trump y sus partidarios, de un lado, y los que conforman su cúpula política tradicional, como McConnell y un grupo de figuras importantes de esa filiación, del otro. A no dudarlo, esas son premisas para que Trump gane el liderazgo del partido del elefante, o decida en su defecto formar otra agrupación política, algo que también pueden disponer sus correligionarios opuestos.
A todas estas, el intempestivo Donald, por su parte, ha dejado claras sus intenciones de dar la batalla para los comicios intermedios de 2022 para luego aspirar nuevamente a la Casa Blanca en las presidenciales del 2024. Él ha presentado esta nueva absolución como otra victoria capital de la que espera sacar los mejores dividendos, pero, ¡cuidado! No debe olvidar que, en ese supuesto imperio de la democracia, si el llamado “Estado profundo” te considera un peligro para sus intereses te pueden sacar del medio a cualquier precio, como en su momento hicieron con Kennedy.
En opinión de este redactor, hoy Trump debe cuidase más que nunca de un suceso “sobrevenido” que le puede llegar muy probablemente de ese “Estado profundo” porque, claramente, se ha constituido en un peligro “inusual y extraordinario” para quienes lo declaran adversario en su propio bando.
Así se construye la democracia en EU. Primero te incorporas a uno de los 2 partidos de EU, por cierto ellos insisten en muchos partidos en otros países y cuando no los hay hablan de tiranías etc, pero los de EU son un solo partido que se reparte lo que hacen. Luego te postulas para presidente(según ellos cualquiera puede ser presidente, ejemplo de democracia y por eso las cosas salen tan mal) y con millones de dólares ganan los votos de los estados, no los de la gente, asume cualquier pelagatos como Reagan ex- actor de cine, cometen mil barbaridades contra el mundo, porque no solo están mal preparados sino que también están mal dirigidos por un congreso corrupto. Luego de 4 o más años de cometer atrocidades y de darle al mundo lo mismo con lo mismo(Deberían hacer como en otros países que al cambiar la política cambian las opiniones pero no es así) Aquí siguen siempre siendo los malos Rusia,China, Irán, Cuba, Corea para seguir con lo mismo. Nos critican porque no cambiamos, sin embargo no hay nada más viejo que el bloqueo, la base naval de Guantánamo, las agresiones a Corea, Nicaragua, Venezuela, las sanciones contra China y eso no cambia. Luego de 4 años de vandalismo político y violaciones de las leyes internacionales no logran ser reelegidos y hasta invitan a la gente a la violencia de las las leyes como los recientes incidentes contra el Congreso de EU. Esa es la historia de Trump para al final luego de un juicio político que más que todo ha parecido un paripe entre ambos partidos, lo absuelven para que dentro de 4 años esté listo de nuevo para hacer trastadas contra el Mundo. Mientras, está sociedad han creado un fenomenal sistema de consumo que mantiene entretenido y en un enorme letargo a las personas, hasta que en un momento se dan cuenta de lo que pasa pero casi siempre al final de la vida y por tanto no pueden desempeñar su papel como clase obrera cosa que demostraron Mark, Engels y Lenin. Por eso quieren muchos emigrantes no solo par que asuman las tareas domésticas y económicas más malas sino también para que no incidan en las decisiones políticas porque no pueden ni votar o les callan la boca de otras formas al tenerlos ilegales. Por todo eso no podemos creer en esa democracia ni en esa política exterior. Y estemos alertas porque EU no aguanta una trifulca más a lo interno luego de esta etapa de Trump. Está en una fase de transformaciones peligrosas que pueden afectar al planeta. Baidem puede aportar mucho a la estabilidad de EU y del planeta más que todo con su política de ser reelegido en el tiempo por 4 años posteriores a estos que comienzan, para alejar el peligro de un nuevo Hitler con Trump que ya ha pronosticado el comienzo de otra locura.