Justamente un año. Hemos vivido 365 con la COVID-19 y, sin dudas, la pandemia nos ha volteado la existencia. Los nasobucos cubriéndonos el rostro, los besos con el roce de los nudillos, las soluciones desinfectantes en las manos, el cloro en la suela de los zapatos, las casas a puertas cerradas, el imperativo de distanciarse de los otros y la zozobra de enfermar acechándonos por todos lados son, quizás, los síntomas más palpables de la nueva vida que estamos llevando desde el 11 de marzo del 2020.
Pero si fuésemos a recontar en cifras la COVID-19, ahí puede verlo: durante los últimos 12 meses más de 1 200 espirituanos se han infectado con el nuevo coronavirus y de ellos solo casi un centenar han sido importados. No obstante, una cifra superior a las 70 000 personas se ha estudiado con el examen de PCR en tiempo real.
Nada ha sido igual, le aseguro. Como se muestra, los primeros seis meses del brote de la pandemia fueron de descubrimiento, de aprender protocolos de tratamientos, de ir sumando casos a cuentagotas, tanto que en par de meses de ese medio año parecía que la COVID-19 era historia en Sancti Spíritus al no reportarse enfermos en días.
Mas, el rebrote ha sido harina de otro costal. Mayor dispersión y transmisibilidad del virus, más personas confirmadas, más pacientes en edad pediátrica, más municipios comprometidos.
Lo hemos vivido por partes: el primero que se inició el pasado 8 de septiembre y que tuvo su pico máximo en octubre, cuando la provincia se convirtió en el epicentro de la pandemia en Cuba, y el segundo rebrote que empezamos a padecer ahora, hace poco menos de un mes y que evidencia que la complejidad epidemiológica puede agravarse por días.
No obstante las estadísticas, para quienes han votado en la más reciente encuesta de Escambray a la vuelta de un año consideran que el mayor mérito de Cuba en el enfrentamiento de la COVID-19 ha sido el desarrollo de cuatro candidatos vacunales, a juzgar por la preponderancia de los votos. Y es cierto, en ello se cifran también las esperanzas de muchos para ponerle fin a esta pandemia, mas, la COVID-19 nos sigue enseñando que hasta hoy no existe mejor inmunización que la responsabilidad.
Verdaderamente, ¿hemos aprendido? Si a estas alturas algunas personas ocultan contactos a la hora de declararlos, si otros siguen acudiendo con síntomas a los centros laborales, si hay quienes todavía usan el nasobuco como un collar, si muchos andan en las calles aglomerados y sin razón… podría asegurarles que nos quedan muchas asignaturas pendientes.
A la vuelta de doce meses la COVID-19 sigue y seguirá aquí. Aprender a convivir con ella no quiere decir que un año después podamos ir disminuyendo la percepción de riesgo o, peor aún, que empecemos a deponer las armas.
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